Capítulo 23

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Alex


Casi cuarenta minutos había estado esperando fuera del club nocturno. Ya había oscurecido hacía un par de horas atrás, pero hacía un calor de la mierda, y comenzaba a impacientarme tanto como los demás.

No había sido una exageración de Fox el llamarme, más bien la paranoia de Blake, al oír que la padilla a la que llamaban "Los terceros" estaba buscándonos desde que se había esparcido la voz que Los Lobos habían estado detrás de las malditas invitaciones anónimas que habían jodido a casi todos los gangster desde el distrito sesenta hasta los pijos del Upper East, y, sumándole la jodida discusión que se había generado por eso, todavía teníamos que lidiar con las cuentas de la última entrega, que eran ni más ni menos de un cargamento completo para Ryan Parker, el tatuador y dueño del club de los bolos de Brooklyn. Un imbécil que estaba más que atrasado en deudas y demasiado relajado perdiendo el tiempo con su antro de mala muerte.

Encendí el cuarto cigarro consecutivo, mientras observaba a Oz, junto a mí, sentado en el suelo, fumándose otro también, con una expresión aburrida en el rostro, igual de harto que yo de esperar por el aviso del resto del grupo que estaba esparcido en la entrada principal.

—¿Gordo, quieres un cigarro?— Pregunté y Bon apartó la vista de su emparedado, por primera vez desde que lo había sacado de su chaleco y asintió, mientras le lanzaba la caja, haciendo malabares para atraparla y dejando caer un poco de relleno del sándwich en el suelo.

—¡Maldita sea!— Se quejó, recogiéndolo rápidamente para volver a colocarlo en el pan.

—¡Que puto asco, Albóndiga!— Oz se quejó, lanzándole la colilla usada y el gordo simplemente se encogió de hombros en medio de la oscuridad.

—Es la regla de los tres minutos.

—Son segundos.— Apunté y el me miró confundido. Negué con la cabeza, mientras el Mago suspiraba resignado, y se recostaba en la pared.

—Maldito Ryan, ¿por qué tarda tanto?— Masculló, rascándose la barba rubia y acomodándose el comunicador de la oreja, idéntico al que yo llevaba.

—Probablemente sabía que vendríamos por él.

—El plazo ha expirado hace tres días, por supuesto que íbamos a venir.—Se quejó, jugueteando con los múltiples anillos de sus dedos, y las piedras de colores hicieron un ligero eco en el pasaje vacío.

—A mí no me molesta esperar.— Bon volvió a hablar, con la boca repleta, al otro lado del pasillo oscuro y Oz dejó salir una risa sarcástica.

—A ti no te molesta nada a demás de moverte, gordo.— Se burló y el otro le mostró el dedo medio. —¿Que es eso? ¿Una salchicha?— Volvió a burlarse y reí.

Las luces de los callejones ya se habían apagado por completo, por lo que la hora de apertura debía de comenzar en cualquier momento.

Cansado, me senté en los escalones que conducían a la puerta oculta, debajo de la tienda de tatuajes y suspiré. Probablemente los demás estaban igual, del otro lado, pero no había más remedio que esperar, y, Fox, Peak y Chett, estando con el dolor de culo de Blake, la tenían peor seguramente. El único que volvía a salvarse era el viejo, que se había quedado a cargo de la cueva, de nuevo.

—Así qué... ¿qué pasa entre tú y la muñeca?— La voz de Oz hizo eco en el espacio desolado, con un tinte de diversión y me volteé a verle. —Me han dicho cosas...— Elevó las cejas, como si las ideas de Hannah fuesen algo creíble.

—¿Que eres? ¿el doctor corazón?

—El jodido doctor aburrimiento.— Se encogió de hombros, levantándose el largo cabello en una coleta. —Quién hubiese dicho que caracortada acabaría siendo el príncipe azul. Me recuerda a un cuento de niños...

Sin CódigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora