49. IBA A EXPLOTAR

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Divisé con facilidad la mesa donde debía ir. Me abrí paso entre la gente y llegué a la altura de Marcos.

— Cariño. ¿Dónde estabas? Me tenías preocupado — dijo y me besó.

Si pudiera darle un puñetazo se lo daría. Se que disfruta con ello y eso hace que mi sangre hirviera más de lo normal.

Me obligó a volver a sentarme encima de él.

— Te llega a pasar algo y me da algo — dijo susurrando mientras miraba sus cartas.

— Pero estoy aquí... ¿no? — me miró de reojo y sonrió.

¿Qué hacía tanta gracia?

Eché un vistazo a la mesa. Matt en frente nuestro, un chico al que nunca había visto a la derecha y a la izquierda, Cristina encima del chico rubio.

No me puedo creer que esta chica sea capaz de estar un día con uno y un día con otro. ¿Nunca se cansaba?

Aunque por lo menos ese era más joven.

La partida prosiguió. Prestaba atención pero aquello me resultaba difícil. Me aburría mucho y no sabía qué hacer para matar el aburrimiento.

Entonces recibí un mensaje.

— Ahora vuelvo.

— Vale — dijo y plantó un beso en mi mejilla.

Salí de allí. Y miré el móvil.

DYLAN: cómo vas? Conseguiste algo?

SARA: Tengo una foto. Mira haber si descubres algo.

Le envié la foto y me dirigí a la barra a por algo de beber. Necesitaba estar más despierta si quería aguantar el resto de la noche.

— ¡Nueva York! — dijo alguien al otro lado de la barra.

Elevé la vista. Sonreí de inmediato.

— California. ¿Qué haces aquí?

— Sacar dinero para poder quedarme — respondió Danielle — Me gusta los Ángeles pero quiero un cambio — reí — ¿Qué te pongo?

— Whisky, por favor — guardé el móvil en mi bolso — Y bien cargado — añadí.

— Marchando — dijo y lo preparó — Aquí tienes... Por curiosidad, ¿con quién estas? — señalé la mesa rodeada de gente con la cabeza.

— Cristina y Marcos.

— ¿Están aquí? — asentí — Salúdales de mi parte. Seguro que Marcos se alegrará de oír mi nombre — solté una carcajada.

— Se lo diré — solté un suspiro — Si pudiera irme... Créeme, no estoy aquí por gusto.

— Te entiendo — contestó — Yo también desearía estar en otro lugar y no entre vejestorios adictos al dinero — rodó los ojos. Iba a pagar pero ella me paró — Invita a la casa.

— Gracias — le sonreí, cogí la bebida y la bebí de un trago. Ella me miró con las cejas elevadas — Por cierto... ¿conoces a un tal Matt Stones? — ella negó.

— Solo sé de el de vista. Si que conozco a uno de sus secuaces: James. Un chico rubio de ojos azules — arqueé una ceja.

Entonces recordé haber leído ese mismo nombre en la pantalla del ordenador del padre de Dylan.

— ¿A qué viene tal pregunta?

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