17. NO

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Me quedé mirando la puerta de salida donde apenas un par de minutos había salido la niña rubia.

¿Cómo podía haber dicho eso? ¿Acaso puede saber lo que piensan los demás? No, eso es imposible. Sería pura casualidad...

¡¡¡ESA NIÑA LEE LAS PUÑETERAS MENTES!!!

Giré un poco la cabeza hasta que coincidí mi mirada con la de César. Elevó sus cejas. No me acordaba ni de que estaba ahí.

Solté un suspiro largo hasta desinflar mis pulmones volviendo mi vista a las baldosas color crema del suelo.

Negué con la cabeza y alcé mi cabeza hasta la altura del asiento de la niña. Fruncí el ceño.

Me solté de la mano de César por primera vez en una una hora y me acerqué a paso lento hacia donde estaban la niña y su madre.

Me dolían las costillas a infiernos. Es como si se me estuvieran clavando por cada paso que daba.

Cuando estuve a la altura de los asientos, me puse de cuclillas y estiré el brazo hasta que mi mano pudo coger lo que quería.

Me levanté y observé el peluche. Era un unicornio, de eso estaba segura. Tenía que ser de la niña.

Miré en dirección a la puerta y por un momento pensé en salir y darle el peluche a la niña pero luego recapacité, y supuse que ya se habrían ido.

Volví a mi sitio observando el muñeco.

¿Esto todo qué es? ¿Una broma? Si, tiene que ser eso. Están pagando a la niña para hacer una broma con cámaras ocultas y luego reírse de mi. Si, tiene que ser eso...

–Sara...– dijo César sacándome de mis pensamientos.

Estaba de pie, enfrente de mi con su mano tendida. La acepté y me ayudó a levantarme.

Una vez de pie, agarré de nuevo la mano derecha de César. Me sentía mejor, más segura y fuerte.

Él me sonrió con los labios pegados y yo hice su mismo gesto.

Seguidamente, caminamos hasta una puerta de madera oscura en la que ponía: 'DESPACHOS'

Nos adentramos en el lugar. En cambio que en la recepción, aquí había gente para aburrir. Mujeres y hombres vestidos con el traje de policía se pasaban de un lado a otro. Unos con papeles en las manos, otros hablando entre sí y otros sentados delante del ordenador.

–Me han dicho que tenemos que entrar ahí– dijo César señalando a una puerta al fondo en el lateral derecho.

Mire en dicha dirección y nos acercamos a ella. César pico dos veces con el puño en la puerta y desde el otro lado se oyó un "adelante"

Apreté fuerte la mano de César. Él me miró.

–Tranquila, todo irá bien– dijo para después depositarme un beso en la mejilla y abrir la puerta.

Me dejó que entrara yo primero y así lo hice. Nada más pisar el despacho vi en frente de mi una mesa con un ordenador y muchos papeles revueltos. Detrás de esta había un hombre, de unos 35 años, con unas gafas puestas las cuales se quitó al vernos entrar. Delante de la mesa había tres sillas simples negras.

Detrás del hombre había una ventana con barrotes por fuera. A un lateral de la sala había una estantería llena de archivadores y al lado de esta dos sillas más iguales que las anteriores.

César cerró la puerta a espaldas mío y se puso a mi lado.

–Sentaros, por favor– la voz del policía rompió el silencio.

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