Capítulo 35

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Intento asimilar las palabras de Sergio, aún aturdido por lo que acabo de escuchar. Hasta ahora me había enfrentado a un psicópata obsesionado con mi novia, a un amigo cegado por su sed de venganza, a los instintos sádicos (y al látigo) de la mujer que amo, e incluso a la expropiación de mi propia empresa... ¿pero una explosión? ¿Cómo actúo ante la posibilidad de ver a Yonoodle volando por los aires? ¿Acaso es esta mi prueba definitiva?

— Tiene que haber un error —intento convencerme de lo inevitable.

— Compruebe la pantalla de su móvil —Sergio acaba de enviarme un duplicado del mail que William Santos le ha escrito a su sobrino.

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De: Usuario protegido por protocolo de red

Fecha: 17 de septiembre de 2015 19:37

Para: Usuario protegido por protocolo de red

Asunto: Oculto

Quiero que me consigas la carga explosiva suficiente para derruir un rascacielos. No estoy dispuesto a permitir que Lucas Martín vuelva a sentarse en este sillón. Si yo me hundo, esta empresa se hundirá conmigo.

Y por favor, no hagas preguntas, sólo sigue mis instrucciones. Te lo explicaré todo muy pronto. Espero tu respuesta.

— Hijo de puta —mascullo ante la atenta mirada de Megan, Jonás y Andreotti, que no comprenden lo que está sucediendo.

— ¿Y ahora qué? —me pregunta Sergio.

— Esperaremos a su próximo movimiento, y después trazaremos un plan para acabar con esto de una puta vez.

— ¿Qué clase de plan?

— Déjalo en mis manos —le pido—. Tú y tus hombres, continuad vigilando la comunicación interna de los Santos.

— De acuerdo. Volveremos a contactar cuando haya alguna novedad —me explica al otro lado del teléfono.

— Gracias.

— ¿Qué está ocurriendo? —me inquiere Megan tras colgar la llamada.

— Tenemos un problema —admito confuso—. William Santos quiere destruir Yonoodle con explosivos. Acaba de poner en marcha la operación.

Ni Megan, ni Jonás, ni Andreotti son capaces de creer mis palabras. Al igual que yo, piensan que esta situación ha superado los límites de la realidad.

— ¿Cómo es posible que esté pensando en hacer algo así? —reflexiona Jonás en voz alta—. ¿Qué clase de ser humano actúa de una manera tan deleznable?

— Ese hombre se acerca más a la raza animal que a la humana —le responde Andreotti.

— Me da igual de qué pasta esté hecho ese cabrón —digo—. No va a poder conmigo. Venció una batalla, pero yo ganaré la guerra.

— ¿En qué has pensado? —vuelve a preguntar Megan.

— Aún no lo sé. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados mientras mi empresa se hace añicos.

— Estaremos a tu lado —me asegura Andreotti, motivado por mis palabras.

— ¿No deberíamos avisar a la policía? —pregunta Jonás.

— La gente con la que colaboramos no entiende de leyes ni de reglas. La policía sólo sería un problema para nosotros —le aseguro—. Si quieres ayudar, confía en mí.

Tras finalizar nuestra reunión, que termina alargándose más de lo esperado, decido dejar la mente en blanco y subo hasta la habitación de Aitor. Está dormido, así que aprovecho para coger mi IPad y tumbarme a su lado. El silencio se impregna en todo el cuarto. El único sonido que cubre las cuatro paredes es el de las yemas de mis dedos paseándose por la pantalla.

INDECENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora