Capítulo 4

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Oliver

Frank Carlson sonrió, de forma poco encantadora, mientras la asistenta de panadería le envolvía su pedido con manos ágiles, finalmente.

Eran a penas la nueve de la mañana, y el día ya era pesadamente caliente. El sol se alzaba justo frente al lugar donde el auto estaba estacionado, y los asientos de cuero del avejentado Ford Falcon comenzaron a hervir con rapidez.

Miré el reloj. Hacía casi diecisiete minutos que me encontraba dentro del vehículo, frente a la panadería. Me maldecía por no estar autorizado a conducir el auto, ni siquiera para moverlo hacia la sombra que daba el árbol, a penas a dos metros de distancia. Otra desventaja de ser el novato.

Me quité el sombrero protocolar, mientras me limpia el sudor de la frente, y le eché un ojo al uniforme completo: mangas largas, pantalones largos, botas calientes, era el tipo de uniforme obligatorio para utilizar en los funerales de alguien del cuerpo, como si esperara que todos muriésemos en invierno.

— Demonios. — Me quejé, tomando el periódico del asiento trasero, para usarlo como abanico.

— Eso, novato. Sacúdete con los crímenes de la ciudad. — Frank me arrojó la caja de donas por la ventanilla, tomándome por sorpresa, y rodeó el vehículo lentamente, para sentarse en el lugar del conductor.

— ¿Algo? — Pregunté, abriendo la caja y encontrando exactamente lo que esperaba: tres de chocolate, dos de crema y una de coco. Lo había memorizado tras mis dos semanas sirviendo como el tipo de los recados.

— Que va, ni una palabra. Si es que saben algo, no hablarán sin una orden. Malditos. — Gruñó entre dientes, aflojándose la corbata, mientras el motor comenzaba a despedir el humo negro por el caño de escape. —Te ha tocado un inicio duro, chico. —

—No esperaba que fuera fácil. — Admití.

— Esa es la actitud. — Me dio una palmada en el hombro y sonrió ligeramente. — Los primeros seis meses son lo peor, luego te amoldarás con facilidad. — Habló, mientras lanzaba el sombrero en el asiento trasero. Un par de gotas de sudor se deslizaron por su frente.

—Siempre he querido ser policía. — Le dije, mientras él estiraba la mano y esperaba que le pusiera una rosquilla sobre ella. Le di la de chocolate.

— Puedo deducirlo por ese entusiasmo injustificado que cargas. He leído tu reporte: entusiasta, determinado, con fuerte sentido del deber y convicción... — Enumeró robóticamente. —Cualquiera pensaría que le has pagado a los evaluadores. —

— ¡Eso nunca! — Me apresuré a desmentir, con el ceño fruncido y el anciano dejó salir una carcajada.

— Relájate, novato. Solo estoy bromeando. — Se encogió de hombros, mientras nos deteníamos en un semáforo, antes de ingresar en la zona sesenta y tres. — Ahora a terminar con esta mierda, el calor es insoportable. —

Abrí el periódico que tenía entre las manos, y en la primera plana se dibujaba la fotografía de los tres policías de la zona alta que había muerto en el tiroteo del día anterior. En la foto superior estaban uniformados, posando con el resto de los miembros de la jefatura. La nota junto a esa imagen, los hacia ver tan heroicos, que su muerte casi parecía una recompensa. Pero la última foto, donde cada uno aparecía con sus familias, terminaba de dejar en claro que no se trataba nada más que de otro horrible crimen, resultado de las peleas entre pandillas.

— ¿Los conocías? — Pregunté, observando el rostro del más joven, que había tenido la misma edad que yo, mientras abrazaba a su madre. Todavía podía recordar haberlo visto en la academia un par de veces.

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