Capítulo 23. Gatillo. (Especial)

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Justin:

Ya han pasado tres semanas y y dos días y Eda sigue sin despertar.

Para mantenerme de pie intento recordarla todo el tiempo, no olvidar el sonido de su voz, no olvidarla cuando baila, cuando ríe y hasta a veces puedo escucharla cantar cuando está de buen humor.

Recuerdo el día que la conocí y como me quedé atónito con su boca y su osadía, parecía una niña queriendo hacerse la chica mala y me acuerdo que eso fue lo que más me llamó la atención de ella. Quise saber más, quería volver a verla.

—Dios, Eda... ¿Qué pasará con nuestro sueño de casarnos? Se que... Se que jamás iba a lograr darte una vida normal, pero me había prometido a mi mismo que de cualquier forma te haría feliz.

Siempre me asustaron mis sentimientos por Eda. Era lo único que no podía controlar y me volvía loco. Ella siempre me volvía loco.

Suspiro y seco mis estúpidas lágrimas.

—No se cómo hablar con Gracie, ella no deja de preguntar por ti, no se cómo decirle que no puedes hablar con ella y no sé hasta cuándo no podrás. —acaricio su fría mejilla y depósito un cálido beso en ella— ¿Sabes? Me ha dicho que ha conocido a un niño en la escuela y que son muy buenos amigos, su nombre es Jaden. —río recordando la emoción de nuestra pequeña— Le advertí que si ese niño se pasaba con ella iría hasta allá y lo mandaría en un avión a África.

Bajo la cabeza también recordando cómo se molestó Gracie cuando le dije lo que haría si el mocoso se sobrepasaba.

Y todo era cierto, Gracie no dejaba de preguntar por su mami Eda, y a pesar de todo el miedo y los prejuicios que sentía me encantaba que la llamara así. Eda me demostró que podía ser sencillo esto de la "paternidad", ella tiene una facilidad para tratar con esa niña que me sorprende, solo tiene veinte años y aún así, con la vida que llevamos, pudo convertirse en la madre que Gracie necesitaba, en la que nunca tuvo. Por eso la admiro, por los esfuerzos que hace para hacer feliz a la gente que ama y por sobretodo su forma tan dulce e inocente de ser.

—Te echa de menos, nena. —tomo nuevamente su mano— Y también yo... —la beso.

—¿Justin? —oigo que la puerta se abre y veo a Candice entrar en ella con una bandeja con comida— Te traje el desayuno.

—Gracias, Candice, pero no tengo hambre.

—Tienes que comer algún día, Bieber, no seas capullo. —se que me está mirando con los brazos cruzados como si fuera mi madre, por eso prefiero no mirarla.

—No tengo apetito.

La oigo suspirar y sentarse del otro lado de la cama.

—No le gustará nada saber que no has comido en semanas. — niega con la cabeza mirando a Eda.

Sonrío imaginandola, regañandome diciendo que soy un maldito crío, viéndome con esos ojos azules muy molestos y su pequeña nariz arrugada. Se ve tan hermosa cuando se enfada, y más cuando se enfada conmigo.

—Venga, no seas crío, Bieber. —me dice Candice apuntando la bandeja con su cabeza.

—Ella hubiese dicho lo mismo. —río.

Ella sonríe tomando su mano.

—Nunca he pasado tanto tiempo sin oír su voz. —dice en un tono triste— No puedo creer que ahora que encontró a su hermano no pueda verle.

—Ni me hables de ese gilipollas. —gruño.

—No seas así, Justin. Sabes que Eric no tiene la culpa.

San Pablo. (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora