32. Nos pueden ver.

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Me senté de nuevo en la cama, mis piernas no podían soportar mi peso en estos momentos.

-. Me voy a bañar, abre la puerta cuando llamen. Eres tan inútil que he tenido que contratar a una cocinera para esta noche. –dijo mientras se marchaba al baño.

Después de pasar unos minutos sentada en la cama, intentando dejar de temblar y calmar mi llanto, opté por levantarme y coger mi móvil del suelo. Diego lo había estallado contra el suelo cuatro veces y como intuí, la pantalla estaba hecha añicos y no encendía. Escuché el timbre y corrí para abrir la puerta, era la cocinera que había contratado Diego. Se presentó, se llamaba Alejandra, una mujer pelirroja de unos cuarenta años, muy simpática, me recordaba un poco a Lana.

Estuvimos hablando un largo rato sobre lo que cocinaría esta noche y le indiqué el número de personas que vendría a cenar, poco después apareció Diego ya arreglado para la cena. Saludó a Alejandra y cuando ésta se puso manos a la obra con la cena Diego me jaló del brazo y me sacó de la cocina.

-. ¿A qué esperas para vestirte? En media hora estarán aquí.

-. Ya me iba, no quería dejar sola a Alejandra. –dije con la cabeza agachada.

-. No tardes y más te vale callar esa linda boquita. –apretó mi brazo con fuerza mientras me sonreía.

Le dirigí una mirada de odio y solté mi brazo de su mano para marcharme al baño.

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Me sumergí en la espuma blanca de la bañera, recosté mi nuca en el filo y cerré los ojos.

Imágenes pasaban por mi cabeza, desde el día en que conocí a Diego y Max, el día que besé a Max por primera vez, cuando Diego me pidió matrimonio, los mensajes con Max… y lo peor vino cuando recordé lo que había ocurrido esta misma mañana, de nuevo las lágrimas bañaban mis mejillas mientras sentía un nudo en la garganta que no me dejaba respirar.

Quería poder gritar al mundo lo que sentía, cómo me sentía… lo infeliz que había comenzado a ser junto a Diego, el terror que me daba solo de pensar que tendría que compartir hogar con él y que justo en una semana estaría oficialmente casada.

Quería huir de todo esto, quería contar todos mis miedos, pero si le decía a alguien lo que estaba ocurriendo, temía por mí, por mi vida.

No sé hasta qué punto es capaz de llegar Diego, no sé qué es capaz de hacerme. Y no quiero comprobarlo, no quería sufrir más. Pero quedarme a su lado no me hará feliz.

Un golpe en la antigua puerta de madera me hizo sobresaltarme, abriendo los ojos y encogiéndome del miedo.

-. O acabas en cinco minutos o sales desnuda a recibir a tus padres. –Exclama Diego tras abrir la puerta.

-. Lo siento. –tartamudee. -. ¿Ya están aquí? –cogí una toalla y envolví mi cuerpo en ella.

-. Si, cinco minutos o vuelvo por ti. –se marcha del baño.

Salí del baño de la habitación y abrí mi armario, me vestí con unos jeans desgastados y una blusa de finas rayas en azul marina y blanca, dejando los dos últimos botones sin abrochar. Cepillé mi cabello húmedo aún a toda velocidad y maquillé rápidamente mi rostro de forma sutil, intentando disimular las ojeras y los ojos hinchados a causa del llanto.

Miré la mejilla que me golpeó Diego, no tenía marcas, sin embargo en el lateral derecho de las costillas tenía un hematoma morado del tamaño de una castaña, el muy cabrón sabía dónde pegarme y que nadie lo viera.

De nuevo la puerta se abrió de golpe y se cerró a las espaldas de Diego, que caminó hasta a mí y me agarró de las muñecas.

-. Voy a empezar a pensar que eres masoquista niña. –me gritó.

No Pretendo EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora