Capítulo 40

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Alex

El despertador sonó a lo lejos, dos veces antes de ser apagado, y estiré la mano entre las sábanas, tratando de encontrar su cuerpo, pero no estaba allí.

Abrí los ojos lentamente y recorriendo la habitación en silencio hasta que la vi, del otro lado, acurrucada en la silla frente al ventanal dentro de una de mis playeras, con el gato en el regazo y una taza de café en la mano, observando a la nada.

—¿Qué estás haciendo despierta?

Ella me miró un momento, con un enorme par de ojeras en su rostro y supe que no había dormido en toda la noche. Estaba preocupada.

—Sabía que te irías temprano en la mañana.— Dijo, colocando la taza sobre la mesita de noche y dejando al animal en el suelo con delicadeza al tiempo que me incorporaba, todavía somnoliento.

—Ven.— Dije, abriendo las sábanas y ella me miró dubitativa, pero finalmente se metió, dejando salir un profundo suspiro. La rodeé con los brazos percibiendo el olor a coco del champú, e inspiré profundamente.

Nadie dijo nada, solamente permanecimos así un momento, y se sitió tan agradable que maldije cada minuto que tuviese que irme.

—¿En verdad tienes que ir? ¿Acaso no hay otro dealer que pueda cubrirte?— Preguntó, haciendo una mueca inocente y acurrucándose más cerca. Solté un suspiro.

—No tenemos un sindicato muñeca.— Respondí, moviendo su cabello hacia el otro lado de la almohada y ella frunció los labios en una fina línea, dejándome observar como los moratones estaban desapareciendo. —Esta será la última vez, y después tú y yo nos largaremos de este maldito basurero.

Ella elevó la mirada, y sus ojos grises recorrieron mi rostro haciendo me sentir ligeramente vulnerable, al tiempo que se incorporaba y se acomodaba a horcajadas sobre mí, recorriendo mi pecho con sus suaves manos, en una caricia general que me hizo soltar un suspiro placentero.

—¿Que significa esa flor?— Preguntó, señalando el tatuaje en mi pecho.

—Era la favorita de mi madre.

—Tú nunca me has hablado de tu madre.

—Tampoco tú.

—Porque no se nada sobre ella.— Respondió, todavía con la mirada fija en los dibujos de mi cuerpo, recorriéndolos con el dedo índice con suavidad. —Murió durante el parto y mi padre casi nunca la mencionaba.— Continuó diciendo, tomándome completamente desprevenido. —Cuando mi hermana se molestaba conmigo solía decirme que había muerto por mí culpa, eso hacía enfurecer a mi padre, era lo único que lo enfurecía tanto, pero supongo que yo en el fondo sabía que era verdad, por eso odiaba el día de mi cumpleaños. Odiaba haber tenido que nacer.— La oí mientras me incorporaba de nuevo, y ella se acomodaba entre mis piernas. —Y cada año, en ese día, él llenaba el apartamento de globos, en el suelo, las paredes, a penas y se podía andar.— Soltó una risita al recordarlo. —Entonces pensaba, demonios alguien se alegra de que haya nacido.

Por un instante pareció demasiado exhausta, completamente cansada de todo, lo sabía porqué yo me había sentido igual, y quise reconfortarla pero no sabía cómo.

—A mi me alegra que hayas nacido.— Dije, tomando su mano, que todavía descansaba en mi pecho y la presioné con fuerza. —No tienes que preocuparte por nada ¿entiendes? Todo saldrá bien, y después te llenaré de globos la casa de la playa.

Ella sonrió, y me pareció que sería lo mejor del día, mientras acercaba su frente y descansaba sobre mi pecho.

No importaba el dinero, el trabajo o el futuro, en ese instante solo importó ella, y me sentí completamente perturbado por el pensamiento, pero también se sintió increíblemente bien.

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