Capítulo 10

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Alex

El teléfono comenzó a vibrar debajo de algún cojín, y todavía sin abrir los ojos atiné a manotear a ciegas hasta dar con el aparato, simplemente para arrojarlo sobre la alfombra, donde ya no molestara, pero eso no evitó que el bullicio de fondo cesara.

— ¡¿Quién ha entrado en mi habitación?!

— ¡Nadie quiere entrar en ese cuchitril!

— ¡No mientas, gordo! Has robado mis golosinas, y mezclado mis acuarelas en el proceso.

Se escuchó la discusión rutinaria entre Oz y Albóndiga, y presioné uno de los cojines contra mi rostro, como si sirviera para dejar de oírlos, maldiciéndome mil veces por haberme dormido en el sofá. La aspiradora de Chett y la música pop de Fox se entremezclaban con la voces que acababan por crear un caos que me sacaba de quicio a mas no poder.

—Mierda. — Mascullé, sentándome en una esquina, encorvado, con un dolor de espalda horrible, al tiempo que los resortes rechinaban junto con mis movimientos, y me refregué los ojos con fuerza.

Suspiré exhausto, como si acabara de correrme una maratón en lugar de haber despertado, y me estiré con dificultad. Estaba hecho polvo.

—Buenos días, Cero. — La voz susurrante se aproximó tanto a mi oreja que sus labios casi la rozaron y me hizo saltar.

— ¡Mierda, Peak! — Grité, alejándome hasta el otro lado del mueble, rascándome la oreja para quitarme la perturbadora sensación de escalofríos. — Deja de hacer eso. — Le dije, mientras volvía a su pose de meditación sobre la mesita con una sonrisa burlona, y negué con la cabeza.

Hacía casi tres noches que no regresaba a dormir. Sería una mentira decir que prefería pasar la noche en el apartamento abandonado del bloque tres, pero al menos ahí tenía silencio, que era lo único que necesitaba a esas horas de la mañana, y los domingos eran los únicos días que a todos se les ocurría una nueva forma para desquiciarme.

Miré alrededor, todavía adormilado, mientras observaba como las gotas de lluvia se estrellaban contra el ventanal principal, mostrando un paisaje de Brooklyn más deprimente de lo normal. Los lienzos semi terminados de Oz estaban desparramados en la esquina del librero, junto a los viejos CD's que Hannah no había oído en años y que se rehusaba a tirar, y detrás, el viejo poster de Los Ángeles estaba cubierto por una película de tierra, dejándolo prácticamente invisible, al igual que el viejo sueño de todos de ir allá.

Ahora se veía muy lejano, pero alguna vez habíamos sido simplemente un grupo de niños que deseaban alejarse de la mierda con la que habían crecido, y Los Ángeles parecía ser el paraíso perfecto para empezar de cero. No recordaba cuando todo había cambiado, pero esos sueños habían muerto ya hace mucho, al igual que los niños que los habían creado, la mesa llena de mercancía y las pilas de dinero junto a ella lo dejaban bien en claro.

Un conjunto de risitas se oyeron aproximarse, y me volteé para encontrar a Blake apareciendo por el pasillo, con los pantalones desabrochados, el cabello despeinado y una sonrisita que no necesitaba explicación, mientras el par de morenas de pernas largas continuaban riendo, colgadas una a cada lado de sus hombros.

—Es una lástima que tengan que irse señoritas. — Comentó, mientras bajaba las manos alrededor de sus espaldas y las empujaba hasta la puerta con disimulo.

—Podemos quedarnos. — Una comentó, mientras cruzaban la sala y él se encogió de hombros.

—Tengo muchas cosas que hacer. Pero esperen mi llamado. — Respondió, y la otra volvió a reír, mientras yo articulaba una mueca burlona que hizo que me mostrara el dedo medio, con total discreción.

Sin CódigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora