Era viernes por la mañana y ya había pasado cuatro días de que Diego me pidiese compromiso.
Mi madre, la mamá de Diego y yo íbamos en dirección a buscar traje para mi futura boda.
Escogí tres y me cuando me probé uno me miré al espejo, estaba realmente preciosa, parecía sacada de un cuento.
Lloré, había ignorado el nudo en la garganta, no debería estar llorando, simplemente no podía entenderlo, no sabía cómo había llegado hasta aquí.
Una hora más tarde ya tenía traje para la boda, sería dentro de un mes.
Todo sería demasiado rápido y no sé si lo preferiría así, quizás tendría menos tiempo para arrepentirme.
Max me había dado la mañana libre ya que se lo había pedido Diego, pero a las cinco debería ir a la oficina a recuperar las horas cosa que me extrañaba ya que la oficina nunca solía abrir por la tarde.
No quería ver a nadie, solo quería hablar con Pat, él aún no sabía nada de la boda y realmente me daba miedo contárselo, probablemente me matará.
Subí por el ascensor y entré en la oficina, Anne no estaba, como ya dije nadie solía venir por la tarde. Esta vez mi atuendo era más casual, opté por unos jeans, una camiseta y una americana para darle un toque más sofisticado.
Caminé casi arrastrando los pies hacía la oficina de Max, él tampoco estaba allí y realmente lo agradecí. Me senté en mi silla y observé la torre de carpetas que tenía por archivar aún, cosa que me hizo deprimirme más.
Quizás pasaría una media hora cuando la puerta que permanecía entre abierta se abrió por completo, apareciendo detrás Max con dos cafés y una bandeja de dulces.
-. Buenas tardes Helen. –dejó los cafés y la bandeja en la esquina de la mesa y trajo su silla para sentarse a mi lado.
Yo me limité a alzar la vista y susurrar un tímido hola casi inaudible, cuando se sentó a mi lado me quitó el bolígrafo de las manos, retiró los papeles y apagó la pantalla del ordenador.
-. Es hora de merendar pequeña, te quedan aún siete horas de trabajo y te quiero mantener con fuerzas. –sonrió de forma malvada.
Perfecto, saldría de allí a la una de la madrugada.
-. No tengo hambre, gracias. –volví a coger el bolígrafo y nuevamente el me lo quitó.
-. Vamos Helen, no me obligues a darte la merienda como a los bebés. –rió mientras me pasaba un vaso de café del Starbucks.
Tomé un sorbo de café y me ofreció un donut de chocolate, mientras él le pegaba un bocado al suyo.
-. Gracias pero no tengo hambre Max, con el café es suficiente. –le sonreí a modo de agradecimiento.
-. Oh no, no me digas que te has puesto a dieta para el día de la boda, todas las mujeres lo hacen.
Agradecí haber agarrado con fuerza el café o hubiese bañado a Max en él.
-. Claro que no, simplemente no tengo hambre. –mis tripas rugieron debido al rico olor del chocolate del donut, gracias querido estómago.
-. Mmm, tu estómago no dice lo mismo que tu pequeña. –me puso el dulce en los labios y los mantuve cerrados. – venga, no seas cabezota niña.
Accedí y di un pequeño mordisco al dulce, mmm realmente delicioso. Cuando tragué, Max volvió a repetir la operación y yo volví a dar otro mordisco, esta vez un poco más grande. Y de nuevo repetimos el proceso hasta que acabé el dulce, en el último trozo Max rozó su dedo con mi labio inferior y lo acarició.
-. Has sido una niña muy buena. –me apretujó la mejilla como si fuese una niña pequeña, cuanto odiaba eso.
Agarré su mano y lo obligué a dejarme de apretujar la mejilla.
-. Odio que me hagan eso. –puse cara de enfado y me crucé de brazos, él se rió ante mi actitud infantil.
-. Eres tan adorable cuando te lo propones pequeña. –susurró y se inclinó hacia mí. –tienes un poco de chocolate.
Max miró la esquina de mi labio inferior y supuse que sería ahí donde tenía chocolate, quise quitármelo pero él se adelantó, me agarró las manos con delicadeza y me pasó su lengua por donde estaba el chocolate.
Besó la comisura de mis labios y me miró a los ojos, durante unos segundos me perdí en su mirada, parecía que el mundo se había parado, tan sólo escuchaba a mi corazón latir.
-. Lo siento. –dijo separándose de mí y me soltó las manos.
Yo me toqué el pelo nerviosa, estábamos incómodos y ambos lo estábamos notando, dio un trago a su café ya frío y me volvió a mirar.
-. Entonces, en menos de un mes serás una mujer casada oficialmente. –dijo serio.
-. Eso parece. –bajé la mirada al suelo.
-. ¿Es realmente lo que quieres?
No obtuvo respuesta por mi parte, seguí con la mirada perdida.
-. Helen, contéstame por favor. –posó su mano en mi rodilla y eso me hizo reaccionar, levanté la cabeza y lo miré.
-. N- no lo sé, no sé. –fue pronunciar estas palabras y comencé a llorar, tapé mi cara con mis manos, no debí haberlo dicho.
-. No llores pequeña, por favor. – volvió a suplicarme y me quitó las manos del rostro para limpiar las lágrimas.
-. Lo siento. –cerré los ojos, no quería me viese así, no quería mostrar a nadie mi miedo a casarme y mucho menos a él.
Max me agarró de la cintura y me levantó de la silla para sentarme sobre sus rodillas.
-. Ha sido culpa mía, te he hecho llorar. –acarició mi cabello y me abrazó contra él, me aferre a su torso y me escondí en su cuello.
Pasaron unos minutos hasta que me tranquilicé, me aparté un poco de Max.
-. Será mejor que me ponga a trabajar.
Y eso hice, me volví a sentar en mi silla y cogí mi bolígrafo pero esta vez Max no me detuvo, sólo se sentó en su mesa y comenzó su trabajo al igual que yo.
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No Pretendo Enamorarte
Romance"Yo no pretendo enamorarte, no quiero que le pongas nombre a lo que hacemos por placer." Helen Celotti, hija única de padres millonarios con poco tiempo libre para su única hija. Tan sólo dieciocho años recién cumplidos, con un cuerpo envidiable par...