Capítulo 20

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Alex

El humo del último cigarro de la caja se perdió en los nubarrones del cielo, y lancé la colilla sobre el montículo de tantas otras que se habían juntado en apenas un par de minutos. Miré el cielo; la lluvia se había detenido apenas hacía un par de horas y la humedad ya comenzaba a sentirse, incluso de noche, junto con el calor del maldito verano, haciendo que la aglomeración y falta de ventilación dentro de la cueva la volviera completamente inhabitable, para mí al menos, al resto parecía no molestarle en lo absoluto, amontonándose entre la música, el humo y el conjunto de cuerpos sudorosos que de solo imaginarlo me irritaba.

Observé la cantidad de vehículos aparcados frente a mí, extendiéndose no solo a los alrededores de la cueva, sino por toda la acera y mitad de la calle, incluso dentro de los callejones cercanos, bloqueando el paso de cualquiera que quisiera transitar por el lugar, pero probablemente nadie que no buscara emborracharse y problemas rondaría a esas horas por allí.

La puerta se abrió a mis espaldas, y el estruendo de la musica explotó momentáneamente con un ligero olor a sudor y tabaco, hasta que la madera volvió a cerrase. Blake se inclinó, silenciosamente, y ocupó el poco espació que quedaba libre en los cuatro escalones, medio recostándose para tenderme la botella de cerveza que tenía en la mano. Negué con la cabeza, y él se encogió de hombros para darle otro sorbo.

—Has estado muy pensativo hoy.— Comentó, mirando al cielo. Me encogí de hombros y sonrió. —Pues espero que no esperes un pago por estar sentado aquí toda la noche.

—Esta desbordado de gente, no voy a entrar.— Respondí, al tiempo que se oía algo de vidrio romperse adentro. Blake sonrió y asintió con resignación.

—Sí, ya sé que no te gustan los lugares cerrados.— Dijo, y le di una mirada de advertencia antes de que se le ocurriera comenzar a recordar el pasado, como tenía afición por hacer. Simplemente se limitó a elevar las manos, en señal de tregua y un silencio se elevó entre los dos, dejando la musica, insultos y risas de fondo como el único sonido de la noche.

Creí haber oído una risa de Jenna en el interior, justo antes de una ronda de aplausos, por lo que deduje que las apuestas ya habían comenzado. Miré a Blake, mientras el se perdía en algún lugar del paisaje, con una mirada tranquila. Otras risas se oyeron, justo antes de que Oz soltara una maldición y Blake negó con la cabeza, posiblemente adivinando que su amigo había perdido. Todo pareció normal en ese instante, sintiéndose como los viejos tiempos por un escaso segundo, e inevitablemente deduje que se trataba de aquella maldita calma antes del huracán.

—¿Recuerdas cuando tallaste estos escalones con nuestros nombres?— Preguntó de repente, observando la madera vieja y sucia, mientras le pasaba la mano a lo que antes era su nombre y ahora solamente un conjunto de suciedad apenas distinguible.

—Sí, la vieja Lizz quería darnos con la escoba.— Dije, recordando el momento exacto en el que Oliver y yo corríamos por toda la cueva, cuando solamente era una casa vieja.

—Lo habría hecho si el viejo no la hubiese parado. Siempre fuiste su favorito.— Blake habló, con nostalgia que se entremezclaba con amargura y asentí. —Y Oliver también.—Soltó, con cierto tono sospechoso y lo miré con el ceño fruncido.

—Sí, lo recuerdo.— Respondí y el volvió a asentir lentamente, ladeando la cabeza en mi dirección, con aquella mueca inquisidora que me ponía nervioso.—¿Qué?— Gruñí y él volvió la vista al frente, encogiéndose de hombros.

—Has ido a verle.— Soltó con ligereza, dándole otro trago a su cerveza, y lo miré, sin poder ocultar la sorpresa. Incluso para Blake, eso era demasiado.

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