Capítulo 33

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Entré en pánico.

Había amanecido solo en la cama, recordando haber dormido con Will.

¿Un sueño? No podía ser. Sólo se había ido... de nuevo.

El pánico cambió a ira, y la descargué con una de mis almohadas —rompiendo su funda a la mitad, liberando su relleno—. Las sabanas eran un desastre, y estaba desnudo bajo ellas. Cubrí mi desnudez con unos viejos y gastados jeans deslavados; estaban arrugados, ligeramente rotos y me quedaban holgados, pero no era propio de mí comprar mucha ropa, o ir a una tienda. Casi todo lo que compraba era en el centro o por internet.

Mi cabello, en las mañanas —y casi todo el tiempo— era un desastre, lucía un color más ceniciento, y estaba enmarañado y revuelto. Dedicaba mis dedos a peinarlo hacia atrás y lo fijaba con agua.

En mi habitación personal sólo poseía una cama extra grande y unas repisas con algunos libros y CD's viejos y nuevos, un ordenador y cómoda con gavetas. Tenía una ventana ancha en la pared izquierda con los vidrios cromados (como todas las del piso), debía abrirla para dejar entrar la luz solar.
Me estiré un poco antes de levantarme y salí del cuarto tranquilo.

Era un nuevo día y William no me lo arruinaría, nadie me arruinaba mis días. Aunque me decepcionó que se fuera así como así, pero lo veía venir, sobre todo por como nos tratamos el día anterior. No lo culparía por no volver a buscarme, pero me hacía sentir mal. Igualmente no me tiraría deprimido.

Al menos me hubiera dejado una nota diciéndome que soy un idiota, pensé. Antes lo hacía, y yo las tiraba, pero las seguía dejando de todas formas.
Las ventanas de la sala estaban abiertas, dejando entrar luz natural e iluminando el salón.
Mi sofá largo y dos sillones estaban en el centro de esta, y entre ellos una mesa pequeña que utilizaba como comedor. Y en frente un televisor no muy nuevo, sobre otra mesa más grande con más libros, música y reproductor de vídeo y audio.

Mis cosas viejas, pensé. Muchas pertenecían a la vieja casa, y me las había quedado. Lo demás en la sala había venido con el piso —que había comprado amueblado, aunque hubiese quitado algunas cosas luego—. Una repisa del tamaño de la pared casi vacía, y un librero mediano con algunas cosas sueltas y pequeña que tenía.
Mi cama también era un pedazo de la vieja casona. Siempre tendría recuerdos de allí conmigo, porque se sentía raro llamar «casa» a un lugar que no fuera ese.

—Buen día —escuché viniendo de la cocina.

William sostenía —completamente vestido— una taza de café negra, y me miraba con mortal normalidad.

—Pensé que...

«te habías ido» quise decir. Pero callé y fui hacia él. Tenía su misma ropa de ayer, y me di cuenta que hacía, avergonzado, una bola con un papelillo suelto que tenía en sus manos.

«Los viejos hábitos no mueren» y me hizo reír.

En efecto, bebía café con leche lentamente, pues estaba caliente, y el calor (u otra cosa) enrojecía sus mejillas.

—Estaba a punto de irme — anunció con vergüenza—. Pero te hice café, como disculpa... por lo de ayer.

Volteó el rostro para evitar encararse conmigo. La luz que entraba por la ventana sobre el lavadero le pegaba en media cara haciendo uno de sus ojos más brillante que el otro, parecía un zafiro a la luz. Sus ojos eran del tono del mar; eran como abrir los ojos cuando se está dentro del agua. Con poca iluminación parecían violetas intenso, y con la correcta brillaban cual gemas. Mientras que mis ojos, de un azul vano, claro y feo, me recordaban a agua sucia en el desagüe cuando los veía.

Miradas Frías [gay] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora