34. DYLAN WALKER

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Él se sentó con toda tranquilidad a mi lado. No podía apartar la vista de su cara. Me daba la sensación de que solo era fruto de imaginación.

— Soy real — dijo.

Le toqué la cara y el pelo repetidas veces.

— ¡Estás aquí! — grité y me lancé a sus brazos.

Dylan me correspondió el abrazo. Y os preguntaréis... ¿Quién es Dylan? Pues mi ex... Sí, señoras y señores, tuve un novio antes de César. Hace dos años salimos pero cortamos ya que Dylan se fue a estudiar a Canadá. Quedamos como amigos pero perdimos el contacto pasado un año.

Pero ahora verlo es increíble. Ha cambiado mucho, desde el físico hasta la forma de vestir y el peinado.

— ¿Qué haces aquí? — pregunté cortando el abrazo.

— Créeme. No estoy aquí por gusto — rió — Mi tío es el director de este campamento y me obligó a venir — rodó los ojos.

— Entonces volviste a New York — aclaré.

— Sí — respondió — Quiero buscar una universidad aquí, no en un país en el que no nací.

— Normal... — hice una pausa mientras miraba al césped.

Me volví a lanzar a sus brazos.

— ¡Estás aquí! — rió.

Hablamos un poco más sobre su estancia en otro lugar.

— Oye... ¿Por qué no te vi antes?

— Llegué hace un par de días — dijo y asentí.

Ya era hora de ir a comer así que nos levantamos y nos dirigimos a la cafetería. Cogimos un plato con la comida y nos sentamos en una mesa libre.

— Me voy a quedar, definitivamente — dijo de repente.

En mi cara apareció una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡¿Enserio?! — hice una pausa mientras él asentía — ¡Es una noticia increíble!

Me cogió la mano y las estrechó entre las suyas.

— También me voy a casar — Silencio.

Mi semblante se puso serio. Después, al mismo tiempo soltamos una carcajada.

— Sara... Tengo que hablar contigo.

César apareció al lado de la mesa. Llevaba la vista en el móvil pero cuando la levantó y vio a Dylan lo asesinó con la mirada.

— ¿Quién coño eres tu? — preguntó.

— Lo mismo me gustaría saber — contestó Dylan.

— César... — hablé — No...

— Ah perdona — me interrumpió — No quería molestaros — dijo con tono cínico.

Después se dio la vuelta y comenzó a andar. Me levanté detrás de él y corrí hasta llegar a su altura.

— Para, por favor — le pedí pero no hizo caso — ¡Para!

Le agarré del brazo para que frenase. Conseguí que detuviera el paso.

Miró a todos lados menos a mi. Después de unos segundos bajó su mirada para que coincidiera con la mía.

— No es lo que piensas.

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