Adelanto del capítulo 31

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¿Cómo he llegado a esto? Estoy a punto de perderlo todo y ni siquiera puedo hacer nada para impedirlo. Todos los esfuerzos por proteger a mi familia han sido en vano. He perdido. Lucas Martín ha fracasado, y esta vez no hay vuelta atrás.

Sostengo el bolígrafo con la mano temblorosa, sabiendo que en cuanto firme Yonoodle ya no será mía.

— ¿Qué pasará con el resto de la plantilla? —pregunto mientras aguanto el papel.

— Tranquilo, conservarán sus trabajos, aunque las condiciones serán muy diferentes a partir de ahora.

— Si alguno de tus lacayos le toca un pelo a mi familia te aseguro que recordarás mi nombre durante el resto de tu puta vida —rubrico el traspaso ante la atenta mirada de todos los presentes—. Ya tienes lo que querías. Ahora sal de esta habitación antes de que te eche a patadas.

— Tienes 24 horas para abandonar la empresa. Si no lo haces, me darás la satisfacción de arrastrarte hasta la puerta y mearme en tu impoluto traje. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.

No soy capaz de responder a la amenaza de Marcelo Santos. Sólo permanezco en mi sillón, aturdido y casi inconsciente, esperando a que el tiempo pase.

— Un placer haber compartido este día tan productivo con usted, señor Martín —bromea Paul, al que no contesto.

Mi mirada continúa perdida en la oscuridad; una oscuridad que ha penetrado en mi cuerpo clamando venganza.

Sin darme cuenta, vuelvo a estar solo entre estas cuatro paredes. El ejército de los Santos se ha marchado con mi firma, mi ordenador portátil y mi empresa.

La impotencia que siento en este momento no es comparable al odio que recorre cada poro de mi piel. Cuando Diego Barroso desapareció de mi vida creía que todo había acabado, que sería feliz junto a los míos. No podía estar más equivocado.

— ¿Se encuentra bien? —inquiere Bruce ante mi desconcierto.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

— No podía dejarle solo, señor. Los amigos nunca se abandonan.

— Megan, Aitor, mis padres... están en peligro. Tienes que ayudarles —le pido.

— Su familia se encuentra bien.

— ¿Cómo lo sabes?

— Compruébelo usted mismo.

Cojo el móvil de inmediato y llamo a Megan, que se muestra aturdida al escuchar mi voz. Sus entrecortados jadeos me impiden entender lo que dice. Está desconcertada.

— No te preocupes, estoy bien –le repito varias veces—. ¿Cómo están Aitor y mis padres?

— Un poco aturdidos, pero a salvo.

— ¿Y tú?

— Con ganas de darle a ese cabrón su merecido —sentencia.

— Necesito tiempo para asimilar lo que acaba de suceder –le admito con voz titubeante—. No sé cómo debo actuar.

— Luchando por lo que es tuyo, Lucas. Juntos lo haremos.

Ojalá hacerlo fuera tan simple como expresarlo, pero esto no funciona así. Esta vez no. Ni los SS, ni Andreotti, ni todo el capital de mi padre han sido suficientes para detener a Santos. Acabo de firmar un documento que alega mi abandono inmediato de la empresa y el traspaso de acciones a William Santos. ¿Qué puedo hacer ante algo así?


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