Nicole...
Lo hicimos un par de veces más. En el comedor, en la sala nuevamente, en la tina de baño.
Joseph es maravilloso, me había tratado como la persona más especial de este mundo, me había hecho el amor, aunque él dijera que fuese solo follar.
—Señor...
Joseph me sostiene entre sus brazos cuando entra el hombre de seguridad.
—Dime Marshall. —me acerca más a su pecho si eso es posible. —¿Sucede algo?
—Leyla ha muerto esta mañana.—¡Mierda!
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —pregunta Joseph un poco conmocionado. —¿Quien te ha dicho eso? —me separa un poco de sus brazos y ya siento que algo me falta.
Mierda no sé si sea algo bueno y no quiero sentirme una mala persona al saber que ella ha muerto y eso me haga recuperar la paz mental pero Leyla era un dolor en el culo.
—Lo hemos confirmado, pero han llamado, al prever es el único familiar de ella aquí, debe ir a reconocer el cuerpo.
Joseph me mira.
Asiento, sé que de alguna forma esta consultándolo conmigo.—Iré. Muchas gracias por avisarme de esto Marshall. —Joseph sonríe de lado. ¡Que guapo!
—Yo... ¿Lo siento? —me encojo de hombros. ¿Tenía que decir que lo sentía? Porque en realidad no siento absolutamente nada más que profundo gozo.
Frunce su ceño y me atrae a sus brazos nuevamente.
—Quizá esto sea una mierda pero Leyla termino mal, y que Dios me lleve directo al infierno pero me siento feliz de que haya sucedido. Ahora estás a salvo.
Siento un peso irse de mis hombros.
Es cierto. Estamos a salvo.
—Necesito ir, necesito verificar que sea ella. No estaré tranquilo hasta saber que estás realmente a salvo e investigar que ella no tenía cómplices.
Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo.
—Puedo ir contigo si gustas.
Una sonrisa ilumina su rostro.
—No quería pedirlo nena, ver un cuerpo no es de las cosas más fáciles.
—Bueno, estaré más segura contigo. —me acercó para abrazarle y depósito un beso sobre su mejilla y después sus labios.
—Mierda, soy la persona más afortunada de tenerte. —sonríe, en sus ojos hay un brillo especial que no había notado antes.
(...)
—Ya. —suelto riendo a carcajadas. —Joseph basta. —vuelvo a reír, me retuerzo en sus brazos, necesito que pare de hacer cosquillas en mi estómago.—No quiero. —su voz suena como la de un niño pequeño y me hace sonreír con ternura.
—Debemos pararnos de esta cama, no podemos estar aquí todo el día.
—¿Quien dice que no? —dice cuando me toma de la cintura y me vuelve a atraer a su pecho.
—Tenemos que comer.
—Mmh se de una comida mejor. —insinúa recorriendo todo mi cuerpo con su vista. Muerde su labio.
¡Dios mío! Estoy sonrojadísima.
—Me refiero a otro tipo de comida Joseph. —finjo indignación.