Invisible

38. NO MUERDO

Llevo como media hora sentada en la pierna de Marcos.

Él ha estado jugando. Sabe de que va el tema. Ha intercambiado alguna palabras con el rubio.

Incliné el cuerpo hacia delante para que mi boca quedara al lado de su oído.

— ¿No te peso? — pregunté en bajo pero lo suficientemente alto para que me oyera entre el alboroto que había.

— No, tranquila. Tu sigue así — dijo y eso me calmó un poco.

— Ey Marcos, deberías prestarme a tu novia — dijo el chico que tenía en frente.

Lo fulminé con la mirada.

— Lo siento Matt, ella es solo mía — dijo.

Me agarró el mentón y acercó mis labios a los suyos. Por un momento me iba a separar pero recordé que era su "novia".

— Oh vamos — volvió a hablar ese tal Matt — Solo una noche.

— Una noche es la que vas a pasar tu en el hospital como sigas hablando — dije mirándole fijamente.

Se oyeron unas risas y murmullos alrededor nuestro.

— Oh, tranquila, gatita. No me arañes — contestó — Pero lo pasarías bien.

Dicho eso todos volvieron al juego. Cristina me advirtió con la mirada de que no me pasase. No le iba a hacer caso. Que no me hablen como si fuera un juguete. Soy persona, igual que todos ellos, igual que él.

La morena se levanto y me hizo una seña de que yo también lo hiciera. Nos acercamos a la barra.

— ¿Eres tonta o qué? ¡No te metas con esa gente! — dijo frustrada.

— ¡No voy a dejar que me digan esas cosas! — contesté.

— Pues aguántate si no quieres problemas mayores.

Pidió al camarero dos whiskys. Mientras esperábamos saqué el móvil y abrí la bandeja de mensajes. Vi unos cuantos pero el que me llamó la atención fue uno de Mery.

MERY, 10:28 — Ey, César llamó a Adam... Qué pasó?

SARA, 10:47 — Ya te contaré.

Y justo en la pantalla apareció una foto de mi padre. Me llamaba.

— Cógelo — me ordenó.

La miré y luego al teléfono. Como vio que no la aceptaba la aceptó ella. Abrí los ojos como platos y ella me colocó el móvil en la oreja.

— Hola, papá — dije fulminándola con la mirada.

— Hola, Sara — contestó al otro lado — ¿Cómo va todo?

— Bien, ya sabes. Sobreviviendo a este infierno.

— No será para tanto.

— No lo sabes tu bien — hablé más bajo.

— Oye... Se oye mucho ruido, ¿dónde estás? — me alarmé.