34 Una promesa

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Carter.

He de decir que no sentí mis torturas, seguramente se han preguntado cómo es que aguanto tanto dolor, muy simple, cuando Abraham me hizo pasar por La Ira de Dios aprendí a mover mi conciencia a los más profundo de mi mente, a un sitio donde lo único que existe el yo más puro que hay, no sé cuántos días pasé en Suma Caridad, la verdad creo que fueron más que días, tal vez fueron semanas o meses. Acababa de regresar de uno de los interrogatorios diarios, estaba recostado en una de las paredes de mi celda sintiendo cómo se me cerraban las heridas, esos pinchazos que me recorrían cuando la piel se volvía a unir me mantenían despierto y evitaban que cayera en la locura.

- ¿Cómo lo aguantas? -dijo la chica de al lado, hacía un tiempo le llamaba Andrea.

-De la misma forma de la que tú has aguantado estar aquí por tres meses y contando -contesté mientras hacía una mueca cuando mi hígado volvió a estar completo.

-Buen punto, ahora, sigue con la historia, que me aburro mucho cuando te vas -me pidió- nos quedamos en la parte que regresas a la montaña con Cat -ella no había tardado en descubrir que era el Carter de verdad, el que ella admiraba.

Cuando la montaña empezó a asomarse en el horizonte escuché los gritos, eran súplicas, alguien estaba por hacer algo, o perderlo, corrí como si mi vida dependiese de ello, corrí, corrí y seguí corriendo, empecé a escuchar las voces más cerca, una era la de Cat, la otra era la de un hombre, estaba corriendo por el sendero que me llevaba a la cueva cuando los vi, eran dos, uno de ellos era gordo, su panza le caía como una grotesca bolsa de grasa hasta la entrepierna, el otro era muy delgado, casi escuálido, el delgado estaba sosteniendo a Cat mientras que el gordo se bajaba los pantalones, él le lanzaba una mirada lasciva a Cat mientras lo hacía, la ira se apoderó de mi ser, mis manos se movieron a mis espadas y las desenvainé con un movimiento limpio, corrí por la cueva antes de que me vieran siquiera y le corté las manos al gordo y la cabeza al delgado, Cat se liberó del cuerpo convulsionante del delgado y corrió a mis brazos mientras que el otro gritaba sosteniéndose los muñones.

- ¡Mis manos, me las has cortado! -lloriqueaba, aparté a Cat de mí y me dirigí al hombre con las espadas listas, con un rápido movimiento le corté los pies y cayó al suelo, él intentó arrastrarse como pudo mientras la sangre brotaba de sus miembros como una mórbida fuente, caminé hacia su cuerpo y le clavé una espada en lo que quedaba de su rodilla, por lo que se quedó inmóvil, le dirigí a sus brazos y le clavé la otra en uno de ellos, se quedó completamente inmóvil, viéndome fijamente con los ojos llorosos y desorbitados- piedad.

-La piedad es para los débiles y tontos -respondí dándole la espalda al grotesco escenario y yendo junto a Cat, que corrió hacia mí y ocultó su cara en mi cuerpo- ¿Qué sucedió?

-Llegaron de repente, lucían amistosos, les invité de comer y luego ellos...ellos...llevan una semana conmigo, una semana que... -volvió a sumirse en sollozos desconsolados, la apreté contra mí- ellos...

-Ya está, tranquila, todo ha pasado, estoy contigo, nada te sucederá -le prometí- toma tus cosas, nos vamos, este sitio ya no es seguro.

Recogimos nuestras cosas rápidamente y salimos de la cueva, antes de salir saqué mis espadas de sus cuerpos sin mirarlos. Caminamos por las cordilleras durante horas, en silencio. Cuando llegó la noche bajamos la montaña hasta el bosque, ella no quería volver a ver una cueva en su vida y yo no le repliqué.

-Ahora a dónde vamos, somos fugitivos, nuestra cabeza vale mucho aquí -me preguntó Cat mientras me recargaba en un árbol, ella se pegó a mí, temblaba de frío y yo le pasé un brazo sobre el hombro, ella se estremeció, pero no se movió, al poco tiempo tenía su cabeza sobre mi pecho.

Diario de un superviviente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora