Salí del taxi y me dirigí corriendo a la puerta de acceso a las oficinas del edificio gris acristalado. Apenas faltaban dos minutos para que se cumpliese el plazo del secuestrador. Más allá de ese tiempo, estaba la posibilidad de que la vida de mi amiga saltara por los aires, literalmente. Era una pesadilla que no estaba dispuesta a tolerar.
Al llegar a la puerta la encontré cerrada. Los guardias de seguridad que custodiaban las instalaciones, debían abrir las puertas fuera del horario de oficinas. Vi a uno de ellos sentado en la mesa de recepción, al otro lado del grueso cristal de la puerta de acceso. Sin esperar llamé con insistencia al timbre. Había sacado del bolso la identificación que, para no olvidarla en casa, llevaba siempre encima y la mostraba a través del cristal al guardia que miraba con cara de póker desde su asiento. Muy nerviosa por su parsimonia, comencé a dar con los nudillos en el cristal, mientras seguía pulsando con insistencia el timbre.
—¡Corre! ¡Date prisa! —grité increpando al guardia mientras se levantaba con tranquilidad pasmosa y se acercaba a la puerta. Eran apenas 5 metros de hall, pero a mí se me antojaron 50.
Mientras se acercaba a la puerta miré hacia el taxi. El conductor, con la cabeza gacha, parecía que tenía algo entre sus manos. Levantó la vista y nuestras miradas se encontraron. Su gesto me hizo pensar que no parecía comprender nada en absoluto. Desde la puerta junte las manos como si rezase.
—Por favor, por favor —pronuncié tratando de vocalizar mucho de modo que pudiera leerme los labios. Volvió a mirar hacia abajo un segundo y tras volver a mirarme asintió repetidas veces.
—¡Bingo! —en su mano tenía el teléfono y lo estaba manipulando.
Al menos el mensaje iba a llegar a la policía. Ahora faltaba que el taxista no me tomara por una loca y que el funcionario de policía que cogiese la llamada fuese diligente y le diese a la información la credibilidad suficiente. Si todo iba bien, debería aparecer por aquí, al menos, un coche patrulla. Otra cosa es lo que fuese a decirles luego o cómo pudiese comunicarme con ellos. No importaba. Eso vendría después.
—Buenas tardes señorita White —me dijo el de seguridad mientras abría la puerta.
—Buenas tardes, perdone, tengo mucha prisa —le dije empujando la puerta con fuerza y echándolo a un lado casi de un empujón.
Por fortuna, el guardia de seguridad, aunque lento, no era tan tonto como parecía y me conocía de otras ocasiones, no me iba a tener que identificar. El personal de seguridad lo componían asalariados en plantilla. De este modo, era sencillo conocer a cada uno de los cerca de cien empleados que trabajábamos repartidos entre las oficinas, los laboratorios y la zona de fábrica y control de prototipos.
Pensé un segundo mientras me dirigía corriendo hacia las escaleras.
—¡Urgencia física, he de llegar al baño!—grité mientras subía corriendo los escalones. Giré con levedad la cabeza para ver al guardia de seguridad. No quería levantar sospechas. El individuo me miraba desde el pie de la escalera con una mueca de sonrisa en la cara. Aquel tipo debía ser un imbécil. Otro policía frustrado vistiendo un uniforme azul con gorra.
Al llegar a la segunda y última planta, donde se encontraba mi despacho, el cuarto de la derecha, ya había sacado el teléfono móvil y había pulsado el botón de llamada. Seguí corriendo hacia la puerta de mi despacho mientras el teléfono daba un tono, introduje la identificación y la puerta hizo un clic característico. Entré de golpe. Segundo tono.
Miré el reloj, no sabía si había finalizado el tiempo. Era cuestión de segundos. El teléfono dio un tercer tono.
—¡Coge el teléfono maldito cabrón!— le grité al aparato.
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Renasci - La forja de una espía
ActionLa sombra de un poder inimaginable se cierne sobre el planeta. El mundo tal y como lo conocemos, está próximo a su final. La Agencia ha recibido el encargo de evitarlo y le queda una última oportunidad para detener lo que está por venir. Para lo...