20. NO LO DUDES

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Un grito me hizo despertar de golpe. Unos segundos después oí a Mandy gritar.

– ¡Levantaos tortolitos! ¡Si no llegaréis tarde! – dijo desde la planta baja.

Me froté los ojos para despertar del todo. Giré la cabeza y miré a César el cual estaba durmiendo a mi lado. Era tan mono dormido.

Cuidado. No penséis mal. No hicimos nada raro. Solo fue una noche llena de besos.

– César. Despierta – dije susurrando – ¡César! – grité manteniento el tono de voz bajo.

– Mmm – dijo quejándose.

– Vamos dormilón. Vamos a llegar tarde – dije saliendo de la cama.

Antes de que pudiera ponerme de pie me agarró de la mano y me obligó a volver a tumbarme.

– Me da igual llegar tarde, quedate conmigo – dijo con una voz ronca.

Y le hice caso. No me podía resistir a él.

Cogí aire aspirando su aroma. ¿Cómo es que este chico huele a colonia incluso cuando se despierta de haber dormido 7 horas? ¿O es que él nació oliendo así?

Misterios de la vida.

Alguien tocó a la puerta.

– Vamos a entrar – canturreó Mandy.

Y un segundo después la puerta se abrió dejando ver a la rubia y a Rayan. Estos vinieron hasta nosotros y se tiraron en plancha.

– Ayyy – me quejé.

– Oye, que quiero dormir – dijo César tapándose más con las sábanas.

– Yo avisé por las buenas. Luego no os levantatéis, pues por las malas – dijo mi amiga con una sonrisa victoriosa en la cara.

– A mi me ha obligado – dijo Rayan retorciéndose encima de nuestras piernas.

– No seas idiota. Tu fuiste el que propusiste la idea – dijo Mandy retorciéndose al igual que Rayan.

Miré a César. Este me estaba mirando. Elevó las cejas y so asentí. Movió los labios contando en silencio hasta el tres.

Cuando llegó al tercer número, ambos nos sentamos en la cama y empujamos a la pareja que estaba encima nuestro. Rayan fue el primero en tocar el suelo y después la rubia.

– Auch – se quejó Mandy.

– ¿Pero de que te quejas? Si has caído encima mio – dijo Rayan a lo que César y yo reímos.

Después de un rato, la pareja se fue de la habitación. Le di un casto beso a César antes de levantarme de la cama e ir a mi cuarto para cambiarme.

Me puse unos jeans azules y una sudadera rosa palo.

Cogí un bolso grande donde metí un archivador donde tenía algún que otro documento importante y mi querido y preciado móvil.

Bajé las escaleras. Los tres restantes ya estaban listos para salir.

– ¿No vas a desayunar? – preguntó César a lo que negué.

– No me extraña que estés tan delgada – dijo Rayan.

– Engorda un poco hija de mi vida – dijo su novia.

Los fulminé a ambos con la mirada.

– Paso de comer por las mañanas. No puedo – dije poniendo una mano en mi estómago

– Pero si que comes galletas a reventar – dijo mi amiga negando a la vez que reía.

Yo solamente rodé los ojos.

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