— ¿Más té?—preguntó la preciosa mocosa con la tetera de plástico en la mano. Traía el dorado y rizado cabello amarrado en una cola de caballo con algunos molestos mechones metiéndosele en la boca y en la nariz, se los pasó detrás de la oreja con la torpeza normal de una niña de siete y espero paciente que su compañero de juegos decidiera.
— Por favor—dijo él y acercó su tasa para que ella sirviera el imaginario brebaje que luego fingiría beber con ahínco, no sin antes soplar para no quemarse.
— ¿Quieres Rocío?—ambos miraron a la inexpresiva muñeca hija de ellos. Cristina solía excusarla diciendo a todos a quienes se la presentaba que era una niña muy callada igual que su padre, Melchor. Lo cierto era que Melchor no era un chico callado o tímido, todo lo contrario, hablaba hasta por los codos y siempre se quedaba con la última palabra. Por esta y otras razones todos los muchachos de la pandilla de detectives lo habían elegido el líder. El decidía que jugarían, donde irían durante el recreo y lo más importante, que misterio develarían durante cada reunión del club de detectives que habían nombrado, por decisión unánime: Aprendices de Sherlock.
— Creo que no quiere—sentenció duro y volvió a soplar su té.
— ¡La malcrías mucho Chie!—bramó molesta Cristina con la tetera de juguete aun en la mano, poniendo los brazos en jarra y moviendo rítmicamente el pie.
— Eres demasiado gruñona Titi—siseó sabiendo lo molesta que se ponía su “esposa” cuando la llamaban por su apodo.
— ¡No me digas Titi!—gritó ella con las cejas arqueadas y la boca arrugada.
Titi era la reina de la escuela, no solo era preciosa, con sus cabellos dorados y sus ojos color miel, ocultos tras un par de largas pestañas, también sacaba excelentes calificaciones y era muy buena en deportes. Las profesoras la adoraban por lo bien portada y los demás niños la idolatraban ya que era la única niña miembro de los Aprendices de Sherlock, el grupo de juegos mas exclusivo de los niños del pueblo. Si eras miembro estabas en la cima, refiriéndome a cima como lo que un grupo de niños de entre cinco y nueve años entiende por popularidad. Los Aprendices de Sherlock eran cuatro, Titi era como la princesa.
Tomaron lo que restaba del té mientras conversaban de como había estado el trabajo en la bolsa con el cual Melchor mantenía a su incipiente familia, aparentemente no sufrirían hambre ese año.
— Chie… ¿Vamos a ser amigos por siempre?—dijo ella guardando sus tasas y platos dentro del baúl de los juguetes junto a su cama.
— Claro que no tonta—dijo con obvia molesta y exasperación—algún día tendremos que casarnos, ahí ya no seremos amigos, seremos esposos.
— ¿Por que tendría que casarme contigo?
— Porque si no soy yo sería Antonio o Tomás, y yo soy mucho más superior que ellos, yo soy el líder—la muchachita miró al suelo y tomó los bordes de su vestido pensando en la respuesta correcta a la declaración de Melchor.
— Gaspar es mejor que tú—musitó refiriéndose al hermano mayor de Melchor—yo quiero casarme con él.
— ¡Claro que no tonta! Mi hermano es mayor que tú, nunca se casaría contigo.
— ¡No me importa, con él me casaré y punto!
Ambos cruzaron los brazos y salieron del cuarto mirando en direcciones opuestas. Tomaron sus mochilas de exploración, corrieron escaleras abajo, atravesaron la sala y el comedor hasta alcanzar la puerta que conducía al patio delantero de la casa de Cristina. Se escabulleron a la calle por un agujero entre los tupidos pinos del padre de la chica e iniciaron el camino que los llevaría al parque en el centro del pueblo. Al poco andar se tomaron de las manos.
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Aprendices de Sherlock
Teen FictionHubo una época en que Melchor, Cristina, Tomás y Antonio fueron buenos amigos, que digo buenos, los mejores amigos, pero crecieron sin poder evitarlo y antes de que lo notaran ya no se conocían. ¿Es prudente juntar sus caminos nuevamente o todo ter...