60. Vuelta al Trabajo

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No estaba de humor. John parecía estar disfrutando como un niño jugando a los comandos y yo estaba hecha polvo. No era justo, por mucho que fuese para poder estar cerca de mí si las cosas se ponían feas.

Decidí ir al cine a ver una película romántica y resultó de esas en las que el chico se va y nunca se vuelven a ver más. Fue perfecta para derramar muchas lágrimas y rematar así la tarde. Después me fui hasta casa, comí un montón de chocolate y me fui a dormir pronto.

A la mañana siguiente desperté descansada, había dormido diez horas y eso era más que suficiente para mí. Antes de salir de casa revisé el correo electrónico, pero no había contestación del señor Sanders.

A las nueve estaba ya frente al edificio de AESystems, con energías y dispuesta a enfrentarme a lo que estuviese por venir. Supuse que a esas alturas Oliver Sanders ya debía tener los detalles de mi entrevista con Szczesny.

Antes de entrar observé mi entorno. No pude detectar nada ni a nadie que pudiera estar vigilándome, aunque sabía que, de algún modo, estaban allí. Siempre estaban allí.

Respiré hondo mientras empujaba la puerta de acceso al edificio de oficinas. No había entrado a ese lugar desde hacía poco más de una semana y, aunque todo seguía igual, me dio la sensación que había cambiado por completo. Al cruzar el umbral el guardia de seguridad de turno se dirigió a mí.

—Buenos días, señorita White. El señor Sanders la espera en su despacho.

—Gracias Tom —le dije al amable vigilante, un muchacho guapo y cortés, de apenas dieciocho años que llevaba ya unos meses en el puesto.

Mientras subía las escaleras andando, imaginé qué conversación podía tener con Sanders. Creí que estaba preparada cuando llamé a su puerta, la misma que había forzado días atrás. No vi rastro de raspaduras en el marco y eso me alivió. Sanders sabía que había copiado los datos de mi disco duro, pero no del suyo.

—Buenos días señor Sanders, ¿puedo pasar? —le dije con formalidad mientras abría la puerta.

—Adelante, pasa Charlotte, por favor —contestó atentamente Oliver Sanders.

En el despacho había un hombre que le sacaba al menos cinco años a mi jefe. Vestía con elegancia un traje oscuro con raya diplomática. Al lado del sofá donde estaban sentados, apoyaba un bastón sencillo de madera oscura y sobre el reposabrazos descansaba un abrigo largo.

—Si está ocupado, vuelvo luego —me disculpé.

—Sólo será un segundo —dijo Sanders a su interlocutor mientras se levantaba y venía hasta mí— acompáñeme, por favor —me dijo apoyando su mano con suavidad en mi espalda invitándome a caminar por el pasillo.

—Claro.

—Dígame, ¿cómo ha ido la operación? ¿Está bien su tía? —preguntó cortésmente.

—Sí, mucho mejor, gracias, por eso he vuelto.

—Perfecto, me alegra saberlo. La echábamos de menos, pero entremos, por favor —me dijo al llegar frente a la puerta de mi despacho.

—Gracias.

Abrí la puerta con la tarjeta electrónica y entré. Todo seguía en su sitio, tal y como lo había dejado.

—Deje sus cosas, Charlotte —me invitó haciendo un gesto hacia dentro del local.

Me quité el abrigo y lo colgué en la percha. El bolso lo dejé sobre la mesa. Me sentía un poco aturdida por el amable recibimiento, no entendía qué hacíamos en mi despacho, el señor Sanders rara vez se dejaba ver por allí.

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora