Seguí caminado por la diminuta repisa hasta toparme con el reborde de otra ventana. Miré en su interior para darme cuenta de que era igual a las dos anteriores. Me fijé en sus tres puertas y supuse que era otra habitación doble.
No me valía.
El ruido del motor de un coche me hizo mirar abajo. Dos furgonetas, negras si no me equivocaba, alumbraban con sus luces delanteras la carretera que recorrían. Me pegué lo máximo que pude a la pared pensando que así no me verían pero estaba tan alta que aunque elevaran la vista desde su asiento no podrían ni distinguirme.
Rodearon el edificio y se metieron en él, a través de un portón lleno de grafitis.
Apostaba a que aquellas furgonetas iban llenas de pistolas y fusibles automáticos.
La imagen de 10 personas enfocándome con un arma a la cabeza me provocó tantos escalofríos que estuve a punto de caerme.
Respiré hondo y seguí mi camino, intentando no pensar en lo peor que me podría pasar si me llegaban a pillar.
Tenté a la muerte hasta que llegué a una ventana, tan destrozada y vieja como las anteriores. Tenía el cristal roto por lo que salté en la habitación evitando no cortarme y que mi aterrizaje se oyera lo más mínimo.
Este cuarto era mucho más pequeño que los anteriores y solo tenía una puerta lo que me hizo creer que por ahí se salía.
Me acerqué sigilosa a la salida y puse la oreja en la tabla de madera llena agujeros diminutos de carcoma. Intenté escuchar algo y al minuto, unas voces se fueron aproximando hacia mi.
– Hay que dar la voz de alarma – dijo quien creo que era el hombre de la voz grave de antes – Ha escapado pero no ha podido saltar. Está en algún lugar de este edificio y tenemos que encontrarla.
Por instinto me alejé y aguanté la respiración.
Las posibilidades de salir de allí sana y salva eran de 1 entre un millón.
Pero bueno, o me quedaba en aquel horrible sitio o moría en el intento.
Esperé unos cuantos minutos observando la habitación y esperando a que se le alejaran lo suficiente como para poder salir.
Cada poco me tocaba el destornillador que había guardado en el bolsillo trastero de mi pantalón.
En ese momento me di cuenta de que debía de estar horrible. Desde mi ángulo podía ver como mis vaqueros estaban manchados y mi sudadera muy sucia.
Sin embargo, a penas me importaba mi aspecto. Lo único en lo que podía pensar era en evitar acabar entre las manos de alguno de aquellos delincuentes.
¿Cuantos podría haber? ¿50? ¿100? ¿200? ¿1000?
Me volví a acercar a la puerta y al no oír nada la abrí poco a poco. Eché un primer vistazo y al ver que no había nadie, salí de puntillas.
Era un pasillo diferente pero en las mismas condiciones. La alfombra del suelo rota y descolocada, el papel de la pared rajado por todos lados y desgastado, muebles de un color marrón viejo, algunos hechos añicos en el suelo.
Fui rápido pero sin hacer mucho ruido intentando no pisar nada que me delatara.
Caminé sin pausa, esquivando a las personas que oía acercarse. Sin embargo, no me encontré con nadie.
Entonces me paré. Delante de mi había dos enormes puertas de metal con una rendija de apenas unos milímetros que las separaba. Al lado de estas un botón.
Era un ascensor y como una idiota con un retraso más grande que el océano Pacífico, lo pulsé esperando que no funcionase... Pero no fue así.
Un chasquido agudo y hueco inundó el aire y seguido, el ruido de unas cadenas oxidadas a punto de romperse hicieron lo suyo acercando la cabina de este hasta mi planta.
Mi cuerpo comenzó a temblar. Emitía un ruido tan alto que era imposible que no lo hubiera oido nadie.
– Tenemos que bajar... La jefa ha convocado una reunión.
Una voz se oyó a lo lejos, pero lo suficientemente cerca cómo para saber que esa persona estaba a la vuelta de la esquina.
– Mierda, mierda, mierda – maldije en apenas un susurro y busqué a mi alrededor una salida.
Entonces me di de cara con una puerta hecha del mismo material que las del ascensor.
Bingo. Las escaleras.
En dos pasos llegué y pasé por ella cerrándola.
Tenía una pequeña ventanilla y me arriesgué a mirar a quien pertenecía aquella voz.
La chica que recordaba haber visto en la sala del casino y otro hombre al que en la vida había visto llegaron a la altura del ascensor.
Ambos lo miraron desconcertados cuando las puertas se abrieron "solas".
– Esto ha sido muy raro – habló el chico con el ceño fruncido.
– Sí, como todo aquí – respondió la chica poniendo los ojos en blanco – Venga, como nos retrasemos nos cortará los dedos – ambos entraron en el ascensor y pulsaron el botón de la segunda planta.
Genial. Si bajaba por las escaleras estaba segura de que me toparía con todos ellos y con una muerte lenta y muy dolorosa.
Entonces decidí subir hasta llegar al límite. La escaleras se cortaban en una puerta más limpia que las demás y por la que pasaba una corriente de aire frío al interior del edificio.
La abrí y descubrí tras ella el exterior a 14 pisos del suelo.
Caminé observándolo todo. Una niebla espesa cubría el cielo y junto con las nubes no permitían ver la Luna. Sin embargo, una pequeña gota de luz en el cielo me permitía saber que estaba presente. Y aunque fuera verano una brisa casi helada inundaba el ambiente.
No tenía ni idea de dónde estaba pero seguro que muy lejos de la ciudad o de algún lugar con vida. Apenas se oía nada, ni el ruido del bosque, ni el viento.
Parecía que la oscuridad lo absorbía todo, incluso mi respiración entrecortada.
Podía ver conductos de ventilación y tubos, muchos tubos. Era como si todo aquello estuviera preparado para vivir, pero en muy mal estado.
Me acerqué hasta el borde del edificio. Y volví a mirar abajo. No había escaleras exteriores ni nada por el estilo que me ayudaran a bajar por la fachada. Necesitaba encontrar otra salida en tiempo récord.
Recorrí toda la azotea sin éxito alguno.
Y cuando estaba a punto de perder la esperanza mi cerebro reaccionó.
Busqué el conducto de ventilación más grande que había. Con mucho esfuerzo quité la tapa. Aquello olía fatal y estaba segura de que había más bichos que polvo pero podía hacerlo. Al fin y al cabo, mi vida y la de mi madre estaban en juego.
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Invisible
Novela JuvenilSara Blake. Una chica de 17 años con un pasado difícil y lleno de preguntas sin respuestas. Su vida dejó de ser la misma cuando su madre, Samantha, falleció en un accidente de coche. Ya han pasado once años desde su muerte y han conseguido superar...