Jenna
Miré a Alex, todavía desconcertada y confundida, sin saber que decir. Él tampoco dijo nada, lo que hizo parecer que permanecimos mirándonos una eternidad.
La cabeza todavía me dolía, y los acontecimientos del día en general me tenían abrumada. Estaba agotada, a pesar de haber dormido, y me sentía completamente extraña, pero al verle allí, de pie, con la mueca neutral de siempre, algo pareció sentirse, por primera vez en todo el día, normal.
—¿Linda, de regreso puedes comprarme una botella de Whisky?— Frank gritó, desde la cocina, haciéndome dar un salto, y como si acabase de aterrizar en la realidad, empujé a Alex hasta el otro lado del pasillo y me volví a adentro, para cerciorarme que nadie lo hubiese visto.
—¡Frank, mañana es día laboral!— Oliver se quejó, agitando la mano sujeta a un par de papeles, obteniendo una mueca huraña en respuesta.
—¿Como piensas que me mantengo despierto a esta edad?
—¡Vuelvo en unos minutos!— Anuncié, cerrando las puertas a mis espaldas, sin esperar una respuesta y me volví hacia Alex, que me miraba, apoyando en la pared del otro lado del angosto pasillo, de brazos cruzados. —¿Que demonios haces aquí? ¿estás demente?— Inquirí, repentinamente molesta por lo increíblemente imprudente que resultaba ser.
Aún llevaba la ropa de Oliver sobre mí, y él lo notó de inmediato, dándome un rápido vistazo general, y presionando la mandíbula con tanta fuerza que hasta creí haber oído el rechinar de los dientes, y aun así, continuó sin decir nada.
Su rostro golpeado ahora se veía mas compuesto, la hinchazón había bajado, y aunque todavía tenía un par de cortes en la ceja y en el labio, ya no se veía tan mal. No traía la playera de mi padre, en su lugar llevaba una de las suyas, gris lisa, con la manga derecha ligeramente rasgada, y la herida en su brazo derecho estaba desnuda, dejando ver un par de puntadas nada prolijas uniéndole la piel.
—Te he llamado. Muchas veces.— Se limitó a decir, con un tono neutral que no me dejaba leer sus intenciones, como si eso fuera explicación suficiente para comprender como es que se le había ocurrido la absurda idea de viajar hasta ahí. Sacudí la cabeza y volví a tomarlo de la ropa, jalándolo en dirección a las escaleras.
—Tienes que irte, Alex. Frank esta ahí dentro, y cualquiera podría verte.— Hablé, sin pensármelo siquiera, y finalmente frunció el ceño, ligeramente.
Había algo en su rostro, que le hacía parecer molesto, pero aún así no hizo nada que lo dejara en evidencia. Se veía tan aturdido como lo estaba yo, como si nos encontráramos sobre arena movediza, sin estar seguros de que hacer a continuación. A pesar de ello, una sensación extrañamente grata me invadió en el instante en el que lo vi parado del otro lado de la puerta, y por alguna razón todavía seguí ahí.
Había experimentado uno de los peores días desde la muerte de mi padre, y a pensar de que Oliver había estado ahí, como siempre parecía ser, la sensación de soledad no había parecido disiparse hasta ahora, por lo que simplemente respiré profundamente, mientras el se plantaba sobre mí, y me crucé de brazos.
—¿Qué estas haciendo aquí?— Le pregunte, una vez más, mientras sus ojos me escaneaban el rostro, como si estuviese tratando de encontrar algún secreto, lo que comenzaba a tornarse irritante.
—He venido por ti. Ven conmigo.— Dijo, simplemente, antes de comenzar a descender por las escaleras hasta el piso inferior lentamente, dejándome descolocada por un instante.
Una vez más, esa sensación me removió el pecho, con sus palabras, y sin decir nada, simplemente le seguí, roboticamente, una vez más, a sabiendas de que no era una idea sensata, y que, probablemente, lo único que debería de hacer era regresar con Frank y Oliver y dormir, hasta que pudiese volver a pensar con claridad.
Caminó sin prisa, a pesar de que yo estaba desesperada por llegar a algún lugar donde nadie pudiese verlo, y quitó el seguro de la camioneta, mientras se colocaba detrás del volante, esperando en silencio a que yo me sentara en el lugar del acompañante, y así lo hice.
—¿Cual es el punto de haberte dado un teléfono si no respondes cuando te llaman?— Preguntó, inmediatamente después de que hubiese cerrado la puerta y lo miré, arqueando una ceja.
—He tenido un día difícil.— Me limité a responder, intentando ignorar el tono acusador en su voz, como si le debiera algún tipo de explicaciones.
—Me lo imagino.— Resopló, con una enorme carga de ironía, mientras ponía en motor en marcha.
—¿Eso que significa?— Inquirí, cruzándome de brazos con el ceño fruncido pero no respondió.
Respiró profundamente, con la vista fija en el frente, mientras rodeaba los callejones por la parte trasera de la zona sesenta y cinco, y presiono el cuero del volante con fuerza, antes de sacudir la cabeza, como si quisiera librarse de algún insecto. Me miró de reojo una vez más, y luego a mi cuerpo, sin siquiera disimularlo.
—¿Que traes puesto?— Soltó, con un tono que denotaba que sabía la respuesta.
En verdad pesar en Oliver me provocaba una mezcla de sentimientos encontrados que me abrumaban. No sabía en que momento había dejado de verlo como el odioso novato de la policía, pero ciertamente ahora casi podía verlo como un amigo, me había acompañado y ayudado, sin siquiera habérselo pedido, y a cambio, lo único que había ganado de mi parte eran mentiras. Todo lo que veía en mí se había construido a base de una mentira, que ya no estaba segura si había nacido de una buena razón. Aún así, la realidad era que yo le gustaba y estaba aprovechándome de eso, de él, y, sin embaro, yo había correspondido el beso, no porque pensara que sintiera lástima por él, ni mucho porque pensara que eso podría ser beneficioso a futuro, ¿entonces por qué? No lo sabía, y eso me confundía.
—Una playera.— Respondí y elevó una ceja en respuesta.
—De Oliver Burnes.
Sabía que probablemente no debería haberle correspondido. Me había atrapado con la guardia baja en un estado mental y emocional cuestionable, pero aún así, al recordar sus labios, cálidos y tímidos sobre los míos, casi pidiendo permiso para unirlos, dispuesto a contener todo el manojo de pensamientos que me corroían en ese instante, se había sentido casi como un abrazo, y me preguntaba que hubiese pasado si Frank no hubiese irrumpido justo en ese momento.
Y si no parecía incorrecto ¿Por qué me sentía tan culpable ahora?
—¿Que han estado haciendo todo este tiempo ahí, muñeca?— Alex volvió a hablar, ahora un poco más impaciente.
No existía nada entre Alex Walker y yo, eso estaba claro, tampoco lo hacía con Oliver Burnes, entonces no entendía porque, de pronto, me sentía como la protagonista de un drama adolescente, y eso, en medio de todo lo que estaba ocurriendo, me hacía sentir como una imbécil.
Gente moría todos los días, y la policía estaba empeñada en perseguir a los sujetos incorrectos. El asesino de mi padre aún estaba en algún rincón, burlándose de todos, y yo me daba el lujo de pensar en besos y culpas. Estaba perdiendo de vista mi objetivo, mi único objetivo, y no estaba bien, porque ahora eso era todo lo que me quedaba.
—Besé a Oliver.— Dije, en el instante en el que el vehículo se detuvo en un semáforo descompuesto. —Él me beso, de hecho. Pero supongo que le correspondí.
—¿Por qué estás diciéndome eso?— Me miró, frunciendo el ceño, sin siquiera interesarse por lo que acababa de oír y le miré confundida.
—¿No es lo que querías saber?
—No. No me interesa si Burnes te cuela la lengua hasta la garganta.— Escupió, repentinamente enfadado, mientras la venas de sus brazos comenzaban a sobresalir con cada presión que ejercía en el volante.
—¿Entonces que quieres saber?— Pregunté, con el mismo tono impaciente. —Porque eso es lo que parece, con ese tipo de... ¡de celos extraños!— Dije, con inmediata frustración y dejó escapar una carcajada sarcástica, mientras iba aumentándole a la velocidad en la intersección de la sesenta y tres.
—¡Celoso! No sé de qué te has creído tan importante, muñeca.— Expuso, en un tono altanero mientras sonreía de lado, burlón. —¡Si no eres más que un pequeño topo que utilizamos de vez en cuando!— Agregó, con desdén, y lejos de sentirme herida, acabé de enfurecer.
—¡Y tú un imbécil que me ayuda a conseguir un poco de información solamente!— Solté, mientras doblaba en una curva a toda velocidad y las llantas rechinaron. —¡¿Quieres bajarle a la velocidad?!
—¡Debo de ser un perfecto imbécil por ayudar a una novata que sin duda acabara muera en algún callejón!— Volvió a escupir, sobre el rugido del motor.
—¡Por fortuna ese no es tu problema!
La calle estaba oscura, y lo único que la iluminaba eran los faros de la camioneta, que iba a toda velocidad, aumentando con cada grito que se producía entre nosotros.
Era desesperante y una persona completamente sofocante, engreído, grosero, y más, pero por alguna razón pasaba eso por alto centrándome en el hecho de que había explotado con una facilidad sorprendente, sin motivo aparente, y yo lo había hecho también.
—Mí problema, ¡eres tú!— Gruñó, pisando el freno de repente, haciendo que mi cuerpo rebotara en el lugar. —¡Tú y tu estúpida necesidad de querer arreglarlo todo!— Dejó en el aire, seguido de un profundo resoplido y el silencio que sobrevino después.
Alex era el tipo de personas que nunca podría comprender, y yo era del tipo de personas que él nunca entendería. Era casi como si viviésemos en planos diferentes de la realidad, y aún por alguna razón siempre terminábamos en el mismo punto de encuentro, donde acabábamos por colisionar.
—¡Entonces deberías simplemente dejar de perseguirme!— Chillé, ya harta de tanta discusión sin sentido, y él me miró, como si pudiese insultarme con aquella mirada. —Además ¿tú que sabes?
—¡Por qué eso es lo que haces, maldita sea! ¡Buscas personas con problemas que tratas de resolver, para evitar pensar que la más fastidiada eres tú!— Me señaló con el dedo, mirándome fijamente, con el vehículo todavía detenido en medio de la oscura calle. —Eso es lo que acabó enredándote conmigo, y con Burnes también. Pues te tengo noticias, algunas cosas no pueden arreglarse, muñeca.— Finalizó, con un chasquido de labios, todavía molesto, y un silencio se hizo en el interior de la cabina.
Era verdad, en mi familia siempre habíamos tenido el afán de tratar de arreglarlo todo. Mi padre con sus cosas, Jenna con sus cuerpos, y yo... quizás esa era la razón por la que había terminado en la universidad de psicología, quizás la única razón por la que solía empeñarme en solucionar la vida de los demás, era porque ya me había dado por vencida con la mía, pero esa era otra Jenna, una que no podría reconocer ni aunque estuviese de pie frente a mi en aquel instante. ¿Quien era ahora? Un pedazo de historias entrecortadas que caminaba sin rumbo en busca de un sujeto sin rostro, ese se había vuelto mi nuevo propósito, el único, y eso me volvía probablemente más fastidiada que cualquiera. Sin embargo, ni por un segundo se me había pasado por la cabeza que algo con Alex estuviese mal.
Me limité a observar el paisaje de la ventana, sin volver a voltearme, y después de unos segundos, cuando se hubo asegurado que a había acabado con la discusión, retomó la marcha, lentamente.
Las sirenas se oían de fondo, como siempre, en algún lugar no tan lejano, donde algún accidente había causado más desgracias, y me pregunté si existiría alguna razón por la cual tantas cosas malas ocurrieran en un solo lugar. ¿Cuál era el propósito? No lo sabía, y no lo entendía tampoco, pero sentía que con cada día que pasaba me sumergía un poco más en aguas oscuras de incertidumbre, que lejos de ayudarme a esclarecer alguna cosa, acababan por ahogarme un poco más.
Todos los que alguna vez se habían preocupado por mí ya no estaban, y yo aún permanecía en medio de una ciudad contaminada y decadente.
—Ronald ha muerto. — Volví a hablar, después de un par de minutos y se volteó a mirarme, con una ligera incomodidad.—Ha tenido un infarto, y Frank me ha confirmado que murió, hace un par de horas.
Era la primera vez que lo decía en voz alta, y de alguna forma se sentía mucho más amargo que dentro de mi cabeza. No había podido despedirme, pero de hecho eso era algo que solamente ocurrían en las telenovelas, la absurda idea de que la muerte era algo predecible, sin embargo tampoco le había dicho cuanto me había ayudado, ni le había agradecido, ni siquiera una vez, por haber sido mi única compañía, y ese era el enorme hueco vacío que sentía ahora.
No había llorado, presentía que era ya en vano.
Alex no dijo nada, y otro silencio se hizo dentro del vehículo, mientras nos movíamos, esperando a que eso fuera suficiente explicación para mi desaparición y el día con Oliver, y pareció serlo, porque asintió lentamente, sopesando que hacer a continuación, y volviendo la vista al frente, contuvo ligeramente la respiración.
—¿Estás bien?— Preguntó, casi en un susurro, y no pude evitar articular un gesto incrédulo, al tiempo que dejaba salir un resoplido.
—Esa es la pregunta más idiota que he oído.
—Ciertamente.— Admitió, un poco más tranquilo.
Los repentinos cambios de temperamento ya no me sorprendían, y aunque no por eso dejaban de ser una molestia, simplemente lo dejé estar, al tiempo que sus dedos tamborileaban inquietos sobre el volante y me miraba de reojo de tanto en tanto, intentando decir alguna cosa, pero finalmente acabando en la nada.
—Cuándo mi madre murió, Blake y yo nos quedamos solos. No teníamos comida, ni nada parecido, así que él se dedicaba robar en el mercado. — Dijo finalmente, con un tono de voz tan sereno como el que se utilizaba para contarle una historia a un niño antes de irse a dormir. —Un día un sujeto con el uniforme del ejercito lo atrapó, yo lo vi todo desde la otra esquina, pero me había prohibido terminantemente que me aproximara si algo como eso ocurría, así que obedecí, no me moví de mi lugar mientras veía como se llevaban a mi hermano.— Continuó con el repentino relato, mientras yo ponía toda mi atención en él, que gesticulaba ligeramente a medida que iba recordando los sucesos en su mente. Un atisbo de sonrisa cruzó por sus labios. —Esa noche lloré como un bebé. Estaba aterrado, no sabía que había sido de él y ni siquiera tenía a quién pedirle ayuda. Nunca me había sentido tan desesperado.— Negó con la cabeza, como si estuviese reprendiéndose e inspiró profundamente. Yo no dije nada, más porque no podía quitar mi atención de la historia y de la forma en la que Alex se veía relatándola. —La mañana siguiente el maldito apareció en la puerta con cajas de alimentos enlatados e incluso un par de golosinas que el soldado le había obsequiado, desde entonces nos llevaba comida cada vez que podía, a cambio de acompañar a su familia a la iglesia. Su madre es una inmigrante ilegal que la había tenido difícil de niña y supongo que por eso decidió echarnos una mano.— Se encogió de hombros y me miró por un segundo. —Rosa, la madre de Tyler.— Aclaró, y le miré sin intención de ocultar mi sorpresa.
—¿Y el soldado?
—Liam, era su hijo mayor. Murió ante de cumplir veinticuatro en servicio. El punto es que el sujeto era el héroe de Blake, dios, idolatraba al tipo como no imaginas, yo también lo hacía, supongo, pero con él era diferente, eran buenos amigos, e incluso iniciaron su propio club. — Continuó, y sus ojos viajaron hasta la marca en su mano, antes de ponerla en alto y sacudirla entre nosotros. —Así fue como comenzó, y de repente un sujeto cualquiera llegó diciendo que había muerto. No quedó nada de él, ni siquiera una pierna, así que el entierro fue un montón de cosas sin sentido abultadas en un cajón. Ese día Blake me dijo una cosa. —Hizo una pausa y pareció reflexionar un momento. —Él estaba destrozado, más de lo que jamás le vi jamás, y aun así, simplemente me rodeó con el brazo y simplemente dijo "ahora ya no estamos solos".
El lugar volvió a sumirse en un silencio, ya no tan incómodo, mientras él parecía sumirse en el recuerdo que me había atrapado desprevenida por completo. No tenía relación alguna con la muerte de Ronald, pero Alex acababa de confesarme un pedazo de su pasado y el de Blake, algo que significaba mucho para él. Podía ver que aún le dolía, y el que compartiera su dolor con él mío, parecía una mejor forma mucho mejor que decir un superficial "lamento tu pérdida".
Así eran la forma que Alex Walker tenía de apoyar a alguien, y quizás otro no podría verlo, pero ese momento significó mucho para mí y quizás para él también.
—¿Liam, el soldado intachable, inició Los Lobos de Brooklyn?— Pregunté, después de un rato y sonrió asintiendo con la cabeza, ante lo irónico que se escuchaba.
—Se suponía que era un agrupación de ayuda a la iglesia. Todavía lo somos, de cierto modo.
Por alguna razón sonreí, inesperada y repentinamente, mientras le miraba.
—Ese no es el tipo de cosas que le dices a cualquiera.— Mascullé, al tiempo que nos deteníamos frente a un enorme edificio junto a la entrada del subterráneo de Liberty, cuándo me di cuenta que no tenía ni idea de donde estábamos.
—No se lo estoy diciendo a cualquiera, te lo digo a ti.
*****
Alex empujó la puerta para dejar al descubierto el enorme espacio del último piso. El techo era vidriado y aunque estaban desgastados todavía podía ver el cielo estrellado del otro lado sobre la enorme sala.
—¿Qué es este lugar?— Pregunté, ingresando con lentitud.
Las paredes tenían los ladrillos al descubierto, y sobre la pared de la puerta había una enorme pantalla plana colgada, frente a una alfombra circular y un juego de sillones de cuero marrón que me recordaron al trasto en la habitación trasera de la cueva.
—Creo que solía ser una fábrica de pegamento o algo así. El Viejo la compró cuando renunció y se nos unió.— Comentó, echando llave e ingresando al amplio salón.
La pared que daba a la calle era de vidrio también, separada en sectores por cuadrículas de metal, pero aún podía apreciar la ciudad desde lejos. Miré sobre mi hombro, el dirección a la cocina, cuando un par de pasos apresurados se oyeron aproximarse a toda velocidad.
—Maldita sea, Cero. ¿Dónde demonios te has... ¡Jenna!— Fox modificó en un instante el ceño fruncido, articulando una enorme sonrisa y me envolvió entre sus brazos, mientras las cadenas de sus prendas tintineaban. —¡Estás en casa! Que bueno verte aquí, te ves... un poco masculina.— Comentó, dándome un rápido vistazo y Alex artículo una mueca.
—Ni que lo digas.— Masculló, lanzando las llaves y otras cosas sobre la mesa plástica, vacía, de la esquina.
—¡Ah, no importa! Puedes tomar lo que te guste de mi armario. Lo mío es tuyo. — Sonrió, acomodándose el corto vestido negro y pasándose un dedo alrededor de su labial morado abrió la puerta. — Bueno ya voy de salida...
—¿A donde?— Él preguntó, mirándola con desconfianza y ella se cruzó de brazos en el umbral.
—Lo sabrías si leyeras los malditos mensajes. En fin, puedo encargarme de todo, ustedes quédense y descansen, tú te ves terrible.— Me señaló y me encogí de hombros.
—He tenido mejores días.— Dije, mientras Alex miraba alrededor antes de volverse hacia ella.
—¿Donde está Blake?— Volvió a preguntar y ella puso los ojos en blanco en respuesta.
—Oz ha venido enfadado por tener que cubrirlo en su turno, más cuando estamos cortos de personal, así que se lo ha llevado a rastras a la Cueva.— Miró alrededor y sonrió con picardía. —Así que solamente serán ustedes dos. Bueno, ya se me hace tarde.— Señaló su muleca, como si hubiese un reloj en ella y sacudiendo su cabello perfectamente planchado, movió la mano y lanzó un par de besos imaginarios antes de cerrar la puerta tras de si.
—Sí que tiene energía. — Comenté, volviéndome hacia Alex y ladeó la cabeza.
—Le agradas mucho. Nunca ha habido otra chica alrededor.— Habló, con cierto tono de duda y movió la mano restándole importancia. —De todos modos parece que me has ahorrado un regaño.— Se encogió de hombros, en tono resuelto, mientras se dirigía al largo pasillo del otro lado.
—¿Por qué estamos aquí?— Pregunté, siguiéndolo de lejos mientras me aproximaba de a poco al oscuro túnel.
—Pensé que no estarías de ánimos para trabajar.— Respondió, desde el otro lado, encendiendo la luz que provenía de una bombilla en el centro del pasaje, que alumbraba de manera decadente y pude ver la cantidad de puertas que se ubicaban a los lados de la extensión. —Además, tengo algo para ti.— Tomó algo de su bolsillo y lo lanzó por los aires, por lo que tuve que dar un par de pasitos apresurados hacia delante para atraparlo.
El montón de billetes enrollados, aterrizó en mis manos y observé rápidamente, entre los billetes de cien y cincuenta, que había más de lo que esperaba.
—Están sumadas las propinas y el trabajo de... la información. — Explicó, mientras atravesaba una puerta negra, otra con pinturas extrañas y una rosa, con gemas pegadas, que no me costó trabajo deducir que le pertenecía a Hannah.
—¿Todo el grupo vive aquí?— Pregunté y asintió.
—Hay espacio de sobra. ¿Y que piensas hacer con el dinero?
Sonreí inmediatamente ante la idea y le miré, lo que le tomó por sorpresa.
—Pagaré la renta del taller.— Dije, y no se burló, tampoco me dijo que era un desperdicio de dinero, ni que debería usarlo para algo más productivo. Él simplemente asintió.
Pensé en cuanto Emma iba a regañarme, y en lo mucho que había batallado para convencerla de conservar el lugar, y de pronto me sentí mejor, con tan solo la idea de mantener un lugar vacío que ni siquiera le daba utilidad, por un poco más, eso bastó para hacerme sonreír.
—Retiro lo dicho, muñeca.— Espetó, cruzándose de brazos y apoyando su peso contra la pared. Lo miré confundida y elevó la cabeza, fijando la vista en el techo. —Cuando dije que no estaba celoso.— Agregó, pensativo, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.
—Me gusta Oliver. Es un buen tipo.— Dije, imitando su posición del otro lado del pasillo.
Alex artículo una sonrisa lobuna, como si se sintiera retado de algún modo, y se aproximó, colocando un brazo contra la pared, mientras se inclinaba frente a mí.
—¿Te gusta para ir a tomar un café barato y reírte de su patético sentido del humor, o para montártele encima?— Preguntó, con un tono divertido, casi susurrante, mientras elevaba la ceja cortada, expectante. Estiré el brazo para imponer un poco de distancia entre nosotros, mientras consideraba la pregunta.
—Supongo que sería lo primero.
—Entonces me conformo con lo segundo. — Dijo, casi inmediatamente, con seguridad, tomando mi mano en su pecho y jalando de ella, haciendo que mi cuerpo se acercara al suyo lo suficiente como para estrellar su boca contra la mía.
Había algo en Alex Walker que era tremendamente irresistible para mí, a pesar de ser tosco y que, quizás, nos usáramos para beneficiarnos mutuamente, cada vez que sentía su piel contra la mía, cada vez que su mano se deslizaba por alguna parte de mi cuerpo y cuando su calor acababa por abrazarme, parecía que existía un tipo de necesidad, que nacía de tanta tensión acumulada entre los dos.
Sus labios se abalanzaban sobre los míos, a lo que respondí de igual forma, en un beso brusco y desesperado, como lo era él. Su lengua se paseó por mi boca, y su barba de pocos días raspó la piel de mi rostro con cada movimiento acelerado.
Sus manos presionaron mis muslos con fuerza, y en un rápido movimiento me elevó sobre su cuerpo, atrapándome contra la pared de ladrillos, mientras una de sus manos se colaba por debajo de la camiseta y rozaba mi espalda de lado a lado.
Sin despegarse de mi rostro tanteó apresuradamente sobre la madera de la puerta junto a nosotros, y con un movimiento de la perilla, la entrada se abrió mientras, a ciegas, nos dirigimos al interior de la habitación que lejos de importarme si era la suya o sin siquiera observar como se veía, busqué la cama en medio de la oscuridad. Cuando mi mano rozó el edredón, Alex me lanzó sobre el colchón con avidez, para acomodarse a horcajadas sobre mí. Me miró por un ínfimo instante, en lo que sus ojos parecieron brillar en la oscuridad, y rápidamente tomó la enorme playera y la deslizó sobre mi cabeza, para arrojarla en algún lugar.
Su lengua recorrió mi cuello y mis pechos, mientras arrancaba mi sostén con una agilidad sorprendente. El calor de su cuerpo parecía quemar mi piel, mientras su boca descendía rápidamente por mi abdomen, al tiempo que jalaba de su camiseta para acabar de quitársela.
Con él todo era salvaje, pasional e inevitablemente lujurioso. Sus manos me tocaban sin cuidado pero con presición y su lengua trazaba figuras sobre mi piel, en los lugares exactos para hacerme suspirar. Cuando volvió a besar mis labios, le rodeé la cintura entre mis piernas y al unir sus caderas con las mías, el roce de su erección contra mi cuerpo le hizo soltar un sonido ronco y gutural, completamente excitante, que preció desesperarle.
De pronto todo pareció desparecer, las preocupaciones, incertidumbres y tristezas. El vacío se llenó por un instante, de incontrolable placer.
Alex se quitó los pantalones junto con la ropa interior y el sonido plástico de un condón se oyó en algún lugar, antes de siquiera haberme fijado de donde había salido. Inmediatamente después volvió a colocarse sobre mi, apoyándose solamente en un brazo, mientras con la mano libre me arrebataba la pequeña tanga de encaje y la colocaba en el edredón junto a mi rostro, para lentamente llevarse un par de dedos a la boca y lamerlos lentamente, con un libido tan palpable que casi sentí que me sonrojaba al verle articular una sonrisita ladeada, mientras su índice y dedo medio se colaban poco a poco dentro de mí.
Una ola de calor y adrenalina explotó, esparciéndose por todo mi cuerpo mientras él movía sus dedos con rapidez, entrando y saliendo de mi cuerpo, con coordinación. Todavía tenía ese gesto presuntuoso, adornado por una sonrisa sagaz que dejaba en evidencia lo consiente qué era de lo que provocaba en mí, y lo mucho que lo disfrutaba.
Era abrumador, tanto, que no podía pensar, así que simplemente me dejé hacer, tendida debajo de él. Las sensaciones, el choque de su aliento contra mi cuello, y sus manos rápidas encontrándome sin dificultad, creaban un bucle frenético que apenas y podía contener.
Gemí, sin poder evitarlo, y pareció ser la señal que Alex necesitaba oír, porque inmediatamente se incorporó y, en una preparación fugaz, me tumbó sobre las rodillas. Sujetándome de las caderas, me penetró con fuerza, en una sola embestida limpia y profunda, que hizo que apretara los ojos y me mordiera el labio inferior, conteniendo un grito en mi garganta, mientras el dejaba escapar un suspiro exacerbado ante la acción. Permaneció un segundo inmóvil, en el que pareció que el mundo se había silenciado por completo, y, de pronto, sus manos se deslizaron ligeramente sobre mis costillas y comenzó a moverse.
Ese era el momento, el instante que necesitábamos para dejar ir la tensión, el libido, y toda esa electricidad que se había acumulado entre nosotros desde el primer instante. Alex me había estado asechando, como un depredador, y finalmente yo me había convertido, bajo mi propia voluntad, en la presa.
Alex embistió, con rapidez y coordinación, aferrándose a mi de tal forma que creí que sus manos quedarían impresas en mi cuerpo. En su rostro caían gotas de sudor, y una mueca producto del ansia, con la boca ligeramente abierta y los dientes apretados, volvió el instante incluso más excitante cuando nuestros ojos se encontraron, en un ángulo en el que pareció estar conteniéndose, incluso en aquél instante.
Ya no había espacio para la sensibilidad y la comprensión. Desapareció todo rastro de compasión, y del Alex que había visto tantas veces, porque quizás ya no estaba, quizás ese solamente era Cero, un lobo, hambriento y desesperado, simplemente dejando salir su lado más salvaje, más natural.
Durante un instante el único sonido que ocupaba la habitación era mi voz, entre gemidos y suspiros acelerados, perdiéndome en sensaciones que había olvidado, y emociones que nunca había experimentado antes. Así era el sexo con Alex Walker, brutal, carnal, obsceno e increíblemente placentero. Sus manos rodearon mis pechos, y masajeó, con libertad, mientras su frente reposaba en mi hombro ligeramente, con la respiración dificultada, dando una embestida profunda que acabó por desencadenar un orgasmo violento y explosivo. Presioné las sábanas con fuerza, cerrando las manos y arqueando la espalda ante la sensación que me recorría, y Alex elevó el movimiento de caderas, tan rápido, que la fricción de su piel contra la mía no tardó en hacer que él también dejara escapar un gemido ronco, seguido por un ligero temblor de su cuerpo, que acabó por inmovilizarlo, tumbándose junto a mí.
Y de nuevo silencio.
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Sin Códigos
General Fiction"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.