14. La búsqueda

5.8K 535 69
                                    

Marqué el cero esperando equivocarme. Solamente necesitaba comprobar una teoría que se estaba formando en mi mente. Era el número que daba línea al exterior. No pretendía comunicarme con nadie, él sin duda lo habría sabido. Solamente quería comprobar si tenía línea exterior. No recibí tono.

Miré de nuevo mi teléfono. El símbolo de la cobertura parpadeaba otra vez. Si quería mantener el teléfono encendido, debía cargarlo. Saqué un cargador de mi escritorio y lo enchufé. ¿Cómo era posible que hubiera podido realizar la llamada si el teléfono había estado sin cobertura todo aquel tiempo? No había que ser una lumbreras para saber que mi teléfono estaba totalmente hackeado, intervenido por el secuestrador. El teléfono no iba a funcionar salvo que él así lo decidiera. Estaba incomunicada.

El tipo había sido muy listo. Necesitaba mantenerme vigilada y callada, el teléfono se encargaba seguramente de decirle mi posicionamiento, escuchaba lo que decía e incluso, posiblemente, podía ver lo que hacía si alguno de los objetivos de las cámaras apuntaban en la dirección correcta. Saber que también podrían haber bloqueado la centralita de la empresa me hizo pensar que el plan estaba completamente trazado desde el principio. ¿No había más opción que ceder a todas sus pretensiones?

—¡Jódete cabrón! —pensé mientras dejaba el teléfono dentro del bolso cargando. Al menos, si iba a tener compañía, prefería que no pudiese ver lo que hiciera.

Había algo que todavía no me cuadraba y no sabía qué era. Me había pedido una copia literal de los discos duros míos y del de mi jefe. Hacerlo del de mi jefe podía comprenderlo pero, si aquel hombre me había estudiado tan a fondo como parecía, no tenía lógica que quisiera los datos de mi disco duro, sabría que apenas entraba en aquel despacho.

—¡Claro! —se me había encendido la bombilla. Podría ser que el secuestrador quisiera conocer toda la actividad realizada en el PC, no solamente la mía, sino la que hubiera podido realizarse antes de llegar yo a la empresa. El ordenador era el mismo que usaba anteriormente el Doctor Takuma Murakami, mi predecesor. Un análisis forense del disco duro permitiría recuperar mucha información, aunque el disco hubiese sido borrado o formateado. Esto era especialmente efectivo si el ordenador no se utilizaba apenas.

Miré el PC que estaba clonando y pensé en la historia que había detrás de él. Yo obtuve el puesto de trabajo tras fallecer el anterior jefe de investigación en un incendio fortuito de su apartamento. Mi empresa buscó a una persona con el perfil necesario para continuar con el desarrollo del trabajo. Requerían alguien que estuviera familiarizado con la física del viento, el desarrollo de hélices y que tuviera sólidos conocimientos en informática. Mi perfil no era el mejor, yo no era ingeniero aeronáutico. Habían recibido informes muy favorables de mis profesores de universidad y mi perfil académico era inmejorable. También habían hablado con la empresa donde había trabajado anteriormente. Allí me querían y valoraban, pero sabían que mis días como ayudante estaban contados y tampoco podían igualar la oferta económica que me realizaron. Haber desarrollado proyectos relacionados con la eólica fue la guinda de un pastel que, para una mujer de apenas 25 años, suponía haber alcanzado el tope en su carrera profesional. Los idiomas que hablaba ayudaban a cohesionar un grupo multiétnico de trabajadores. Yo solamente debía seguir la investigación del Doctor Murakami.

Al llegar a la empresa me recibieron con los brazos abiertos. Tras unos cuantos tests en un gabinete de psicología y firmar un contrato de confidencialidad, me ofrecieron cien mil libras esterlinas al año como contrato base, más unos cuantiosos pluses por recortar los tiempos de las investigaciones que tuviera que desarrollar. No podía creérmelo. De la noche a la mañana había pasado de ser estudiante y ayudante de investigación a jefa de proyectos en una empresa aeronáutica de primer nivel con un sueldo digno de los mejores investigadores de la empresa privada. Pusieron en mis manos un presupuesto millonario y la capacidad de hacerme con mi propio equipo de ayudantes y decidir la forma en que gestionaría todo, incluido mi tiempo. En cierto modo, poder trabajar desde casa, suponía una ventaja a la empresa. Si yo quería tener acceso a cobrar los suculentos pluses asociados a mi contrato, trabajaría sin descanso y ¿qué mejor sitio para hacerlo que en la tranquilidad de mi propio hogar, sin interrupciones y en total concentración?

Pensé ahora que disponía de tiempo mientras el disco duro de mi PC se clonaba poco a poco. ¿Qué iba a ocurrir cuando ya tuviera la información que necesitaba? ¿Cómo pretendía que se la hiciera llegar? Posiblemente querría que se la dejara en algún sitio. O tal vez que se la diera en mano y asegurarse del contenido antes de dejarme libre a mí y a Letty. Una sensación de desasosiego invadió mi cuerpo. ¿Y si después de entregado el material simplemente nos quitaba de en medio a ambas para no dejar rastro? Tenía que asegurarme las espaldas y aquel taxista era mi única oportunidad.

—A no ser que averigües tú primero qué es lo que está buscando y te hagas con tu propio seguro de vida, Charlotte —pensé.

Miré la clonadora. Marcaba dos horas y treinta y cinco minutos para finalizar. Pensé en cómo narices entrar en el despacho del Director General, acceder a su ordenador, y tratar de encontrar aquello que aquel individuo estaba buscando. Yo no necesitaba clonar la información, sino solamente acceder a ella. Tal vez eso me diera una oportunidad y, estar aquí mirando las musarañas, tampoco me iba a facilitar nada.

Los de seguridad tenían una llave electrónica maestra. No podía pedirle la llave al vigilante pero podía intentar hacerme con ella.

—¿Pero cómo vas a quitarle la llave? —me pregunté.

Había visto muchas películas de acción, me encantaban. En ellas, las protagonistas más aventureras hacían cualquier cosa para conseguir la información. En mi cabeza se dibujó una escena en la que yo seducía al de seguridad, me acostaba con él y cuando menos se lo esperaba, lo dormía con cloroformo, le robaba la llave y asunto concluido.

—Eres un poco imbécil —me acusé mentalmente. Era una auténtica tontería de enormes dimensiones. Ni yo era Mata Hari, ni el de seguridad tan idiota. Ni tenía formol, ni aquello era una puñetera película americana . Además, un plan así de absurdo, seguro que terminaba mal y la técnica de matar de un golpe a alguien si las cosas se torcían, tampoco formaba parte de mi repertorio de capacidades—. Esto es real Charlotte, así que déjate de gilipolleces y piensa.

Pensar en la escena de la seducción me hizo recordar a John. Él había sido militar, tenía entrenamiento y probablemente conocía mil maneras distintas de matar a alguien de un golpe. ¿Qué habría hecho alguien capaz de reducir a un delincuente armado sin apenas despeinarse si tuviera que enfrentarse al secuestrador de un ser querido? Lo imaginé destrozándolo. Lo eché de menos pero esta vez no me saltaron las lágrimas. Yo también quería matar a alguien.

Pero yo no era John, era Charlotte y solamente tenía un medio de salir de todo aquello y era usando la cabeza.

El despacho de Oliver Sanders, director general de la empresa, tenía unos 50 metros cuadrados y amplios ventanales. Componía su mobiliario una mesa de madera noble en el centro, otra mesa de reuniones a la izquierda y unos sofás de cuero blanco con mesita de cristal a la derecha. El ordenador que utilizaba Sanders estaba sobre el escritorio. No era un hombre de investigación, sino de negocios, así que, aunque tenía acceso a los informes que periódicamente emitíamos, su trabajo se centraba más bien en dirigir la empresa y generar más dinero a la sociedad. Era más bien un gestor.

Tenía que abrir la puerta así que, mientras continuaba el proceso de clonación, salí de mi despacho. No había nadie y me dirigí a la puerta del final del pasillo. Afortunadamente no había cámaras allí, lo que habría hecho imposible el objetivo. No tenía ni idea de cómo abrir la puerta de doble hoja que me separaba de lograr mi meta, pero al menos podía ir hasta allí para ver si me inspiraba de algún modo.

———————

Hoy tocaba un poco de tranquilidad y reflexión después de la cuenta atrás.

¿Cómo creéis que entrará en el despacho? Porque entrará... ¿no?

¡Odio las cuentas atrás!

Abrazos y besos para todos!

Gracias a @ClarahBC por la recomendación de la música de este capítulo. ¡Creo que queda genial!

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora