54. Un pequeño reencuentro.

4 0 0
                                    

Carter.

Lo admito, no hay una explicación para mi presencia en este momento, morí, es verdad, pero sigo aquí, ni siquiera yo sabía cómo lo había hecho, en un momento me encontraba tirado en el suelo con el cañón de una pistola en la cabeza y al siguiente me encontraba de pie en un lugar que sabía que conocía, pero no recordaba bien. Era un recibidor, yo me encontraba en el centro de él, debajo de una pequeña cúpula que tenía una mini réplica de la Capilla Sixtina dibujada en ella, el suelo era se lozas beige pero la parte que se encontraba debajo de la cúpula había sido colocado con lozas distintas, éstas lozas formaban una rosa de ocho pétalos, a mi derecha e izquierda la sala terminaba en un pasillo que daba a cuatro distintas puertas, caminé hacia ese pasillo e intenté abrirlas, pero estaban cerradas con llave, de su interior salían sonidos, golpeé la puerta para llamar la atención de las personas aunque nadie me abrió, intenté lo mismo con las otras puertas, sin embargo nada pude hacer para evitar que me ignoraran. Derrotado volví al recibidor, frente a donde yo estaba unas escaleras bajaban unos metros para dar a dos pasillos distintos que rodeaban un mural de la revolución mexicana, bajé lentamente las escaleras y rodeé el mural. Me encontraba en una especie de cafetería, a unos cuantos metros del mural se extendía una barra de comida encerrada en dos columnas que tenía sobre de ella un tarro con unas galletas tan grandes como mi mano, miré a mi alrededor en busca de personas, al ver que no había nadie abrí el tarro y saqué una galleta que empecé a comer lentamente mientras seguía la barra de comida y la rodeaba solo para encontrar otra puerta que debía dar al interior de la cocina, la puerta se abrió con tan solo tocarla, entré en la cocina pero no había nadie, cuando salí de la cocina me encontré cara a cara con Elizabeth, lucía exactamente idéntica al día que la conocí, con la cabellera negra cayendo como una cascada de oscuridad hasta la base de su espalda, la piel blanca como el papel, ojos de un color tan oscuro que podrían ser negros, labios rojos como la sangre y vestida para ir a la escuela, con una sencilla blusa de botones blanca, un suéter azul marino con el escudo de la escuela en el pecho y una falda plisada larga hasta los tobillos.

-Con que este es el sitio donde siempre terminas ¿No? -preguntó mientras me quitaba la galleta de la mano y se la terminaba- lo lamento, pero seguirte hasta aquí me dejó famélica.

Sin decir nada me dirigí a donde el tarro y lo tomé para llevárselo, no me había dado cuenta antes, pero me sentía más lento, débil y pequeño, de hecho, Elizabeth me sacaba casi una cabeza en altura.

- ¿Cómo me encontraste? -le pregunté con voz aguda y chillona, como la de un niño, miré mi reflejo en el tarro y noté que tenía la apariencia de un niño de seis años- pero qué...

-No preguntes, eres el único que sabe por qué estás aquí, aunque eso no me incumbe, ahora sígueme -ella señaló una puerta que estaba al lado de la puerta de la cocina, parecía la puerta que te conduce hasta un almacén de servicio, pero había algo especial en ella, del resquicio que había entre ella y el suelo salía una luz blanca y todo lo que la rodeaba olía a hierba recién cortada, tierra húmeda y...a Cat.

- ¿Es lo que creo que es? -le pregunté a Elizabeth poniendo la mano sobre la puerta, un poder extraño me recorrió el cuerpo y sentí como mi cuerpo envejecía, me hice más alto, un poco más grueso y cuando hablé mi voz sonó como la mía de toda la vida- ¿Cuánto tiempo tenemos?

-Tienen una eternidad y lo que vaya después, pero te sugeriría que fuera breve, sino no vas a querer irte nunca -me advirtió mientras sacaba algo del tazón de galletas, era una manzana dorada como el oro más puro y brillante como el sol- eres el único mortal que ha comido una y ha tenido que comerse más, cuando estés listo cómetela, pero ten cuidado, hay reglas que ni tú ni yo podemos romper sin destruirlo todo, solo durará cuarenta y ocho horas, después de eso tendrás que volver a aquí y nunca podrás volver a Alfa, es tuya la decisión.

-Eli...gracias, lamento haberte olvidado -me disculpé.

-Solo largo de aquí, tu chica te espera, mientras yo me encargo de la cría -me dijo señalando a una pequeña chica blanca y pelirroja de ojos azules que estaba escondida detrás de sus piernas, me miraba con ojos soñadores y cuando la miré fijamente se puso tan roja como su pelo- piensas bien, niño, aquí la conociste.

Rápidas imágenes inundaron mi cabeza, eran eso, imágenes de una chica idéntica a ella caminando por los pasillos de ese lugar agarrados de la mano.

-Carter...me tengo que ir, me mudo a la capital -me dijo la niña un día en las puertas del recibidor- no me olvides.

-No lo haré...lo prometo.

Los recuerdos eran muy pesados y fuertes para mí, por lo que decidí abrir la puerta y saltar a su interior.

De la nada me encontraba tirado en el pasto, frente a mí se extendía un hermoso lago cristalino rodeado por un círculo protector de árboles, en el agua había pequeños peses, los pájaros cantaban y todo parecía vivo, en la orilla contraria se erguía un árbol, era pequeño, pero destacaba como pocos lo podía hacer, su tronco estaba hecho de plata, sus hojas de platino reluciente y de las relucientes ramas plateadas colgaban unas gordas manzanas doradas como la que yo traía en mi mano.

Me levanté y sacudí el polvo de encima y cuando alcé la mirada me encontré mirando a una chica de baja estatura, morena y con cara de estar enojada.

-Vaya, me dijeron que llegarías hace una hora, al parecer La Muerte tiene un muy mal sentido del tiempo -se burló mientras ponía sus manos en las caderas y acercaba su cara a la mía- llegas tarde.

Diario de un superviviente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora