capitulo 39

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"La fragilidad de la vida es en si su belleza"

— ¿Qué sucede? Aaron ¿Qué pasa?

Aaron podía escuchar la voz de Kalaia pero simplemente no hallaba la de él, para poder pronunciar esas palabras que instalaban un sabor amargo en su boca. Con una profunda bocanada de aire se armo de valor viéndola de reojo con pena en sus ojos grises.

— Tom esta muerto...— Las palabras habían quemado sus labios.

Observó como el rostro de Kalaia palidecía abruptamente opacando aun más su mirada, mientras una risa amarga salía de sus labios haciendo temblar su cuerpo. Sin embargo empezó a negar frenéticamente con la cabeza no queriendo aceptar el hecho de que ese dulce niño haya caído preso en las manos de la muerte.

— Aaron se que tal vez me pase con mis palabras pero no me hagas esto, dime que no es cierto. Por favor ¡dímelo! — Su voz era entrecortada cuando una capa cristalina empezó a empapar sus ojos azules.

— Yo... desearía decirte lo contrario pero... — Se queda en silencio bajando un poco la mirada para apretar su mandíbula al sentir la culpabilidad vagar por sus venas.

— ¡NO!

Aaron levanto la vista al escuchar el grito pero una onda expansiva lo elevo en el aire abruptamente impactando con fuerza un costado de su cuerpo en el tronco de un árbol antes de caer sobre el riachuelo, tragando un poco de agua. Tosió levantándose para pasar la mano por su rostro quitando el agua. Cuando su visión se adapto sus ojos grises quedaron prendados en la escena que estaba contemplando. Algo letal pero hermoso, a tal punto que podía sentir su dolor en cada poro de su piel.

Kalaia había caído de rodillas en el césped que ahora estaba hecho cenizas mientras sus ojos se oscurecían, dejando solamente dos cuencas profundas en su rostro con venas negras alrededor. El cabello azabache de ella se elevaba danzando con unos vidrios rotos que atraía de la cabaña, rodeándola. En su mente era un escudo ¿pero hacia quien? La tierra debajo de ella temblaba asustando a los animales de ese bosque, ya que el cielo empezaba a teñirse de un rojo sangre. Cuando los vidrios giraron hacia Kalaia, Aaron comprendió que ese escudo era para protegerse de ella misma. Por lo que rápidamente se puso de pie corriendo en su dirección pero algo lo quemó cuando se acercó haciéndole soltar un gruñido de dolor que provoco su sometimiento tirándolo de rodillas. Observo asustado unas finas líneas de fuego ascender por sus brazos, calentando su piel por lo que no podía contener sus gritos de dolor, imposibles de escuchar para Kalaia quien estaba sumida en su tortura personal, siendo la inquisidora de su propia mente. El agua del riachuelo se empezaba a evaporar llevando el calor arrasador a unos árboles cerca, que rápidamente fueron consumidos por el fuego, expandiendo la devastación.

Cuando las líneas de fuego llegaron al rostro de Aaron sus ojos dejaron de presentar esa tonalidad gris para ser sustituida por un color escarlata. Kalaia sin darse cuenta había activado el sello de fuego dentro de Aaron, llevando a la perfección los planes de otra persona que observaba todo detrás de su máscara con una sonrisa triunfante.

Los minutos fueron agónicos para los dos junto con los animales del bosque que huían por sus vidas. Cuando Aaron pudo respirar sin sentir sus pulmones desvanecerse trato de ponerse de pie escuchando otro grito de Kalaia junto con su llanto teñido de escarlata, el cual no pudo contener por mucho tiempo, antes de clavar los pedazos de vidrio en su propio cuerpo, dejándose llevar por el dolor que aguardaba en su alma, llevándola al límite de su resistencia. Mientras caía inconsciente en su mente solo vagaba la frase que una vez escucho de una de sus víctimas: Todo lo que tocas muere.

Crónica de un pecado (Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora