23.Si te arrepientes aquí estaré.

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Media hora después Diego y yo entrabamos por la puerta de la casa de los Brummer.

En el salón estaban Anne y Luís.

-. Ey hola Helen. –me saludó Anne con dos besos.

-. Hola chicos. –saludé con una sonrisa forzada.

Mientras Diego hablaba con Luís, Anne me explicaba que harían sobre la fiesta sorpresa de Luís que sería en dos días. Un rato después me enteré de que los padres de Diego estaban de vacaciones por sus bodas de plata y que por eso la fiesta se haría en la casa.

Aunque aparentaba mostrar interés a las conversaciones lo único que ansiaba por saber era donde estaba Max.

Alrededor de las nueve cenamos y poco más tarde Diego y yo ya estábamos en su habitación.

-. Me voy a bañar, ¿te vienes? –dijo Diego con una amplia sonrisa.

-. Mm. –pensé por unos segundos- -. La verdad que creo que me voy a dormir ya, no me encuentro bien.

-. ¿Tienes fiebre o algo? –caminó hasta mí.

-. Oh no, no creo. Sólo que me duele un poco la cabeza y me tiene que bajar la regla.

-. Como quieras entonces, pero si lo que quieres es evitarme dímelo. –dijo un poco enfadado.

-. Diego por favor, si te quisiera evitar no estaría aquí, me encuentro mal, eso es todo.

El sentimiento de culpabilidad comenzaba a hacerme sentir mal de verdad, yo soy de las personas que no soportan la mentira aunque a veces duela más que la propia verdad.

-. ¿O es que quizás ayer tuviste la noche movidita con mi querido hermanito y no descansaste lo suficiente? –se cruzó de brazos.

-. ¿Vas a seguir con el tema? Dímelo para irme a mi casa. –me levanté de la cama dónde estaba sentada.

-. ¡Lo estás deseando Helen! Estás deseando irte pero no te voy a dejar, te vas a quedar aquí. –me zarandeó el brazo.

-. ¡Qué no soy un maldito objeto joder! Si me quiero ir me iré. –me solté de su brazo.

-. No, quiero que te quedes y te vas a quedar. –cogió mis muñecas y las apretó.

El tono de voz de ambos se había elevado demasiado.

-. ¡Haré lo que quiera! Tú a mí no me mandas entérate ya. –intenté zafarme de nuevo de sus brazos.

-. ¡Háblame bien estúpida! –me soltó para darme una cachetada en la mejilla.

Créanme que no me he sentido más humillada y desgraciada en mí vida. Comencé a llorar de rabia, de impotencia. Quería estrangularlo con mis propias manos pero si lo haría probablemente me pudriría en la cárcel, respiré profundo y salí de la habitación dando un tremendo portazo. No sin antes decirle que se arrepentiría de lo que acababa de hacer y él quiso retenerme de nuevo pero esta vez no me dejaría.

Entré en el baño que se encontraba en el pasillo, ya lo conocía, ya había estado allí una vez.

Me miré al espejo y pude ver mis lágrimas en mis mejillas acompañadas de la máscara de pestañas y además tenía la mejilla roja. Sentí la necesidad de sujetarme al lavabo o caería al suelo ya que comencé a sentirme mareada, minutos después me lavé la cara con agua y salí del baño con miedo de volver a aquella habitación pero ahí estaba mi salvación esperándome, Max estaba dejado caer del marco de la puerta de su habitación que quedaba frente a la del baño, tenía unos pantalones de pijama grises e iba sin camiseta.

No Pretendo EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora