Capítulo 27

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— ¿Estás seguro de lo que dices? —pregunto incrédulo.

— Los SS jamás damos información sin antes verificarla, señor Martín. Diego Barroso está muerto.

Llevo tanto tiempo deseando escuchar esa frase que me resulta imposible creérmela. No concibo una vida junto a Megan sin ese cabrón tocándonos los cojones.

— ¿Dónde lo habéis encontrado? —continúo indagando.

— Hace tres días recibimos un aviso del Hospital Dell'Angelo di Mestre. Varios testigos afirmaban que alguien había dejado un cuerpo malherido en la entrada principal del Clínico y se había marchado sin dar explicaciones. Uno de los médicos nos aseguró que el estado del paciente era irreversible. Justo antes de su muerte pudimos corroborar que se trataba de Barroso. Abraham, su guardaespaldas, consiguió mantenerle varios días con vida en alguna guarida de la ciudad, hasta que aceptó que no podía hacer nada por salvarle.

— Quiero ver a Diego —exige Megan.

— Lo siento señorita Clos, pero mis hombres y yo nos hemos encargado de que desaparezca para siempre.

— ¿Quién coño os creéis para tomar una decisión así sin consultarme?

— Usted es quien le apuñaló. ¿Cuán tiempo cree que tardaría la policía en inculparla si abren una investigación?

— Sergio tiene razón —admito—. No podemos exponernos ahora. No en tu situación.

— ¿Confías en él? —me susurra al oído.

— No me queda otra opción.

― ¿Qué está pasando conmigo, Lucas? Acabo de convertirme en una asesina —se lamenta Megan.

― Ese hijo de puta tiene lo que se merece —traro de calmarla—. Yo hubiera hecho lo mismo.

En realidad no es del todo cierto. Si hubiera tenido a Diego Barroso delante de mí, esposado y suplicando por su vida, le habría torturado hasta que me rogara que le matase. Sólo así hubiera recibido la muerte que le correspondía.

­― No se culpe, señorita Clos —le dice Sergio—. Actuó en defensa propia. Estaba secuestrada, y no sabía cuáles eran las intenciones de ese psicópata.

― Pude escapar y dejar que lo atraparais —continúa atormentándose.

― Basta ya —le exijo—. Barroso oscureció tu pasado; no voy a permitir que haga lo mismo con tu presente. Se acabó. Está muerto. No podrás evolucionar si no lo asimilas.

― No lo entiendes Lucas. Ese capullo ha significado mucho en mi vida, para bien y para mal; y ahora está muerto. Es como si nunca hubiera existido.

Por primera vez no me quedan argumentos con los que ayudarla. Sólo sé que debo permanecer a su lado.

― Perdonen que les interrumpa —se excusa Sergio—, pero ha llegado el momento de continuar con nuestros caminos por separado.

― Gracias por todo —le estrecho la mano—. Sin vosotros no hubiéramos podido conseguirlo.

― Se lo debíamos a Ariadna. Pero a partir de ahora tendrán que arreglárselas por sí solos.

INDECENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora