Capítulo 32

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Unos años después...

Recorrer el centro de la cuidad en plena hora pico no era de mis actividades favoritas, pero lo era visitar a John en la prisión los fines de semana —y cuando engañaba a los guardias diciendo que era una emergencia.

—Cedric, eres un gran idiota —hablé al llegar.

Cedric seguía trabajando como policía, pero se había vuelto guardia en la penitenciaria tras el arresto de John, me lo topaba cada vez que venía a visitarlo. Había venido cada vez que podía desde que vendí la vieja casona y empecé a vivir en distintos departamentos.

—¿Sabes que no se insulta a los policías? —me respondió con cara de pocos amigos.

Y Cedric seguía siendo el idiota más prepotente que había conocido.

—Sabes que no me importa —admití—. Vengo a...

—Ver a John —completó mi frase y rodó los ojos.

Me guió, como siempre, hasta el ala de visitas a prisioneros. Ya sabíamos la rutina, yo llegaba, nos insultabamos y luego nos sentábamos todos juntos a hablar.

En momentos como esos solía recordar los viejos tiempos, cuando iniciamos el golpe en Inframundo y salíamos juntos como si fuéramos normales... Sabía que ellos también lo sentían así, pero ninguno se atrevía a pronunciarlo. Además, iba contra mi nueva convicción de dejar todo en el pasado.

—Darrien, eres un gran idiota —saludó John cuando estuve sentado frente a él.

—Estamos de acuerdo en algo —espetó Cedric.

—No puedo creer que me hicieran echar el otro día —les recriminé yo—. Con todo el tiempo que paso visitándote, ¿así me pagas? ¿Sabes lo tedioso que es caminar por la cuidad con el tiempo que está haciendo?

Me fingí indignado y volteé el rostro. Me agradaba saber que John reía durante mis visitas, no sabía si lo hacía en otros momentos. Sólo lo veía pálido y ojeroso bajo sus orbes castañas.
Tenía sus rizos color avellana más largos —contando con que a los reclusos les hacían corte militar, ya ni siquiera se apreciaban como rizos—. Se le seguían marcando los hoyuelos en las mejillas cuando sonreía, y aún poseía la habilidad de iluminar una sala con ella. Y odiaba que la perdiera por mi culpa.

—Podrías venir en tu motocicleta. ¡Ah, cierto! La perdiste en una apuesta —rió cínico.

Y John seguía haciendo bromas. Me tranquilizaba y quitaba la culpa de mi conciencia pensar que seguía siendo la misma persona divertida y risueña que era la mayor parte del tiempo... antes.

Había hablado miles de veces de lo mismo con Cedric, era la única persona que tenía en común con John, después de todo. Y él pasaba casi todo el tiempo acompañándolo, como me había prometido hace casi tres años. Me había dicho que nadie lo golpeaba o se metía con él, pero que siempre estaba solo. Y, naturalmente, todos lo odiaban por tener de amigo a un guardia.

—No sé por qué tuviste que vender tu hermoso auto convertible, el que tenías hace unos años. Y nunca me paseaste en él, miserable —continuó.

—Era de mi papá —me reí—. Y necesitaba el dinero, jamás te hubiera subido en él.

—No sé por qué me quedo a escuchar sus conversaciones —comentó Cedric, quien había estado callado—. Siempre hablan de estupideces.

—Pues, ¿de qué hablan cuando yo no estoy? —lo reté.

Compartieron una mirada cómplice, no pudo haberse hecho más evidente. Decidí nunca preguntar sobre ella, aunque ocurría más veces de las que recordaba y no eran buenos mentirosos ni tratando de disimular. John parpadeó eliminándola de su rostro y reemplazándola con una sonrisa de burla. Cedric, en su lugar, mantuvo sus ojos en él, con una mirada de reproche esta vez.

Miradas Frías [gay] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora