Carl.

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Había varios caminos, pero, solo uno de ellos era seguro, los demás no habían sido recorridos en mucho tiempo por los hombres, se decía que dentro de los espesos arbustos y los follajes de los robles y pinos, se encontraban los caminantes, nadie se atrevía a mencionarlos en voz alta era casi como soltar una horrible maldición, decían que las almas de los guerreros muertos habían regresado a la vida para cobrar venganza de sus enemigos, el reino entero les temía.

Carol creció con aquellas leyendas que Deanna les contaba a ella y al pequeño Rick quien se encogía dentro de las mantas tiritando de miedo mientras Carol tiraba de sus pies asustándolo aún más; los recuerdos le llegaban a la mente con cada kilómetro que avanzaban hacia su nuevo hogar.

La carreta tirada por un par de caballos color marrón era bastante amplia, con espacio suficiente para el rey, Carol, el guardia del rey y Carl el hijo mayor de Rick quien le había propuesto a Ezequiel que lo llevará al reino para adiestrarlo como futuro guardia, el chico de catorce años no parecía estar del todo de acuerdo con las intensiones de su padre, Carl era desobediente, aunque un muy buen sobrino y mejor hermano, sin embargo solía salir sin permiso del castillo, paseaba por Alexandria solo, había aprendido a manejar las armas por su cuenta, era demasiado inteligente, pero difícil de controlar, su padre lo había puesto bajo el ojo del rey por algo, se vería obligado a permanecer en un solo lugar.

Miraba el paisaje con molestia en el rostro, la imagen de Judith le llegaba a la mente como un cuenta gotas y no sabía si lo hacía sentir más animado o más afligido, la echaría de menos, por lo demás se sentía tranquilo, jamás había visitado el reino y le llamaba la atención demasiado el ver el enorme castillo, la comunidad, las espadas afiladas que usaban para cortar las cabezas de los traidores.

Siempre le gustaron las más puntiagudas, en su hogar solo se le permitía practicar con espadas de punta redonda, aún lo consideraban demasiado niño como para darle una real y enfrentarlo a un duelo que pudiera ser sangriento, su padre se volvió sobre protector después de la muerte de la madre de Carl, lo cuidaba demasiado, inclusive hubo temporadas enteras en las que no le permitía ni asomar las pestañas por la puerta, pero siempre se las arreglaba para escapar, para eso tenía a Jessie y Carol que le escondían sus cosas, por eso se sentía tranquilo al ver a su tía sentada frente a él, con los ojos brillosos reflejando el tono grisáceo de la nieve, en el fondo eran muy parecidos, almas libres luchando por escapar de su agitadora rutina, soñando siempre con conocer más haya de los muros del castillo, ansiosos de aventuras.



Él la amaba aunque nunca llegó a quererla de forma maternal, siempre la veía más bien como una amiga en la que podría confiar, incluso podría confiarle su vida.

—Estamos por llegar —les comento Ezequiel al echar una mirada a las montañas rocosas frente a ellos — ahí se encuentra su nuevo hogar.

Carol levantó la vista y se topó con la del chico, los dos parecieron hacer el mismo gesto y miraron por la ventanilla al mismo tiempo.

Ahí estaba el castillo, alzándose sobre la montaña más alta, las murallas rodeándole, eran majestuosas, de un color muy parecido al marfil, con algunos toques dorados y escarlata, y las banderas reales muy arriba ondeando con el viento del atardecer, los árboles ahí eran más altos y se podía escuchar el trinar de las aves en sus nidos.

El portón se abrió para que aquella carroza pudiera llegar a su destino, los fuereños seguían con los ojos clavados en el cristal, podían ver ahora las calles empedradas del reino y la poca gente que aún paseaba por los alrededores, algunas personas reconocían el carruaje del rey y se arrodillaban al verlo pasar, Ezequiel los saludaba con un movimiento de cabeza y una sonrisa, apreciaban a su gobernante. Le guardaban mucho respeto.

—La gente de aquí te querrá —Ezequiel tomó la mano de Carol —son las mejores personas —sonrió. Carol respondió de forma discreta, su sobrino podía darse cuenta de que no quería estar ahí más que él, torció la boca y le miro levemente compartiendo quizá el mismo secreto que los acompañaba a ambos.

Y de pronto una ola de recuerdos le llego a la mente, las noches en las que miraba las estrellas y pensaba en cuán lejos pudieran estar, en aquellas ocaciones en las que salía a pasear con su madre de la mano por los jardines y ella le contaba historias de héroes, de seres que ya no existían, de hombres valientes que luchaban contra los caminantes del bosque del sur, y cuando ella murió, cuanto la extrañaba, corría a esconderse a la cama de Carol en las noches de tormenta, sin ella no hubiera podido seguir.

Bajaron del carro, la guardia completa los recibió, quedo estupefacto al mirar cuántos hombres eran y el poderío que cada uno demostraba en el duro rostro, se sintió diminuto, incapaz de llegar a ser uno de ellos algún día.

The Secret of the Kingdom.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora