Capítulo 15

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                                                                     15

Así empieza el año: mi secretaria y yo bajo las mismas sábanas y separados por escasos centímetros. La sensación de culpa me recorre todo el cuerpo, aunque no recuerdo nada de lo que pasó entre nosotros; de hecho la última imagen que se me viene a la cabeza es la de Ariadna saltando encima del sofá.

La buena noticia es que estoy vestido, así que es difícil que tuviéramos sexo, a no ser que lo hiciéramos con la ropa puesta, cosa que no me extrañaría por la borrachera que llevábamos los dos.

­­­― Buenos días –le digo a Ariadna mientras le toco el hombro varias veces con el dedo índice.

― Cinco minutos más –me pide entre bostezos.

― ¡Despierta! –exclamo con empeño, consiguiendo que vuelva al mundo real-. Tenemos un problema.

Se inclina sobre mí de inmediato, sobresaltada por el grito que le he dado. Por suerte ella también está vestida.

― ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y en su cama? ¿No habremos...?

― No lo sé –respondo con firmeza-, ayer estaba tan borracho como tú. Quizás Daniel tenga respuestas a todas nuestras preguntas.

― Tenemos que hablar con él.

― Yo me encargo. Tú quédate aquí.

Bajo hasta la primera planta y le encuentro en el salón jugando con mi ordenador portátil.

― ¡Hey Lu!, veo que ya te has despertado –bromea al verme aparecer.

― Lo primero, no me vuelvas a llamar así (ahora que lo pienso hacía mucho tiempo que no escuchaba ese apodo, concretamente desde el día que embarcamos rumbo a Venecia). Y segundo, necesito muchas explicaciones sobre lo que sucedió anoche.

― ¿Qué explicaciones quieres? Lo pasamos de puta madre, eso es todo.

― ¿Entonces puedes decirme por qué Ariadna ha amanecido en mi cama? –le pregunto con cierta inquina, provocándole una carcajada.

― Tranquilo tío, en el estado en el que estabais ayer dudo que hubierais sido capaces ni de quitaros la ropa.

― ¿Y cómo argumentas que estuviéramos en la misma cama?

― Después de beberte la sexta copa empezaste a encontrarte mal –comienza a relatarme-, así que Ariadna y yo decidimos llevarte a la cama. Te subimos como pudimos a la habitación y te metimos debajo de las sábanas. Créeme si te digo que fue un acto de valentía, porque nosotros no es que estuviéramos en un estado lúcido precisamente.

― Sigues sin responderme a lo que quiero saber.

― Si no me interrumpieras todo el tiempo podría contártelo –protesta-. Entonces tu querida secretaria comenzó a marearse (normal, por otra parte, ya que no está acostumbrada a beber) y se desmayó en mis brazos. Al verla con tan mal aspecto decidí acostarla en tu cama.

Miro a Daniel con cara de pocos amigos.

― ¿Qué querías que hiciera? ¿No pretenderías que la llevara hasta la habitación de invitados?

Por suerte todo ha sido un malentendido, y ya no deberé de preocuparme por tener que darle a Megan explicaciones incómodas.

Daniel me mira fijamente con los brazos en forma de uve. 

― ¿No estarás esperando a que te dé las gracias? –le pregunto con ironía.

― Sería un detalle por tu parte.

INDECENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora