Conduce o muere

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Charlotte: Aunque digan que soy un bandolero donde voy... le doy gracias a Dios, por hoy estar donde estoy... y seguiré aquí tumbao... con mis ojos colorao...

Marlene miraba divertida a su madre con los ojos abiertos como platos, se conocía aquella canción latina de tantísimas veces que su padre la ponía en la radio del Lamborghini. El acento español de la rubia aceleraba los instintos primarios de AJ, por no hablar de cuando la tarareaba en época veraniega con aquel pañuelo en la cabeza.

Pero afortunadamente para Charlotte, AJ estaba trabajando y ella aprovechaba las horas muertas en uno de sus pasatiempos preferidos: poner a caldo el motor del coche y llevar a su hija a las carreras del barrio, allí otros luchadores como Randy, Cesaro y retirados como Cody Rhodes picaban sus vehículos. Carmella también tenía su propia matrícula de leopardo y un buen motor, pero el nivel de la carrocería Flair siempre superaba al resto, sobre todo porque la pareja era una apasionada de la velocidad.

Tras acomodar a la niña en su sillita y abrocharla bien, pegó el acelerón y avanzó rápidamente, mirando con una sonrisa cómo su niña alzaba los bracitos al notar la energía de la velocidad en su cuerpo. Aquello era muy peligroso, pero su madre tenía los pedales dominados. Había echado varias carreras contra AJ y lo cierto es que aprendía deprisa. Al llegar a la plazuela y aparcar dando varios acelerones, varios colegas pararon a saludarla. Cesaro se enterneció al ver cómo la rubia cogía a su pequeña en brazos y la enseñaba a los demás, tenía un pañuelo igual al de ella rodeando su cabeza, y un flequillo lacio oscuro que tapaba la mitad de su frente.

Cesaro: Rubia —la tocó del hombro, guiñándole el ojo al verla. La mujer le sonrió cargando a su hija en un brazo y bloqueando las ruedas del coche.

Charlotte: ¿Cómo estás?

Cesaro: Fundiendo a estos paletos de pueblo —se rascó detrás de la oreja, riéndose. Palpó con una mano la mejilla regordeta de Marlene y ésta se abrazó a su madre avergonzada, quitándole la vista. Charlotte sonrió— No es muy seguro que la traigas aquí... puede ser peligroso.

Charlotte: ¿Eres su padre? —arqueó las cejas.

Cesaro: ...Hm, me parece que no.

Charlotte: Exacto. Pero yo sí soy su madre —le dijo divertida, acariciando la espalda de la niña— se divierte mucho viniendo, no le va a pasar nada.

Cesaro: No lo decía porque corra peligro contigo. Sino con esta panda de ineptos, muchos novatos vienen a practicar aquí y no saben cómo reaccionar si viene la policía.

Charlotte: A mí no va a pasarme nada. No te preocupes. —Murmuró algo severa, odiaba que la cuestionaran. Él alzó las manos sin discutirla y se despidió.

La mujer no tardó en centrarse en aquel ambiente, los conocía a casi todos de tantas veces que visitaba la zona. El olor a gasolina, a embrague quemado y el ruido de las llantas ocurrían cada treinta segundos, animando siempre a los conductores. Charlotte se alistó en la lista de apuestas de esa tarde y nada más pasar media hora los competidores ya estaban acercando sus vehículos a la raya de salida. Abrochó bien a Marlene en el asiento copiloto y arrancó, pisando el acelerador en vacío para demostrar el potente ruido de su motor. Sus rivales estaban acostumbrados a oírla vacilar así, pero estaban hartos de que siempre ganara. Esa mujer tenía un don especial para ganar en todo lo que se proponía, o quedar por encima del resto por algún motivo. Efectivamente, la polémica siempre iba de la mano de Charlotte y se le daba bien destacar.

Problemática ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora