Entrada al matadero

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Como era un personaje público, no podía ir en el autobús donde todos los demás eran transportados o se armaría un desmadre. Flair fue en un coche patrulla aparte detrás del bus, observando asustada cómo su destino se abría paso frente a sus ojos. Las manos le temblaban: su juicio había sido lento y había tardado casi un mes, pero fue imposible bajarle la pena de doce meses. Alegaron que tendrían en cuenta la buena conducta, así que la luchadora se había propuesto ser un fantasma para todas sus compañeras de cárcel, no armaría escándalo y se alejaría al ver que las broncas tomaban forma.

Cuando las dispusieron en fila y fueron examinándolas una a una, les quitaron todos los accesorios y piercings que pudiesen tener, y les dieron ropa de su talla.

Examinador: Tú. La de pelo rubio —la ex luchadora miró a quien parecía llamarla, pero no respondió— tú vas a serla primera, creo que contigo acabaremos antes.

Al ver cómo se ajustaba unos guantes de goma apretó los párpados, sentía un revoltijo en el estómago. Los policías la hicieron pasar esposada mucho antes que las otras mujeres latinas de mal aspecto que habían.

Examinador: Bájate los vaqueros y abre las piernas. Rápido, que sois muchas.

Tragó saliva y notó que temblaba, como una niña imbécil y asustadiza. Pero no podía quejarse, ya sabía lo que le iban a hacer. Se desnudó sin pensárselo más y se sentó en la camilla, mirando obstinada cómo el hombre se posicionaba delante de ella y comenzaba a examinarla. Apretó los labios al sentir que la abría con aquellas malditas pinzas, estaba tan cerrada que era mucho peor que cuando fue al ginecólogo por primera vez.

Examinador: Sí, estás limpia. Vístete —dejó de observarla e hizo anotaciones aparte, como si fuera un robot. Charlotte se vistió con avidez y salió con el resto. Si le hubiera pillado droga ya de buenas a primeras, su estadía ahí aumentaba.

El atuendo era de lo más básico: bragas de tela, sujetador de mala calidad, una camisa interior blanca y el traje naranja. Como estaban en invierno tenían mangas largas. Acabaría odiando el naranja. Tuvo ocasión de ver, mientras le asignaban la celda, la cara de las que ya llevaban ahí años pudriéndose: mujeres grandes, algunas gordas y otras excesivamente flacas, llenas de tatuajes o con la cara más macarra y carcomida por la droga que había visto. No había muchos guardias y eso le dio desconfianza, porque las nuevas ya empezaban a oír cómo algunas asquerosas las silbaban, lesbianas resentidas o simplemente mujeronas que estarían acostumbradas a arreglarlo todo con la violencia. No hacía falta mirarlas dos veces para darse cuenta.

—Madre del amor hermoso, una rubita natural... eso sí que hacía falta por aquí —oyó decir claramente hacia ella, lo que hizo que Flair alzara la cara y buscara a la emisora del mensaje.

Guardia: Tú sigue andando —la regañó de inmediato al verla con ganas de responder, señalándole la fila india con la porra. Siguió andando con las nuevas hasta que por fin empezaron a asignar celdas. A Charlotte le tocó la del extremo, la más reconocible. Cuando la dejaron dentro y siguieron con las demás, se giró hacia la litera y subió las escalerillas hacia la cama de arriba. Pero tan pronto como asomó la cara vio otra mujer enorme, pelirroja, que abría los ojos en ese momento. La agarró de la ropa con tanta brusquedad que, al lanzarla, Charlotte no pudo defenderse y cayó de un fuerte estruendo al piso, sintiendo que sus omóplatos se daban con todo. Abrió los labios quejándose en un hilo de voz, había tanto ruido allí que los guardias ni se dieron la vuelta. Se tocó la cabeza con la mano.

Liliana: Perdona, ricura. Ésta es mi cama. Al verte tan cerca he tenido un mal despertar —murmuró mirándola de arriba abajo, sentada en el colchón superior.

Charlotte: Pensé que no había nadie. No te había visto.

Liliana: Soy Lily. ¿Tú eres...?

Charlotte: Charlotte.

Liliana: Charlotte —la pelirroja miró atentamente la carita de nueva que tenía— espero que sepas que te van a dar por todos lados —se rio entre dientes, echando un vistazo al recorrido de los guardias con las otras mujeres— cada seis meses que venís nuevas, esto es un show.

Charlotte: No sé a qué te refieres.

Liliana: Ya lo sabrás.

Se sentía rara al no disponer de móvil, de reloj, de alguna mínima pertenencia. Asomó la cabeza entre las rejas y las tocó: eran frías y muy compactas.

Enseguida se acercó un guardia con otra ficha y ella se metió para dentro. Detrás de él, más ensimismado en la pantalla de su teléfono, un segundo policía que mascaba chicle.

Liliana: Ten cuidado con el bajito. Es un cabrón —murmuró antes de girarse y volvió a conciliar el sueño como si nada. Los dos guardias se pararon frente a su celda mientras en el informe, el más alto confirmaba que la ficha contenía el DNI de la convicta.

Tony: Ésta es la estadounidense de la que te hablé —enseguida le pasó el informe a su compañero y éste otro se guardó el teléfono, centrando la mirada en la presa. Pareció ver un fantasma, o un ángel, era difícil de decidir. Al ver semejante pivón, tan alta y reluciente, tan bonita y sin aún repercusiones físicas de la cárcel, torció una sonrisa. Charlotte se hubiese dado cuenta de cómo la miraba de no ser porque el más alto empezó a ponerle el localizador en el tobillo. ¿Tan mala era la seguridad que era necesario semejante aparato? Bufó al notar la incómoda pulsera. Una mano se coló en sus folículos masajeando uno de sus mechones.

Jerry: Qué pena... rapada no va a estar igual. Mira qué pelo más rubio...

Charlotte le dio un manotazo y se alejó de los dos, pegándose en la pared.

Charlotte: Mi pelo no. No me vais a tocar el pelo.

Ambos de rieron fuerte.

Tony: Para ya de gastar esa broma, mírala. Ya está lo suficientemente asustada —los miraba con desconfianza, el más alto volvió a centrarse en el informe— anda que... menudo historial.

Jerry la giró de espaldas a él contra la pared, y se agachó cerciorándose de que el mecanismo estaba en su sitio. Pero más pronto que tarde notó que sus manos dejaban de centrarse en aquello para pasar a sus gemelos, a sus rodillas. Miró de reojo a Tony, estaba escribiendo, no prestaba atención. Cerró los ojos y se controló mucho, no podía tener mala conducta. Pero empezaba casi a sudar frío ante la impotencia y el temor a lo desconocido.

Jerry: Luego veremos lo fuerte que eres —le susurró al oído, antes de marcharse los dos.

Charlotte se quedó en la misma posición, pensaba en demasiadas cosas, pensaba en AJ. En que la rescatara, estaba sola ante el peligro. 

Tenía miedo de verdad.

Problemática ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora