Jenna
Hacía tres semanas había establecido una rutina que se limitaba a despertar, alimentar al gato, visitar el cementerio y la iglesia, comer y dormir. Apenas y había un espacio para interactuar con alguien más, quienes se limitaban a ser Emma, si es que a través de una charla telefónica de no más de tres minutos se le consideraba interacción, y Ronald, el vecino, para conseguirle la medicina.
Una rutina tranquila, solitaria y aburrida. Ese era el punto, saber que era lo que iba a hacer, en donde y que ocurriría después. Sin sorpresas, sin altercados, con la simple monotonía de lo seguro, así me gustaba y así lo quería. La había repetido por casi veinte días consecutivos sin problema alguno, más que evitar al reducido grupo social que había formado antes... de que todo fuese diferente, eso me mantenía estable, y viva.
¿Y ahora?
Podía escuchar el sonido de la lluvia golpetear cada vez más fuerte contra una chapa sobre mi cabeza cuando lentamente la oscuridad comenzó a diseminarse. Abrí los ojos rápidamente, parpadeando un par de veces, mientras intentaba ignorar el leve mareo que todavía tenía.
La calle estaba vacía, y me encontraba tendida junto a un par de bolsas de basura, debajo de un improvisado techo de chapa, que le pertenecía a un kiosco abandonado. De pie junto a mí se encontraba él, con las manos en los bolsillos, y la espalda contra la pared, repleta de dibujos y palabras amontonadas, con sus ojos fijos en la oscuridad al rededor. No me miró.
-¿Cuánto llevo inconsciente? - Pregunté poniéndome de pie, mientras notaba las manchas de barro y restos de suciedad manchando mi ropa. La voz me sonó un poco áspera, como si hubiese dormido por días.
-Veinte minutos. - Comentó sin interés, con aquella voz profunda, que pareció cortar el sonido de la lluvia por unos instantes. Hurgó en el bolsillo de la chaqueta tomando un mechero, para luego encender un cigarro, que no había visto de donde salió. Entonces pude verla con claridad, en su mano izquierda, un círculo, que tenía el rostro de un lobo en su interior, como un sello en su piel. Era nítido, pero no era un tatuaje, podía verlo, había sido macado en el dorso de su mano como lo hacían con el ganado. Callé mis pensamientos cuando volteó hacia mí, elevando la ceja entrecortada por la cicatriz, en un gesto, seriamente interrogante y sentí que había pensado algo fuera de lugar como si el pudiese percibirlo con aquellos ojos monstruosamente verdes.
Su mirada se deslizó a lo largo de mi cuerpo hasta mis pies, y volvió a mi rostro con tanta rapidez que me hizo contener el aliento.
-¿Qué? - Pregunté alejándome un paso, como por inercia.
-Te he salvado el culo dos veces hoy. Literal. - Pareció reflexionar al tiempo que una esquirla de humo salía de sus labios, pero una ráfaga de viento húmedo se la llevó antes que chocara en mi rostro. Tenía un tono de burla y seriedad que resultaba una mezcla extraña.
Todavía sentía un nudo en el estómago, solamente de recordar lo que acababa de vivir, y su mirada, gélida e inexpresiva, continuaba fija en mí, como si fuese algo de interés, y no una chica sucia y mojada que olía a basurero. Cuando sus ojos se entrecerraron, apenas unos milímetros, pareció que intentaba ver algo más, o comprender algo, que, como si con solamente mirarme más tiempo fuera capaz de descifrar.
No visites la zona sesenta y tres. Eso decía todo el tiempo, y ahora me sentía como caperucita que acababa de desobedecer a su madre.
-Gracias. -Dije.
No respondió de inmediato, pero volvió la vista al frente, pensativo y con una mirada divertida, casi conteniendo una sonrisa.
-Nada es gratis, muñeca. - Agregó e inmediatamente volví a estar a la defensiva, mientras el continuó con aquella pose relajada que parecía mantener una barrera a su alrededor.
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Sin Códigos
General Fiction"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.