Jenna
Un sonido estrepitoso de alguna cosa haciéndose añicos en suelo resonó en el eco del enorme lugar y me despertó de un salto, de nuevo. Sacudí la cabeza, tambaleándome exhausta, tratando de oír alguna cosa, pero las voces llegaban como murmullos ininteligibles hasta donde yo estaba.
No podía ver nada, la venda apretaba mi rostro con fuerza, y los ojos me escocían, pero eso era por tantas lágrimas. El agua se acumulaba en la tela, mientras trataba de contener el llanto que era un patético conjunto de espasmos.
¿Cuánto tiempo llevaba en ese lugar?
Mis brazos ya estaban completamente entumecidos detrás de mi cuerpo, y mi espalda dolía como si hubiese dormido sobre clavos. No podía moverme, y no podía ver nada, atada en algún rincón de un helado lugar.
Hacía frío, aunque estábamos a mediados de Julio, y además de eso estaba a punto de orinarme en los pantalones, no iba a aguantarme mucho más.
—¡El jefe va a matarte!— Se escuchó un gritó colérico, y me volteé hacía donde el sonido provenía, removiéndome incómoda y temblorosa, como si pudiese hacer alguna cosa al respecto.
El olor nauseabundo, producto de la putrefacción del ambiente y mi propio vómito, junto a mí, comenzaba a marearme, y me costaba respirar. Mi traquea parecía haberse cerrado, y cada bocanada de aire se tornaba dificultosa, al tiempo que sentía una horrible opresión en el pecho, como si mi corazón se hubiese detenido.
Un ataque de pánico, pensé, mientras la voz de mi hermana se reproducía en mis oídos, recordando cada vez que repetía los pasos a seguir, como medida de primeros auxilios, mientras estudiaba para sus exámenes prácticos. Recostándome contra la pared, elevé la cabeza, inspirando con fuerza, tratando de contener la respiración para tornarla lenta, casi oyendo a Emma repetir que no era nada de que preocuparse. Podía oír el fuerte y acelerado latido de mi corazón con cada inspiración, pero aún así continué insistiendo.
—Solo tres minutos. Son solo tres minutos.— Mascullé, con la voz entrecortada y temblorosa, mientras el rostro sonriente de Emma aparecía en mi cabeza, repitiendo los "cuatro simples pasos para detener un ataque de pánico".
Volví a dejar salir el aire de mis pulmones, y una vez más inspiré tan hondo como me fue posible, preguntándome cuando la adrenalina iba a desaparecer.
—Todo está bien.— Dije, y lo repetí unas cuatro veces más, tratando de autoconvencerme. —Pensamiento positivo, mente positiva.— Continué, aunque ni siquiera yo podía creerme alguna cosa de esas, y comencé a pensar que era una inútil incluso para controlar mi propio cuerpo. Ella probablemente se hubiese burlado de mí.
¿Hace cuanto que no oía a Emma reír? Extrañaba hacerlo. Y, repentinamente, eso fue en lo único que pude pensar en esos momentos, ¿como era la risa de mi hermana? Un conjunto de espasmos horrorosos, meintras se quedaba sin aire y dejaba salir un gritito de animal herido, con el rostro ceñido y rojo. Un sonido extremadamente contagioso.
Quería oírlo de nuevo.
Y de repente el aire entró en mis pulmones con facilidad, y la sensación de quemazón comenzó a desaparecer. De un momento a otro me sentía bien, o tan bien como la situación me lo permitía, y, sin embargo, comencé a llorar otra vez.
No había nada más que pudiese hacer al respecto.
Lloré porque extrañaba a Emma, y sus insistentes comentarios petulantes, echaba de menos a mi gato, mi cama y a mi padre. ¡Demonios, como le extrañaba! El llanto comenzó a hacer eco en el lugar, mientras me sorbía la nariz y la garganta comenzaba a dolerme.
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Sin Códigos
Ficción General"El hombre es el lobo del hombre." -Thomas Hobbes. •Historia protegida y registrada en SafeCreative. Prohibida la copia total o parcial en cualquier medio.