Carl.

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Había pasado la noche más fría en su vida, apenas lograba sentir los dedos del pie entumecidos adentro de aquellas pesadas botas que Dale le había obsequiado, extrañaba el calor de su tierra y tuvo necesidad de saltar el muro e irse a toda prisa rumbo aquel cálido lugar, pero el pensamiento se esfumó al instante cuando recordó el porque había pasado la noche en los establos del palacio.

Nadie se había percatado de su presencia, el joven quien se había presentado como Carl Grimes lo llevó hasta haya y le ofreció quedarse ahí, cobijado solo por una pequeña manta y las ropas sucias que llevaba, sin duda el olor a estiércol no le daban una buena presentación, necesitaba parecer presentable, no quería volver a ver a Carol con esa presentación.

Salió despacio, uno de los caballos relincho al verlo acercarse, Daryl dio un paso hacia atrás y cayó sobre la puerta de otro que de inmediato levantó las patas delanteras casi cayéndole en cima.

—Eh furia tranquilo amigo —escucho una voz a sus espaldas que intentaba tranquilizar al caballo hasta que lo logró. Le acarició el hocico con cariño Daryl lo contemplo un poco antes de levantarse, era un hombre joven con los rizos rubios cayendo casi sobre los hombros. Su armadura plateada sin duda le mostraba que era uno de los guardias del rey. —Oye que haces aquí —se dirigió a Daryl al percatarse de su presencia.
—Ah...
—Es mi escudero Benjamín —apareció Carl para salvarlo —sé que por la apariencia y el aroma no lo parece, pero lo es, simplemente le gusta pasar tiempo con los animales —miro a Daryl —le avisaré a Richard de su presencia para que no lo tomen por delincuente, pasará mucho tiempo conmigo —le indicó que saliera —te veré luego.

Daryl salió siguiendo a Carl, caminaba aprisa intentando que nadie los viera.
El chico movía las manos nervioso, sus ansias por salir eran inmensas, pasó los días de su estancia solo imaginándose recorriendo aquel lugar, no temía por qué lo reconocieran una vez afuera cualquier cosa podría suceder, además volvería en cualquier momento y afrontaría cualquiera que fuera la consecuencia de su acto.

Daryl lo miró incrédulo aún no creía que un chico tan joven pudiera andar solo por las calles sobre todo si nunca lo había hecho pero también admiro el valor y el coraje de querer hacerlo eso le daba un punto a su favor.

Llegaron al límite del castillo, Daryl era ágil pero no conocía las cualidades del joven, quizá tendría que ir despacio.
—Dónde está —pregunto Daryl mirando a ambos lados.
—Donde está quién —replicó Carl.
—El animal...un tigre, ayer estaba aquí.
—Shiva —repuso —debe estar con Ezequiel la mantiene con el la mayor parte del día, solo en la noche está en los jardines, corriste con suerte, dicen que está entrenada para atacar a cualquiera que salte estas bardas.
—Entonces el afortunado fuiste tú —trepó el primer peldaño —sígueme y no mires abajo.

Carl lo siguió sin percances de forma ágil, quizás Daryl realmente lo subestimo y era mucho mejor de lo que creía, se detuvo en seco al ver a uno de los guardias pasar, se llevó el índice a los labios y miro al niño quien entendió enseguida el mensaje, con señas le iba indicando el camino, casi arrastras fueron moviéndose hasta un lugar seguro sin vigilancia, Daryl había estudiado bastante bien el lugar, saltaron unos minutos después a la parte trasera del castillo y quedaron libres, Carl sonrió con entusiasmo, lo había logrado.

—Irás conmigo —dijo Daryl sacudiendo se el pantalón —no dejaré que te alejes demasiado.
—Pero quien te crees —lo miro casi con desprecio —no eres mi padre, no te conozco lo suficiente como para creer que eres de confianza.
—Eres lo único que tienes aquí afuera y de no ser por mi seguirías tomando el té en el salón como un niñito mimado, no creo que prefieras eso, cierto.

El chico torció la boca un segundo pero de inmediato siguió a Daryl, tenía razón, lo mejor que podía hacer era quedarse cerca de aquel hombre que había significado su escape, le debía bastante.

—Y a dónde iremos —pregunto Carl siguiendo los pasos de Daryl.
—Con un amigo, después podrás dar una vuelta por la plaza, te encontraré ahí, volveremos al palacio con alguna tonta excusa y me reuniré con Carol —lo miro fijamente —lo prometiste.
—Cumpliré —se agitó Carl al ver las calles del reino, Alexandria siempre le había parecido muy aburrida, las calles frías y siempre grises, se alegraba de ver rostros más sonrientes, niños corriendo, mujeres paseando, hombres que iban y venían con cajas y mercancías que suponía eran de las comunidades amigas.
—Oye chico —le grito Daryl una vez que llegaron a casa de Dale —estaré aquí,  por qué no vas a dar la vuelta por la plaza sin alejarte demasiado de acuerdo —Carl atendió con el rostro —y procura que los guardias no te vean.

El chico comenzó a caminar por entre los puestos, mercancías que le impresionaban algunas veces y otras que ya eran conocidas, como los gorm seudan que traían de su tierra y que extraían de las minas más gélidas de Alexandria.

Los colores que encontraba eran tan brillantes que le dolían las pupilas al tenerlos tan cerca, camino por un pasillo largo lleno de telas finas y con olor a purpúreas, levantó la vista y encontró el rostro más hermoso que haya visto en su vida, si era verdad que era muy joven, pero su padre ya tenía una lista bien dotada de chicas con las que podría emparentar, pero ahí estaba frente a ella, una joven de cabello obscuro cayéndole como cortinas sobre la espalda, con la mirada cristalina y la piel rosada, los labios carnosos de un tono rosa intenso señal de su juventud, lo miro con indiferencia y siguió caminando, Carl la siguió a unos pasos sin tener el valor de acercarse, le parecía un ángel al verla caminar con la gracia con la que lo hacía.
—Oye...—le grito al verla alejarse —espera... —Intentó alcanzarla pero le fue imposible un hombre fornido le impidió el paso y tuvo que retroceder.
—Se te perdió algo aquí muchacho —escucho al hombre de barba roja —no estarás pensando en robar cierto.

Carl negó con la cabeza mientras veía como se alejaba cada vez más aquella chica.
—Esa joven —pregunto Carl sin vergüenza al pelirrojo —sabes quién es.
—Eso no creo que te incumba —le sonrió, llevaba un trozo de paja entre los dientes.
—Hey Abbi quién es el niño —vio llegar a una mujer atractiva con una daga que a la vista lucia afilada.
—No lo sé cariño supongo que es el mocoso de alguno de nuestros visitantes.
—No soy un mocoso —levantó la voz —no me ves, te parezco un niño.
El hombre lo miro y sonrío —sí, me lo pareces, que dices tú Rosita.
—Si lo parece —se acercó a Carl —mírale esas rosadas mejillas debe ser hijo de un duque o algo así —le tomó el rostro, Carl dio un paso atrás lejos de ella.
—Cuánto crees que nos darían por su cabeza.
Carl abrió los ojos y se olvido de todo.
—No creo que mucho, tú lo has dicho es solo un mocoso. —Replicó Rosita —de quién eres hijo, de un tonto Lord de esos que andan paseando con sus mejores galas.
Carl la miro, la mujer era joven aunque no lo suficiente, tenía la piel morena clara y los ojos grandes, le sonreía ligeramente y contoneaba las caderas cada que hablaba.
—Creí que todos aquí eran amables —musitó Carl.
—Lo somos —volvió a hablar Rosita.
—Pero con nuestra gente, no nos gustan aquellos que vienen con ganas de tomar lo nuestro. —Dijo Abbi
—Nosotros no queremos lo suyo —contesto Carl retándoles —no venimos a quitarles a su rey, mi tía únicamente se casara con él y...
—Así que eres el sobrino de la futura reina.
Carl volvió a asentir torciendo la boca como si aquello que acabara de decir fuera su sentencia.
—Y qué haces aquí paseando tú solo, qué edad tienes doce. —Pregunto Abraham
—Catorce...
—Catorce —miro a un lado —pues tienes razón ya no eres un niño, que te parece si te invito un trago eh. —Rosita lo miro con sospecha —si estás aquí es por algo, seguramente buscas diversión, pues bien te daremos eso y después podremos hablar de Enid.
—Enid...
—La chica por la que me preguntabas.

Los tres caminaron colina abajo, hasta llegar a la taberna, ocuparon una mesa y pidieron tres tarros de licor, Carl se llevó el suyo a la boca y casi vuelve el estomago al probar aquella bebida a la que no estaba acostumbrado.
—Vamos has dicho que eres un hombre, demuéstralo —Abbi bebió todo su tarro de un solo sorbo, Rosita lo imito.
—No creo que sea muy bueno para la bebida.
—No lo eres —Rosita tomó su vaso y lo bebió —lo que es bueno para mí por qué yo sí lo soy. —Le sonrió con dulzura.
—Ahora háblame de ella, dónde la puedo encontrar.
—Tranquilo muchacho, aún tienes mucha vida por delante, yo te la presentare si me consigues un pase de viaje para Alexandria.
—Por qué querrías ir a Alexandria, no es lo que crees.
—Digamos que tengo asuntos pendientes ahí.

Abraham tomó su siguiente vaso de cerveza de anís, se limpió con la manga de la camisa y le volvió a sonreír.

The Secret of the Kingdom.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora