Capítulo 3- parte 2

10.6K 725 107
                                    


Jenna


Era pleno día, y a pesar que el sol brillaba en lo alto del cielo, parecía existir una barrera impenetrable en aquel lugar, que bloqueara todo paso de la luz hacia el interior, manteniéndolo a oscuras, iluminado con aquella luz blanquecina parpadeante, y tenue, que era típica de luces de emergencia.

Acompañando al ambiente taciturno, los suelos y paredes eran de madera, al igual que las mesas y los sillones, que se extendían hasta donde la luz ya no me permitía ver, e incluso la barra acompañaba la decoración; y la humedad que se filtraba por las esquinas superiores e inferiores hacía rechinar el suelo con cada paso, y provocaba que se extendiera un penetrante olor a madera húmeda, que era opacado por el humo del tabaco y la mezcla de olores alcohólicos que no era capaz de distinguir. De fondo predominaba una tenue música de los años cincuenta, que inconscientemente me trasladó a las horas de la tarde que me la pasaba en el taller de mi padre, mientras él tarareaba sin ritmo alguna canción del grupo "The weavers" que tanto le gustaba, y tan repentinamente como apareció, descarté el pensamiento de mi cabeza, mientras Alex me daba un ligero empujón en la espalda para que no detuviera el paso, en medio del improvisado pasillo que se formaba entre las mesas.

Un par de ojos curiosos se centraron en mí, e inevitablemente les recorrí con la mirada de vuelta. No había más de seis o siete hombres en aquel lugar: un par jugando cartas, otros pocos desparramados alrededor, y uno que otro con vestimentas tan oscuras, que se perdían entre el fondo de las paredes adornadas con chapas de autos y cuadros viejísimos, pero todos me observaban como si no hubiese visto a una mujer en siglos, a pesar de que había una sentada de piernas cruzadas sobre la barra, con una lata de cerveza en la mano.

— Ignóralos. — Su voz retumbó detrás de mí, sorprendiéndome, y mientras me volvía hacia él observé como les lanzaba una mirada de advertencia a todo los presentes, como si les ordenara que mantuviesen la distancia.

— ¿Por qué están viéndome así? — Me atreví a preguntar, sintiendo que algo se me veía a través de la ropa, y él se encogió de hombros, quitándose el cigarro de la boca, y lanzándolo hacia un bote junto a la barra, justo debajo de una ventana sellada con vidrios de colores.

— Aquí no vienen mujeres. — Se inclinó sobre la barra, y una lata voló desde la otra esquina hacia su cabeza, al tiempo que se inclinaba, evitando el impacto justo a tiempo.

— ¡Te escuché, Cero! — La mujer gritó, mientras la lata derramaba el poco líquido que le quedaba sobre la madera pulida de la barra. Alex no se molestó en voltear, en su lugar, se limitó a extenderse hasta la máquina de cerveza debajo de la mesada, y presionó la manguera dentro de un vaso, hasta llenarlo.

Me lo extendió, frente a mi rostro, y negué con la cabeza. Sin pensárselo dos veces se vació el contenido, como si no hubiese bebido nada en días, y mientras los restos de espuma, volvían a su lugar en el fondo del recipiente de vidrio, pasó el dorso de su mano sobre sus labios humedecidos, y volvió a darme un empujón en el hombro, para que le siguiera, mientras este se adelantaba en dirección a las puertas metálicas, ubicadas junto a la barra.

La poca luz que se filtraba por los trozos de vidrios de colores que adornaban las ventanas en la parte delantera del bar, se esfumaban por completo al otro lado del umbral de metal, en donde se limitaba a ser solamente una pequeña sala, iluminada por un foco colgante, que dejaba más espacios a oscuras que visibles, y que parecía ahogar todo sonido alegre que provenía del otro lado.

De inmediato reconocí al conjunto de sujetos que se encontraban contenidos en la minúscula habitación, los había observado repetidamente en la iglesia. Pero cuando mis ojos se posaron en la enorme masa corporal del hombre echado sobre el sofá, y en aquella cresta naranja del flacucho a su lado, sujetando una bolsa de hielo sobre su mejilla, sentí como las piernas volvían a fallarme, y las articulaciones se me contraían en un sentimiento de pánico.

Sin CódigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora