12 Un regalo

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Carter

Después de eso procuré no volví a ver a Trish en todo el día, o más bien ella no me vio a mí. Supongo que querrán saber cómo lo hago, es una muy graciosa historia...

Todo empezó el día después de que terminase con Bet, el día era nublado y había pronóstico de tormenta estaba sentado en mi butaca cerca de la ventana mientras observaba el oscuro panorama y me sentía la persona más miserable del mundo, nada podía salir peor, a no ser...

-Hola, amor -sabía de quién era esa voz tan hermosamente irritante- solo quería decirte que...

-Vas a dar media vuelta y te irás con el fulano ese con el que me engañaste -corté sin dignarme a mirarla.

-Quería pedirte perdón -su voz estaba calmada, sonaba arrepentida, pero había algo en el trasfondo, como esa pequeña basura negra en un bote de azúcar, algo que se sentía forzado.

-Uno pide perdón por pisar a un gato, por perder algo, no por engañar a tu novio -refuté mirándola fijamente, vestía el uniforme de la escuela, tenía puesta una corta bufanda blanca que contrastaba con su blanca piel, no parecía nada especial, aunque para mí sí, era la bufanda que le di para su cumpleaños durante diciembre- veo que sigues utilizándola.

-No me la quitaría por nada -sonrió, contenta porque noté el detalle, un amago de sonrisa quiso salir por mi boca, sin embargo, noté un detalle en ella.

-No es la que te di -me levanté y pasé a su lado- deberías decirle a Malcom que la próxima vez que quiera darte algo parecido a lo mío que se fije en el material de la etiqueta.

-Pero... -su mirada se ensombreció, miró la etiqueta de la bufanda, la que le di tenía una etiqueta de plástico, esa era de tela, ¿Cómo me sé esos detalles?, bueno, soy muy bueno recordando cosas que me ponen de mal humor.

El día pasó y no vi a Bet, escuché rumores de que se había ido a casa hecha un mar de lágrimas, como esperarán, no me importó, por lo que seguí con mi vida hasta que salí del colegio.

Estaba caminando por el estacionamiento para esperar a la combi que me llevaba a casa, una fuerte mano tomó mi hombro y me hizo girar a la fuerza, me encontraba ante un chico enorme, metro noventa, cabello castaño oscuro, piel bronceada, ojos claros, musculoso, me miraba con desprecio y en su cara había una mueca de asco.

- ¿Puedo ayudarle en algo? -le miré desafiante mientras apartaba suavemente su mano de mi hombro.

- ¿Eres Carter? -preguntó con su voz cavernosa y viril.

-No, de hecho, me llamo Federico, creo que Carter se sienta junto a mí en mi clase de ukelele -respondí irónico, el chico se quedó quieto un segundo mientras procesaba la información y después me miró iracundo, me tomó del cuello de la camisa para alzarme unos cuantos centímetros del suelo.

- ¿Crees que soy idiota? -creo que pudo intuir lo que pensaba de él porque me acercó un poco más a él.

-Sí y también pienso que necesitas unos cuantos chicles de menta -murmuré mientras le daba una cajita que tenía en mi bolsillo. Perdió la concentración que tenía en mí y aproveché el momento.

Tengo un dicho: "Las reglas están hechas para aquellos lo bastante estúpidos como para no romperlas", muy bien, mediten las siguientes palabras un rato e intuyan que puede pasarle a alguien que pelea contra una persona que piensa así.

Cerré mi mano en un puño y le di un fuerte golpe en la parte izquierda del cuello, el tipo me soltó en un alarido de dolor, me erguí rápidamente y le solté un rodillazo en la mandíbula, él apenas se había recuperado cuando me puse detrás y le di una patada en la espalda que lo tiró en el suelo, me senté sobre ella y tomé su brazo derecho.

-Creo que juegas en el equipo de futbol americano -murmuré mientras ponía su brazo en un ángulo de diez grados, vi como movía el izquierdo y puse mi pie encima de él- siempre me he preguntado qué sucede con el brazo de una persona cuando se le pone en un ángulo de noventa grados, ¿Me ayudas? -empecé a mover su brazo lentamente, al principio no dijo nada, pero lentamente empezó a gritar de dolor, estábamos en una parte alejada del estacionamiento, por lo que era poco probable que lo escucharan. Ya había puesto su brazo en los sesenta grados- veo que eres muy flexible, te voy a dejar ir, pero si te vuelvo a ver terminaré con mi trabajo -me levanté y empecé a caminar lentamente.

-Cobarde -le escuché decir. Me giré, le tomé el brazo, lo extendí y le pateé el codo, el crujido de sus huesos me arrancó una sonrisa.

-Por cierto, quédate con Bet, ya terminamos -le di una palmada en el hombro y caminé a mi transporte.

-Interesante actuación la tuya en el estacionamiento -dijo una voz en la oscuridad, me encontraba sentado en la combi, a mi lado estaba una chica de cabello negro, pálida y ojos azul oscuro, casi negro- hola, me llamo Elizabeth.

-Hola, Elizabeth, ¿Cómo viste lo del estacionamiento? -pregunté con voz calmada mientras, mientras miraba, impasible, a la chica.

-Simplemente lo vi, no te preocupes no voy a decir nada, tengo un regalo para ti -sacó de su mochila un pequeño libro negro, Libris Tenebrae rezaba el título.

- ¿Libros de las tinieblas? -traduje- yo me esperaba una Death Note. ¿Por qué me lo das?

-Perdí una apuesta con una amiga -suspiró, como si tuviese una relación amor-odio con esa amiga suya- y mi castigo era darte este libro para que aprendieras unos cuantos trucos.

- ¿Me ve cara de perro? -le quise devolver el libro, pero negó.

-No tienes que leerlo si no quieres, solamente te sugiero hacerlo -abrió el libro y sentí un leve aire frio rodearme.

-y ¿Cuál es el nombre de esa amiga tuya? -intenté leer el libro, pero estaba en un idioma extraño, probablemente latín, distinguí una palabra "Diaboli": Diablo- ¿Esta cosa es satánica?

-Un poco, la verdad, aunque no más de lo necesario -admitió, la combi se detuvo- debo irme, pero antes, su nombre es Lucia, dudo que la conozcas.

Y en efecto, no la conocía...

Aun.

Diario de un superviviente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora