Jenna
Miré la boleta recién impresa del recibo, y no pude evitar sonreír. El taller era mío por otro mes, y todavía me quedaba suficiente dinero para subsistir el resto de las semanas. Solamente en una semana había ganado más dinero del que pudiese haber hecho en cualquier otro lugar en un mes, y no estaba segura si era porque en verdad mi trabajo en la cueva era bueno, o porque Blake me daba dinero extra por hacer trabajo con riesgo de muerte. El solo pensar en eso me hacía estremecer.
Sabía que Emma llamaría en cualquier momento para acabar con el instante de felicidad que me permitía imaginar que podría reabrir el taller, pero aún así, saber que los recuerdos de mi padre seguirían intactos por otro par de semanas me emocionaba.
—Pareces una niña que descubrió un nuevo sabor de helados.— Alex comentó, asomándose ligeramente por la ventanilla del vehículo negro, quitándose las gafas de sol, y me encogí de hombros.
—Viene siendo un buen día. ¿Qué haces aquí?— Pregunté, guardando el papel en mi bolsillo y cruzándome de brazos.
Él me escaneó con la mirada, como siempre hacía, sin preocuparse por si yo lo notaba o me importaba, y articuló una mueca satisfecha.
—Es domingo. Blake ya ha comenzado a hacer de monja para arrastrarnos a la iglesia, así que me he escapado. Sube.— Hizo una seña con la cabeza, mientras rodeaba la parte delantera de la camioneta y me posicionaba en el asiento del acompañante. El aroma a cigarro y jabón rápidamente me impregnó los sentidos. —¿A tu casa?
—¿Ahora eres taxista?— Pregunté, sin poder evitar pensar en que me había dicho que tenía que tener cuidado al andar sola por las calles, y esa era la razón de que estuviese allí. Él pareció percibirlo, pero no dijo nada, simplemente se limitó a conducir con su aire despreocupado y cubierto de aquella impenetrable mueca austera.
—He hablado con Oliver.— Soltó de repente y lo miré, sin poder creérmelo. —No sobre ti.— Dijo, rápidamente, con una mezcla de burla y recelo en la voz, y por un segundo sentí que iba a ruborizarme al haberme pasado la idea por la cabeza.
—¿Estás demente? Eso ha sido bastante estúpido.— Articulé, y pareció como si ya estuviese harto de oírlo.
—Le he dado la bala. Tiene más posibilidades de encontrar el origen que nosotros.— Continuó, como si yo no hubiese dicho nada, con la voz tensa. Admitir su incapacidad le enfermaba.
—¿Le has contado todo?— Pregunté, y negó con la cabeza.
—No he mencionado a Jerry, pero no es tan idiota, atará cabos tarde o temprano.— Soltó, en todo de advertencia, como hacía cada vez que Jerry Campbell era el tema de conversación, y un escalofrío me recorrió por la espalda.
La sola idea que pudiese pensar que mi padre era el responsable de todo lo que había ocurrido me provocaba náuseas, pero era aún peor el hecho que ni yo, ni nadie, era capaz de demostrar lo contrario.
¿Por qué papá estaba ahí esa noche?
El pensar que Oliver podría responder eso me causaba ansiedad, nerviosismo y un inevitable terror a que la respuesta pudiese ser algo inesperado.
Sacudí la cabeza, negándome a siquiera pensar en aquellas posibilidades. Sabía quien era mi padre, conocía a Jerry Campbell mejor que nadie más, sabía el tipo de persona que era y nada ni nadie iba a cambiar eso.
—Supongo que va a contactarte, si es que puede armar el rompecabezas.— Volvió a hablar, devolviéndome al momento y asentí con rapidez.
—Hasta ayer parecía normal. Quizás no ha encontrado nada, después de todo.— Dije, mientras nos deteníamos frente a la entrada de mí edificio y me miró de reojo, sin decir nada. —¿Qué?— Le impulsé a decir lo que sabía que estaba conteniéndose y se recostó sobre el volante, volteándose hacía mí para clavarme la mirada fijamente.
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Sin Códigos
General Fiction"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.