Oliver
Me quité el gorro y lo lancé sobre la mesa de plástico, sacudiendo los restos de lluvia de mi rostro, mientras Frank se desviaba hasta el mostrador.
—¿Café cargado?— Preguntó, volteándose ligeramente en mí dirección y asentí, repentinamente sorprendido por haber tomado la iniciativa de pedir la orden por primera vez desde que lo conocía.
La anciana del mostrador le sonrió coqueta, como siempre, y Frank una vez más pareció no notarlo, mientras se limitaba a pedir la orden.
—Lo siento Frank, las donas a penas están en el horno.— Ella se lamentó, levantando la vista de la libreta y recibiendo un ceño fruncido de parte del viejo.
—No puede ser, Rita. ¿Qué se supone que voy a comer?— Respondió, inclinándose para ver de cerca el menú pegado sobre la mesa de la caja registradora, y ella se acercó, iniciando una conversación trivial que probablemente no rendiría frutos en un hombre tan amargado como Frank Carlson.
Me volví hacía la ventana, observando la lluvia de un verano que parecía no acabar. Un par de niños habían salido a jugar junto a la calle, donde el agua se había estancado lo suficiente como para generar una divertida guerra. La lluvia caía a borbotones, y aunque no podía oírlos supe que estaban riendo y gritando, al otro lado de una calle prácticamente intransitable.
Llevándome un trozo de pan a la boca, mientras esperaba, suspiré amargamente. Jenna apenas me había enviado un texto disculpándose por desaparecer de repente y diciendo que estaba bien, lo que no me había bastado en lo absoluto, pero tampoco había tenido las bolas suficientes para preguntarle más, por lo que ahora solamente podía tragarme las ganas, y limitarme a mantenerme enfocado en el trabajo, que tampoco era muy prometedor que digamos. La mañana se había limitado en un par de arrestos por exhibicionismo y una pelea callejera, que era, básicamente, el equivalente al día más aburrido del año si se le sumaba el trabajo de oficina que se venía después.
Me sorprendí al oír una risa de Frank, y volteé inmediatamente para admirarme de la cara orgullosa de Rita, al finalmente haber conseguido su cometido, después de casi dos meses de intentos fallidos. Sonreí ligeramente, mientras él se acomodaba frente al mostrador, dispuesto a alargar la charla junto con la espera, en una pose muy poco prometedora para él.
El sonido de la campanilla de la puerta indicó la entrada de un nuevo cliente, que a esas horas de la mañana y con la tormenta resultaba sorprendente, pero ninguno de los ancianos se percató, inmersos en una charla que de repente parecía haberse tornado interesante. El cuerpo del encapuchado rodeó las mesas del centro, con la mirada fija en el suelo, y se aproximó a la fila de sillones contra la ventana, en donde nosotros nos habíamos ubicado, caminando ordinariamente sin llamar la atención, goteado por todo el suelo. De repente, y antes de que pudiese siquiera gesticular, ya se había acomodado frente a mí, lo suficientemente rápido como para sujetar mi brazo, impidiendo que me pusiera de pie.
—Tranquilízate, o llamarás la atención.— Habló, levantando la vista lentamente, dejando a la vista la larga cortadura en su rostro, y fruncí el ceño, inmediatamente, suspirando.
—¿¡Estás demente, Alex!?— Gruñí, con inevitable sorpresa, elevando ligeramente la voz. Él reaccionó de inmediato, haciéndome callar con un gesto de un dedo sobre su boca y puso los ojos en blanco.
—Tenemos que hablar.— Dijo, y lo miré estupefacto, por un momento, mientras Rita soltaba un carcajada al fondo del bar.
Su sudadera gris estaba empapada, por lo que deduje que había venido a pie para que su auto no fuera visto. Tenía un par de moratones en el rostro, como de costumbre, seguramente por haberse metido en alguna pelea donde no lo llamaban, y sus nudillos estaban lastimados, probablemente por un problema del trabajo. Me miraba muy serio, dejando en claro que no tenía tiempo para perder, ni para juegos, y me sorprendió el hecho que no hubiese cambiado ni un poco en todo este tiempo. Su rostro, sus gestos, e incluso la forma de hablarme, era igual. Era el mismo Alex con el que había reído, jugado y crecido; y, sin embargo, parecíamos un par de completos extraños allí.
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Sin Códigos
General Fiction"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.