Alex
Blake se encogió entre las vigas metálicas, sin hacer un solo ruido, y me hizo una señal para que me moviera hasta el extremo opuesto del techo, para poder cubrir más terreno. Me incliné sobre el borde, y observé los metros que me separaban del suelo, solamente para recordar que debía sujetarme más fuerte sino quería romperme el trasero en la caída.
—¿Han hablado con el jefe?— El mexicano preguntó, mientras le daba una patada a una de las cajas embaladas que ni siquiera se movió.
—No. Nos ha dejado ordenes explicitas de no contactarnos con él.— Un flacucho respondió, mientras empujaba otra de las cajas con ayuda de otros dos, y las apilaban en una fila contra la pared donde Jenna había estado encadenada hacía no mucho.
Cerré mis puños al rededor de la vara metálica, reteniendo el enojo que comenzaba a envolverme de repente, y apreté los dientes con fuerza, mientras observaba a mi hermano articular, desde el otro lado, un ceño fruncido para que mantuviera el control y guardara silencio.
Blake se había tomado el trabajo de regresar al lavadero de los terceros, en son de paz, pero a demás de querer hacer las pases con el grupo al que prácticamente habíamos machacado, su intención era conseguir información sobre la pandilla del muelle, que no tenían nombre y del que pocos habían oído hablar. No era mucho lo que había conseguido, pero había bastado para llevarnos de regreso al galpón apestoso, donde casi habíamos muerto la última vez. Y con la imagen de Jenna, desangrándose en el suelo, no tan solo me costaba trabajo pensar claramente, sino que tenía que hacer un esfuerzo físico para no lanzarme sobre los malditos y romperles el cuello en ese mismo instante.
—¡Eh, enamorado! ¿estás escuchando?— La voz de Oz me retumbó a través del audífono tan fuerte como a Blake, y ambos nos encogimos ante el estruendo.
—Si, imbécil. Vas a dejarme sordo.— Respondí, con un murmullo de mala gana, aunque en realidad no tenía idea lo que me había dicho, y no me molestaba tanto el tener que oírlo como el hecho que no estuviese fastidiando al rededor.
—Estaré en la furgoneta, junto al tercer muelle. Intenten salir en una sola pieza.— Comentó, despreocupado, y ambos asentimos, aunque no podía verlo. —Dense prisa. Y Blake, recuerda que Alex es el demente, no te excedas esta vez.— Soltó, mientras él ponía los ojos en blanco y negaba con la cabeza sin decir nada, porque probablemente sabía que tenía razón, recordando la última vez que se había dejado llevar. Yo ni siquiera respondí el insulto, porque después de tanto tiempo sin oír el parloteo incesable de Ozzie, casi se sintió agradable.
No sabía cuando, ni me importaba cómo, pero Blake había logrado hacer las pases con el Mago y le había traído de vuelta la noche anterior. Nadie había dicho nada al respecto, pero sabía que todos estaban igual de aliviados al ver que las cosas volvían a la normalidad para variar.
—¿Entonces, que haremos con la entrega?
—Para entonces el jefe ya estará de vuelta. Estoy seguro.— El anciano del bigote afirmó, mientras Blake y yo intercambiábamos una mirada, dejando en claro que habíamos pensado lo mismo.
Como él lo había predicho, esperaban un cargamento. Tenían un trabajo, y eso era lo que los mantenía en Brooklyn. Habían iniciado un negocio, y esa era probablemente la razón por la cuál habían intentado sacar a los lobos del camino. A nadie le gustaba la competencia.
—Tenemos que tener el espacio listo para el viernes.
—Relájate, todavía tenemos una semana.— Uno comentó sentándose en el suelo, tomando una lata de cerveza del paquete junto a él. —Y los clientes ya están asegurados.
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Sin Códigos
Fiksi Umum"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.