Me adentro al callejón del barrio con los nervios a flor de piel y varios borrachos que yacen en el piso me dedican algunas palabras que suelen usar para "conquistar" a una mujer, pero que a mi llegan a asquear. Un grupo de chicas están en una esquina consumiendo como si su vida depende de ello.
Dejo de mirar aquello para fijarme en el aviso que hay en la puerta de aquel lugar. Adelanto el paso, una vez que estoy al frente, toco dos veces hasta que una mujer con aires de drogadicta abre.
—¿Vanessa?
—Si —afirmo nerviosa—. Soy yo.
—¿Traes el sobre con el dinero? —asoma su cabeza mirando a los lados—. ¿Vienes sola?
—Aquí lo tienes —saco el dinero entregándoselo—. Y si, vengo sola.
—Puedes pasar. Es aquella puerta.
Camino hasta esa habitación, giro el pomo y al ver el interior agrando mis ojos. La habitación luce tétrica, hay una camilla desgastada cubierta por periódico, una lámpara colgada en el techo que puede caer en cualquier momento y una caja con utensilios médicos.
—Adelante —la voz del doctor logra ponerme peor—. Acuéstate e intenta relajarte.
Me acuesto sobre la camilla, fijo mi vista en la lámpara con luz cegadora y me obligo a cerrar los ojos cuando siento un pinchazo en el brazo.
Minutos después él organiza los utensilios sobre una mesa, justo cuando el sueño comienza a vencerme y mis párpados en cuestión de segundos caen. Sigo consciente de todo; de la voz del doctor con la de esa chica, la forma en las que abre mis piernas y de cómo alguien entra pero no puedo moverme ni puedo abrir los ojos, cosa que me angustia.
¿Dónde me he metido? ¿Qué harán conmigo?