Capítulo Treinta y Ocho

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Miedo, eso es lo que siento desde el momento en que escucho como Bart sale de su habitación.

Estoy un noventa y nueve por ciento segura de que anoche estaba profundamente dormido. Algo en mi me dice que todo estará bien, pero la otra parte terca no se detiene de gritar y se acorrala en lo más profundo de la oscuridad para no ser encontrada.

Cuando me ve observarlo desde el sofá, frunce el ceño.

—Buenos días —le digo para evitar una escena silenciosa bastante pesada.

—Buenos días, ¿cómo dormiste? —pregunta acercándose a mi.

—Bien —miento.

No había podido cerrar un ojo en casi toda la noche, lloré mucho, y estoy segura de que lo más probable es que me veo espantosamente mal en este momento.

—Tuve un sueño bastante extraño.

— ¿Sobre qué? —él me observa con cierto recelo. Parece meditar lo que está a punto de decir, pero su mirada cambia y se torna un poco más suave. Aunque solo un poco.

—No tiene mucha importancia... es imposible de todos modos —Bart se levanta y se dirige hasta la puerta del baño —. Me iré a duchar, si tienes hambre, toma lo que quieras de la cocina.

Él entra en el baño dejándome sola en medio de la sala de estar, con un Stuart complemente dormido a mi lado.

Debería de estar agradecida de que ni siquiera preguntara sobre lo sucedido anoche, debería de estar agradecida de que ni siquiera lo recuerde. Quiero creer que su sueño trata sobre otra cosa que no sea relacionado al beso, y no esté intentando canalizar esas imágenes inconexas en su cabeza.

Con la fuerza que saco de no tengo idea donde, me levanto del sofá y me encamino directo a la cocina e improviso.

Bart es una persona que, probablemente al criarse en el campo, consume solo cosas orgánicas; por lo que veo en su refrigerador, al menos.

Leche de soya, muchos vegetales, una buena variedad de bebidas que no son tan orgánicas, queso, mantequilla, yogurt, incluso frutas.

En los estantes están las bolsas de arroz, azúcar, sal, aceite, bastantes enlatados y cereales.

Tiene una buena alacena, debo admitirlo.

Procedo a hacer unos huevos revueltos para ambos en lo que termino de tomar su ducha.

Cuando el desayuno está servido sobre la mesa, me quedo observando los imanes y fotografías que están colocadas en las puertas del refrigerador.

Había artículos de muchos estados del país, como algunos de países extranjeros y varios mensajes escritos a mano. Unas cuantas fotografías de él junto a personas que desconozco decoran los centros de ambas puertas.

—Vaya... —dice su voz detrás de mi, haciendo que salte del susto.

Él está detrás de mi observando la mesa. Tiene el cabello mojado, aunque ya se encuentra casi listo.

—Pensé que te gustaría desayunar algo antes de irte.

—No tenías que hacerlo. Suelo comer cereal cada mañana.

—Es lo mínimo que puedo hacer por haber dejado que me quedara anoche —él no discute más, porque está consciente de que no cederé tan fácil.

Ambos nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer en medio de un silencio un poco más cómodo que el anterior.

— ¿Por qué tienes leche de soya, si comes lácteos normales? —quiero saber, recordando la caja roja dentro del refrigerador.

—Me gusta el sabor que tiene —dice encogiéndose de hombros y tomando asiento junto a mi.

Phoebe, Schlesinger IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora