Capítulo 30 - parte 1

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Jenna

Una gota de sudor se deslizó en mi rostro, mientras aguantaba el aire, finalmente llegando hasta el librero. Me dolía todo el cuerpo, y me pregunté cuanto me había tardado en deslizarme desde la cama, hasta el otro lado le habitación. Sentía un ligero hormigueo en los pies, y el dolor en mi brazo me hizo contener el aire un momento, elevando la vista a la primera repisa de arriba, donde el lomo rojo del tomo nueve se asomaba ligeramente entre muchos otros.

Estiré el brazo, lentamente, tanteando para ver hasta donde mi cuerpo podría aguantar hasta sentir algún dolor, pero fue menos de lo que esperaba, y soltando un quejido dolorido volví a contraerme, respirando apresuradamente, antes de volver a intentar una vez más.

¿Por qué Frank tenía el libro? ¿Desde cuándo? ¿Acaso significaba que él...

Las respuestas se me atoraron en la garganta, que se me cerró en un nudo, mientras estiraba mis dedos lo máximo posible, moviéndome de un lado al otro, sin obtener resultado, porque sin importar cuánto me esforzara, todavía había unos sólidos diez centímetros entre mí mano y el condenado estante.

—¡Maldición!— Solté, dando un salto, tocando la cubierta con las puntas de mis dedos por unas milésimas de segundo, antes de sentir un tirón en mi estómago, que se extendió como un ardor insoportable hasta mi espalda, y dejé escapar un gritó de dolor, deslizándome contra el armario, hasta el suelo, lentamente.

Estaba tan jodida en tantas formas posibles, que ni siquiera yo podía entender como las cosas se habían transformado en aquel escenario deprimente. Desde el instante en el que mi padre había muerto, todo se había desmoronado en un efecto dominó, increíblemente rápido, y yo siempre parecía ser la pieza que iniciaba la caída.

El corazón me latió con rapidez, mientras sentía que la cabeza iba a estallarme, hecha un ovillo en la habitación de Frank Carlson, y volviendo la mirada hacía arriba, hasta el inalcanzable primer estante, que parecía estar en una dimensión diferente, me sentí desesperada y le di un golpe, con todas mis fuerzas, a la base de la biblioteca de madera, que se sacudió ligeramente, moviendo todo el contenido que sostenía, así que lo hice de nuevo, y una vez más, cerrando los ojos cada vez que un libro se estrellaba cerca de mí y mordiéndome el labio mientras contenía el dolor de mis nudillos con cada golpe, hasta que una avalancha de hojas y cuadernos se vino abajo, sobre mí cabeza, golpeándome el hombro herido y haciéndome volver a gritar, sintiendo el impacto sólido, con fuerza, sobre mí cuerpo que me hizo caer sobre mi espalda.

Observé frente a mí, como el mueble se tambaleaba en cámara lenta, y se vino abajo con tanta rapidez, que solo pude atinar apretar mis ojos con fuerza para esperar el impacto que no llegó.

Un par de segundos transcurrieron, en silencio, y un grito rompió en la habitación.

—¡¿Estas jodidamente loca?!— Alex bramó, haciéndome abrir los ojos de repente, observándole sostener la gran biblioteca vacía con ambas manos, sobre mí, y dejé salir un suspiró de alivio, mientras trataba de erguirme con rapidez, buscando el libro a mi alrededor.—¡¿Que carajos crees que haces?!— Volvió a escupir, consternado, volviendo a poner el mueble en su lugar, e inclinándose junto a mí.

Miré con nerviosismo en todas las direcciones, ignorando completamente su voz, que continuaba balbuceando alguna cosa, hasta dar con la cubierta roja debajo de una montaña de papeles. Estirándome sobre el suelo, lo tomé, con las manos temblorosas, deslizando mis dedos sobre las letras doradas, sin poder creérmelo todavía.

—Voy a sacarte de aquí...

—Es este.— Mascullé, todavía conmocionada, pero él pareció no oírme, mientras me tomaba del brazo, intentando que me pusiera de pie. —¡Alex, el libro es este!— Repetí, elevándolo entre nosotros, haciendo que su atención finalmente se desviara hacía la cubierta rojiza, y pareció contener el aliento por un instante, pero no dijo nada.

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