51. ¿MAMÁ?

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– ¡Papá! ¿Dónde está mamá? No la encuentro por ningún lado.

Entré en el salón. Mi padre estaba sentado en el sofá, mirando a un punto fijo.

– ¿Estás bien? – me senté a su lado.

– Mamá... se ha ido, Sara – dijo con los ojos cristalizados.

– Sí, eso ya me lo has dicho, ¿pero a dónde?

Me miró durante unos segundos. Me acarició el pelo y me abrazó.

– A un sitio mejor – contestó. Noté como sus lágrimas chocaban contra mi chaqueta de punto negra.

– ¿Un sitio mejor que casa? ¿Cuál?

Seguía insistiendo. No sabía por qué mi madre se había ido después del accidente... No la había visto desde entonces.

– ¿Quieres verla? – enseguida asentí.

Me cogió de la mano y nos subimos al coche. Después de una hora llegamos a un lugar parecido a un prado, pero con chapas de piedra clavadas en el suelo. Todo estaba en silencio, solo se oía el cántico de unos pájaros a lo lejos.

Había poca gente pero todos los que estaban en aquel lugar iban de negro.

Nos miraban a todos de una forma muy extraña, con ojos tristes... Algunos con lágrimas en ellos.

¿Qué estaba pasando?

Nos acercamos a dónde estaban todas aquellas personas y enseguida me sorprendí.

– ¡Mamá! – me acerqué corriendo a una caja de color marrón donde mi madre yacía con los ojos cerrados.

La miré. Tenía la piel blanca, más de lo normal, vestía de negro también y estaba perfectamente peinada.

– ¿Mami? Abre los ojos – dije mirándola.

No se movía y no sabía el por qué.

Mi padre se me acercó y se puso de cuclillas para quedar a mi altura.

– Venga, mételo dentro – dijo poniendo una mano en mi espalda.

Me saqué el colgante que llevaba puesto. Un amuleto con forma de pájaro que mi madre me había dado unos años atrás.

Lo dejé con cuidado encima de sus manos esperando a que ella abriera los ojos y lo cogiera. No lo hizo.

– ¿Por qué no se despierta? – le pregunté y este esbozó una débil sonrisa.

– El destino quiso que durmiera eternamente – respondió y una brisa cálida de verano atravesó el aire acariciando nuestros rostros.

– ¿Eternamente?

– Para siempre.

– ¿Entonces nunca más volverá a abrir los ojos? – esta vez mi padre no me contestó.

Volví la mirada a mi madre, preocupada.

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