Capítulo 8

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Oliver

Todavía me costaba trabajo creer que ellos estaban detrás del último tiroteo. Por supuesto que estar involucrados en un tiroteo no sería nada nuevo, pero la cantidad de víctimas inocentes que había acumulado este último no me dejaba tranquilo.

Conocía a Blake, tanto que me avergonzaba decirlo en voz alta, y no se me ocurría una buena razón por la cual él decidiera que civiles deberían ser sacrificados. No, ellos no eran así, nunca lo habían sido y eso no podía cambiar, me negaba a creerlo, pero siempre me habían dicho que vivía de falsas esperanzas.

— ¿Estás escuchando lo que te digo, chico? — Frank me dio un codazo, mientras se detenía ante la luz roja del semáforo.

—Probablemente algo sobre que terminaría muerto, solo, por ahí. — Me atreví a adivinar, y su ceño fruncido probó que tenía razón. Sonreí, burlándome de lo fácil que era leerle la mente y el gruñó.

Desde que García se había empeñado en que encontrar a los lobos era nuestra tarea primordial, no nos había dado ni un respiro. Trabajo a todas horas, todo el día; buscando pistas, informantes, e incluso sobornando a los topos, pero yo sabía que todo era en vano. No existía en todo Brooklyn alguien lo suficientemente estúpido para traicionar a los lobos. Sin embargo, con la cantidad de bajas recientes, la preocupación de la gente, y el aumento de la presión que la población había puesto en el cuerpo de policías, resultaba, en combinación, una explicación comprensible de porque el sargento estaba tan irascible, y veía esta como la oportunidad de redimirse ante la evidente inseguridad que toda la vida había existido en la ciudad. Lo cual, no significaba que no nos sintiéramos un poco explotados, es más, hasta parecía haberle dado un nuevo significado al término "tiempo completo".

—Sí, sí. Continua tomándotelo a la ligera, y la próxima foto del obituario será la tuya. — Se quejó, mientras acababa las últimas gotas de su café, y tomó la desviación.

Para ahorrar tiempo y energía, los grupos se habían separado, durante las jornadas matutinas, y cada quien se encargaba de recolectar la mayor cantidad de información posible por su cuenta. Lo que, por el lado positivo, me liberaba temporalmente del mal genio de Frank, pero también me dejaba sin vehículo y sin refuerzos, en caso de que algo ocurriera.

—Tranquilo, Frank. Conozco las calles. — Le dije, mientras estacionaba el auto frente a la panadería, donde debíamos separarnos, y sonrió con escepticismo, aunque yo no bromeaba.

—Sí, pastelito, como digas. — Ironizó, dispuesto a irse, y me incliné sobre la ventana del acompañante.

—Oye, ¿de verdad crees que los lobos están detrás del tiroteo? — Le pregunté, e inmediatamente su mandíbula se tensó, cambiando a un semblante más serio.

— ¿Sino quién? — Miro alrededor, y volvió a clavar sus ojos oscuros en mí. —Si sabes algo, será mejor que hables ahora, chico. Sabes que estamos desesperados. —

—No. Solo era una pregunta. — Me encogí de hombros y asintió, no sin dejar de estudiarme con la mirada.

—Menos charla y más acción. — Concluyó, antes de alejarse en el viejo cacharro, dejando un nubarrón gris detrás.

No podía esperarse otra respuesta de su parte, por supuesto que pensaba que era causa de los Lobos. García nos había lavado el cerebro a todos, a eso, sumándole la mala reputación que tenían, y las circunstancias sospechosas que los rodeaban, incluso hasta a mí lograban hacerme dudar. Por otro lado, sabía que Frank estaba próximo a su retiro; de acuerdo o no iba a tener que largarse, y el ultimátum de "o me traes a los lobos o te largas" que había recibido del sargento no le había sentado para nada bien, al haber sido, según él, regañada como novato, y de eso yo sabía mucho.

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