26. ¿MILLONARIO O QUÉ?

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Eché un vistazo al armario. Cogí un vestido blanco suelto el cual me llegaba por encima de las rodillas y unas botas de tacón. Me vestí y bajé a desayunar.

– ¿Estás preparada? – me preguntó mi padre sirviéndome unas tortitas y un zumo.

– Sí – afirmé empezando a desayunar.

– Iré a cambiarme. En 5 minutos nos vamos – dijo mi padre dándome un beso en la cabeza.

Entonces, mi móvil sonó encima de la isla indicando que alguien me llamaba. Vi el nombre en la pantalla y no dudé en cogerlo.

– ¿Qué es eso de que te mudas? – preguntó Mery nada más descolgar la llamada.

– Estoy bien. Gracias por preguntar – dije irónicamente – ¿Cómo te has enterado?

– Yo me entero de todo – dijo con bastante obviedad. Es estos casos, Mery daba miedo.

– No solo me mudo. También estoy embarazada – dije intentando no reír.

– Vaya por dios... – dijo ella – Espera. ¡¿Cómo que estás embarazada?! ¡¿De quién?!

– Es broma – dije riendo a la vez que rodaba los ojos – Pero es verdad que ya no viviré aquí. Ya te contaré, bebé – dije y colgué.

Terminé de desayunar y una vez lista, emprendimos el viaje hacia mi nueva casa.

Por lo que vi quedaba bastante lejos del centro. Al cabo de media hora el coche se detuvo.

– Hemos llegado – dijo mi padre desabrochándose el cinturón y saliendo del coche.

La vista que tenía en mi frente era alucinante. Estaba contemplando una mansión enorme. Ni en sueños me la hubiera imaginado así.

Tenía desde un porche para coches hasta una piscina enorme.

– ¿Aquí es donde vamos a vivir? – pregunté lentamente mirando embobada el lugar.

– Si – dijo mi padre poniéndose a mi lado.

– ¿Ahora eres millonario o que?

Este rió. Comenzamos a andar al interior de la casa. Entramos y lo primero en lo que me fijé fue la enorme lámpara que colgaba del techo. Iluminaba todo lo que estaba a la vista. Primero, mi padre me guió hasta mi habitación la cual estaba en la tercera planta. Cuando entré, aluciné del todo.

Había una enorme cama en el centro, una puerta que llevaba al baño y otra que llevaba a un vestidor. Una enorme estantería y al lado un tocador. Una cristalera de cristal que me daba vista a toda la ciudad de Nueva York. Está se abría y podías salir a una enorme terraza. Esto era algo irreal.

– ¿Te gusta o te parece pequeño? – preguntó mi padre desde la puerta.

– ¿Pequeño? ¡Esto es gigante!

– Cristina no piensa igual – dijo negando a la vez que reía – Me alegra de que te guste.

Después me enseñó el resto de la casa. En la planta de abajo había una cocina y un salón enormes, un comedor, dos baños más cuartos de limpieza. En la segunda planta estaba la habitación de mi padre y Katy más otro salón, dos cuartos más y una sala, según mi padre, para nosotras. Y en la tercera estaba mi habitación, la de Cristina, una reservada para el nuevo componente de la familia y más habitaciones de invitados.

– Ten – llamó mi atención mi padre dándome una llave – Esta es la llave de una habitación de la tercera planta. La he reservado para ti. Puedes hacer con ella lo que tu quieras.

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