19.Ahora ruégame que te bese.

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-. Te extraño cielo, quiero verte y tenerte de nuevo entre mis sábanas. –Max imitó a Diego en tono dramático.

Aún seguía atrapada entre sus fuertes brazos.

-. Estás completamente loco, no vuelvas a hacerme esto. –seguí luchando para separarme de él.

-. ¿El qué? ¿esto? –

Me volvió a morder el cuello pero esta vez lo hizo de una forma más delicada y paciente. Déjenme decirles que tenía el corazón en un puño mientras hablaba con Diego y sintiendo a Max rozando cada centímetro de mi cuerpo sintiendo sus cálidos labios sobre mi piel ardiente, todo pareció haber pasado muy deprisa, un olor a quemado nos puso en alerta, Max me soltó y corrió hasta la cocina, yo le seguí.

-. Creo que tendremos que cenar otra cosa. – sacó la pizza del horno completamente tostada.

-. Eso parece. –no pude evitar reírme, la cara de Max era un poema. – No sabes cocinar ¿verdad? –pregunté divertida.

-. No mucho. –acarició su cabello con una media sonrisa. –Dime que sabes cocinar algo que no sea una salchicha.

Me reí, era un completo desastre en la cocina, sobre todo en la repostería.

-. ¡Pediré unas pizzas entonces, debería haberlo pensado antes! –dijo Max marcando.

Caminé de nuevo al sofá y dos minutos después lo tenía frente a mí, sentado en la mesita de cristal.

-. ¿Vas a tener esa cara toda la noche? –juntó sus manos.

-. No, cuando atraviese la puerta mi sonrisa aparecerá. –dije señalando la puerta.

-. ¿Y si no te dejo salir nunca?

-. No creo que soportes mi duro carácter dos horas más. –reí, podía llegar a ser el ser más insoportable del universo si me lo proponía.

-. Ahí si te doy la razón, estas un poco amargada. –se estaba riendo, de mí y en mi cara.

Me incorporé del sofá y me acerqué a él inclinando mi espalda.

-. ¿No te has parado a pensar por un momento que quizás sea todo por tu culpa?

Miré sus ojos cristalinos, creo que no debí haberlo hecho, él me miró de una manera aún más profunda, parecía estar desnudándome con la mirada, parecía que podía ver hasta lo más íntimo de mi alma, mis pensamientos, mis sentimientos.

-. No, la única culpable aquí eres tú pequeña. –nuestros ojos seguían conectados.

-. ¿Se puede saber por qué? –quería dejar de mirarlo pero algo me aferraba a no dejar de hacerlo.

-. No te muestras tal como eres, tienes miedo y eso te pone de mal humor.

-. Soy tal como me muestro, no digas tonterías.

-. Me estas mintiendo, tus ojos me lo dicen todo.

Max se acercó más a mí y nuevamente entre nosotros solo había escasos centímetros de distancia.

-. Vamos pequeña sé lo que quieres, ambos queremos lo mismo. –agarró mi barbilla y se acortó aún más la distancia entre nuestros labios, podía sentir su aliento.

-. Lo único que quiero es marcharme de aquí. –susurré aún con mi mirada perdida entre sus ojos.

-. No mientas, muéstrate cómo eres Celotti, sólo durante esta noche. Olvida quien eres y quien soy yo, sólo déjate llevar.

Miró mis labios por unos instantes y yo hice lo mismo.

-. Ahora ruégame que te bese. –su voz sonó ronca.

-. Hazlo, por favor. –susurré de nuevo.

Me besó.

El primer beso fue tímido, corto y efímero, quizás esperaba alguna reacción proveniente de mí pero yo no fui capaz de reaccionar. Entonces me volvió a besar de nuevo, esta vez sin timidez, al principio seguí sin moverme hasta que me acarició el cabello y posó su mano en mi cintura haciéndome reaccionar, pasé mis manos por su cuello y comencé a besarlo, nuestras lenguas se unieron en un vaivén  y lo empuje contra mí, haciéndolo levantarse de la mesita. Por un momento pensé que caería sobre mí, pero cuando me pude dar cuenta sus manos agarraron mi trasero levantándome del sofá y yo enredé mis piernas en su cadera.

Caminó hasta la pared más cercana y me pegó a ella, nuestras lenguas seguían en una alegre danza.

-. Agárrate a mí. – dijo Max entre nuestros labios y así lo hice, me aferré a su cuello y apreté mis piernas contra él y sus manos comenzaron a quitarme la chaqueta, créanme que agradecí que la pared estuviera detrás de mí o probablemente hubiese caído al suelo.

Segundos más tarde se deshizo de mi camiseta también, comenzó a besar mi cuello y morder mis clavículas mientras mi respiración entrecortada no me permitía casi ni abrir los ojos.

Me agarró de nuevo el trasero con fuerza, pegándome a él y comenzó a caminar de nuevo hasta que sentí como me dejaba en la barra americana de la cocina pero él no se había separado de mí, seguía manoseándome el cuerpo como si me fuera a esfumar para siempre.

Me armé de valor cegada por la excitación y tiré de su blusa blanca haciendo que los botones saltaran por todo el departamento.

-. Oh pequeña, no sabía que eras tan salvaje. –rió para luego morderme el labio inferior mientras se sacaba la blusa del todo.

Me excitó su voz, no parecía la misma ya que sonaba más ronca y profunda.

Noté las yemas de sus dedos recorrer mi espalda para deshacerse de mi sujetador negro y al instante noté un pezón entre sus dientes haciéndome retorcer de placer, lo hizo de nuevo con el otro pezón y yo mientras arqueaba mi espalda hacia atrás, enredando mis dedos entre su suave y alborotado cabello y gimiendo lo más flojito que mi excitación me lo permitía.

Noté de nuevo sus dedos recorrer mi anatomía, estaba desabrochando mis jeans.

Dejó de besarme y noté como bajaba mi cremallera, en ese momento la imagen de Diego en mi cabeza me hizo bajar de mi nube y toda la excitación se marchó tan pronto como había venido.

-. Para, por favor. –le dije a Max mientras trataba de apartarlo y que soltara mis jeans.

Justo en ese momento sonó el timbre ¡salvada por la campana!

Max se apartó de mí, me recorrió todo el cuerpo con su mirada y se dirigió a abrir la puerta dejándome allí sentada en la barra de la cocina. Me percaté de que no tenía cubierto mis pechos y me bajé de allí corriendo para meterme en una habitación que escondía el pasillo.

La habitación era bastante amplia para ser un departamento, tenía una cama en el centro de la habitación lo suficientemente grande para más de dos personas y estaba todo muy ordenado.

Había un armario de madera negro que ocupaba toda una pared contrastando con el color azul cielo de las paredes, había una foto en la mesita que había al lado de la cama, eran Max, Luís y Diego. Quizás tenían dos o tres años menos que ahora y sonreían abrazados por el hombro.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies y se me hizo un nudo en la garganta.

¿Qué estaba haciendo? Mejor dicho, ¿qué locura acababa de hacer?

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¿Se verá obligada Helen a suspender su boda?

¡¡¡En un ratito nuevo capítulo!!!

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