Reencuentro

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AJ se había levantado a las 6 de la madrugada silencioso como un gato. En menos de veinte minutos ya se hubo vestido y salió de la casa, dejando a su mujer dormida. La pobre ex convicta no tardó ni cinco minutos en quedarse KO cuando tocó aquel añorado colchón, tan mullido y repleto de almohadas. Ni un huracán podría despertarla hasta que recargase las pilas del todo, lo necesitaba.

Pasadas varias horas el reloj dio las 12, los rayos solares se nublaron rápido y parecía que el día iba a ser lluvioso. Poco importaba en aquella mansión. Al llegar y bañar a sus dos hijos, los acostó en la cama y los dejó dormir, también estaban derrotados de tantas horas de campo. Y mientras tanto AJ aprovechó para hacer la comida, sabía que todos iban a levantar tarde. En realidad nunca se le había dado bien del todo cocinar, pero eso no quitaba que le pusiera empeño y que le gustase. Se había visto tantísimas veces solo ante la paternidad, que tuvo que aprender a hacer panqueques, desayunos frutales y llenos de las vitaminas idóneas para sus niños. Lucas seguía bebiendo del biberón, pero con un año de vida AJ le ponía delante el plato con trocitos diminutos de pollo o de fruta. Cómo crecían, los condenados, repetía incansable.


Habitación matrimonial


Había dormido más de diez horas y parecía no ser suficiente. El hambre empezó a punzar en su estómago y se removió en la cama, pero no abría los ojos, estaba muy cansada. La puerta estaba entornada. Una diminuta figura de piernas cortas se paseó por la habitación, con torpeza. Aquel bebé de un año era muy curioso, todo lo cogía y lo tiraba al suelo por placer. Se aproximó a la cama y a punto estuvo de caerse, sus tobillos no eran muy fuertes aún. Puso el culete en pompa y se levantó agarrándose a las sábanas de la cama; llegó hasta el borde.

Tenía los ojos azules, un azul oscuro y grisáceo como los de su progenitora... miró la cara de la mujer rubia que dormía a pocos centímetros. La palmeó con sus diminutas manos en la cara, balbuceando en su idioma, comprobando la textura de su pelo y de su piel. El instinto le hacía sentirse bien con ella al lado, era como si la conociera. Pero evidentemente había crecido en su ausencia. Chilló más fuerte en su idioma infantil para clamar su atención y la tocó de la nariz. La rubia abrió los ojos y parpadeó delante de él, su visión se hacía nítida con las facciones de aquel rubio chiquitín, pequeño y risueño, que flexionaba las rodillas arriba y abajo contento al verla. Pronto dispersó su atención a la cartera de su madre que reposaba en la mesita de noche y trató de alcanzarla, pero le quedaba lejos. Charlotte estiró el brazo y se la dio en la mano, disfrutando del comportamiento de su hijo, a quien no veía literalmente desde hacía un año. Era increíble cómo pasaba tan gratuitamente el tiempo. Lucas sacaba los billetes y los rompía con sus manitas, ante la risa de Charlotte.

Charlotte: No puedo creérmelo... —suspiró sintiendo que aquello era demasiado, la superaba. Se sentó en el borde de la cama y cogió a la criatura en brazos, haciendo que apoyara sus piececitos en sus muslos, mirándolo de pie— te echaba de menos... muchísimo, mi pequeño... —se acercó besándolo en la barriga, el niño la miraba con una sonrisa. Ya tenía dos dientecitos minúsculos asomando. Le hacía gracia verlo con sus piernas delgadas y separadas, con el enorme pañal abultado— te quiero mucho, mucho —lo abrazó con cuidado y se puso en pie llevándoselo en brazos. Buscó la habitación de Marlene.

Al verla acostada la tocó de la mejilla, su corazón latía muy acelerado. Se estaba llevando demasiadas emociones de golpe y esa niña era su hija, la pequeña e inigualable. Marlene despertó y al verla parpadeó confusa, pero no tardó en caer en cuenta. Sonrió ampliamente y rodeó a su madre de la cintura, chillando.

Problemática ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora