Jenna
24 horas antes:
—Oliver, necesito que me hagas un favor, ahora.— Musité, tratando de sonar segura pero la voz me falló rotundamente.
—¿Dónde estás? ¿está todo bien?— Se apresuró a decir, mientras el ruido de fondo se ahogaba.
Rápidamente tomé el abrigo y me apresuré a salir del edificio, enviando un mensaje a todo el grupo informando que todo estaba en orden, aunque lo escribí con las manos temblorosas y faltas ortográficas.
—¿Podemos vernos?— Pregunté, deteniéndome en la acera, mirando al rededor para asegurarme que nadie estaba siguiéndome. Un silencio se hizo del otro lado, haciéndome impacientar. —Oliver.
—Estoy en servicio, en la jefatura. Pero después puedo...
—Perfecto, quiero que me dejes hablar con la oficial Carter.— Le interrumpí, aceleradamente, hablando antes de siquiera procesar las palabras.
Otro silencio se hizo en la línea, y comencé a caminar rápidamente en dirección a la estación de policías.
—¿Por qué?— Preguntó finalmente.
¿Por qué? Lo mismo me preguntaba yo una y otra vez... ¿qué estaba haciendo? ¿había enloquecido? Sin importar cuanto intentara autoconvencerme que seguía en shock por el encuentro no era así, yo lo había visto en los ojos de Frank Carlson, en su asquerosa sonrisa, en cómo estaba dispuesto a retarme a mí y a los lobos.
Él sabía que Blake iba por él, y estaba preparado para acabar con ellos. No por el trabajo, no por mí, había algo más... algo que todos ignoraban y que ya no tenía oportunidad de descifrar, el tiempo se me había acabado y a los lobos también.
"...Tu naturaleza es proteger." Eso me había dicho Frank y, aunque esas palabras hubiesen salido de su boca, eran verdad. Yo los quería, los quería a todos, tanto, que no podía dejarles en manos del destino porque siempre había estado en su contra.
Yo iba a protegerlos. Lo había decidido en ese mismo instante y nada de lo que ocurriera después importaría si lograba mantenerlos a salvo.
—¿Puedes hacerme este favor?— Insistí finalmente, y casi pude oír a través de la línea la confusión arremolinarse en la mente del oficial, pero finalmente soltó un suspiro resignado.
—Si.— Y eso era todo lo que necesitaba.
Corrí, lo más rápido que pude hacia la estación, sintiendo el aire quemarme los pulmones y la saliva detenerse a medio camino de mi garganta seca, pero no me detuve. Los ojos me dolían por el llanto, y sentía la piel de la cara entumecida por las lágrimas que se habían secado sobre ella. Era la perfecta imagen de la desesperación.
¿Siempre había sido de esa forma? No lo recordaba, era como si, en el instante en el que mi padre había muerto, la persona que yo era antes hubiese desaparecido, y solamente quedaban recuerdos de la persona que me había convertido desde entonces; esa construcción de miedo, incertidumbre y adrenalina, que siempre daba un paso adelante a ciegas, confiando en todos los demás con la esperanza que pudiesen mantenerme a salvo.
Ya no más.
Había llegado al límite. No más de la muchacha que se quedaba llorando en los rincones hasta el amanecer, o de la huérfana que buscaba venganza a través de los demás.
—No más venganza.— Dije, entré jadeos, deteniéndome en las puertas cerradas, adornadas por el símbolo de la policía de Brooklyn.
Tomando una profunda inspiración, me decidí a dejarlo todo detrás, la venganza, los deseos de hacer justicia, incluso honrar la memoria de mi padre; cuando di un paso dentro dela jefatura, renuncié a todo ello para proteger lo único que me quedaba.
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Sin Códigos
Ficción General"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.